
Volver a nacer
por Xóchitl Niezhdanova
A lo largo de mi vida he aprendido lecciones dolorosas que finalmente acabé agradeciendo, porque me ayudaron a crecer como mujer, y a saber dar y recibir amor.
Muchas de esas lecciones resultaron ser errores que repetí una y otra vez, hasta que pude comprender el impulso que se hallaba detrás de mis conductas autodestructivas. Me di cuenta, que bajo estos patrones, vividos una y otra vez hasta el cansancio, estaba la necesidad de recuperarme a mí misma, de ser nuevamente la niña de once años, la joven de veinte, que siempre supo lo que quiso y que jamás se hizo daño.
Cuando una empieza a traicionarse en la vida, dan inicio los comportamientos nocivos, que parecen no tener fin. Se cae en un círculo vicioso en el que aparentemente ya no se tiene control de la voluntad. Es hasta que cobramos conciencia de nuestro comportamiento, que aparece la posibilidad de sanación; el retorno a lo que algunos llaman nuestra “niña interior”. Tras muchos tropiezos y sinsabores, empieza un crecimiento espiritual, una maduración del ser que lentamente, y no sin esfuerzo, nos lleva a armar de nuevo el rompecabezas de nuestra individualidad.
A menudo los seres humanos incurrimos en conductas que nos dañan. En el caso de las mujeres, esos patrones autodestructivos tienen que ver, con mucha frecuencia, con la forma en que nos relacionamos con el sexo opuesto. Atraemos a nosotras las parejas equivocadas, que con su egoísmo nos provocan sufrimiento emocional de manera continua; hasta dejarnos sumidas en la depresión y mermar nuestra autoestima.
Parece ser un mal de nuestro tiempo, un patrón que se perpetúa, y que en apariencia hemos transmitido a las generaciones más jóvenes. No todos los casos son así, afortunadamente. Sin embargo, en mi caso, como suele decirse, tropecé varias veces con la misma piedra. No comprendía la razón de estas “coincidencias”, que atraían siempre a mí a hombres narcisistas y ególatras, a los que no les importaba en lo absoluto, y que no mostraban la mínima consideración hacia mí.
Me acerqué a la ciencia intentando encontrar un camino de salida, y la primera ayuda que tuve fue el libro “El hombre y sus símbolos” de Karl Jung. Este libro se convirtió para mí en una herramienta que me ayudó a comprender mi circunstancia. El libro me fue dado por una mujer sensible y preparada, que con el tiempo se convirtió en mi amiga. Había hecho algunas lecturas comerciales como el famoso libro “Por qué los hombres prefieren a las cabronas”, pero el libro de Jung era algo totalmente distinto que me puso en el camino del “Proceso de Individuación”, como lo denomina él mismo. Es decir, un camino de crecimiento y maduración, como mujer y ser humano. Me ayudó a entenderme a mí misma, a través de los mensajes de mi inconsciente, durante sueños vívidos que empecé a anotar en una libreta.
Continué explorando la producción de este afamado psiquiatra discípulo de Freud, que en algunos círculos es tachado de místico, pero que de forma coincidente, es fuente de inspiración para muchos jóvenes en la actualidad. A través de Jung llegué al conocimiento de otra herramienta de evolución: El Tarot. Él empleaba este método, no como una herramienta predictiva que podía decirte el día de tu muerte, o si te ibas a ganar la lotería, sino como un recurso que ayuda a conectar con nuestro yo interior, y que a manera de espejo, nos hace cobrar conciencia de nuestro momento actual, para así resolver nuestros conflictos a través de sus hermosas imágenes cargadas de simbolismos.
Seguí explorando, y me adentré en el estudio de algunas filosofías orientales como el Tao, el Zen y el propio Budismo. Aprendí mucho acerca de cómo vivir la vida, a través de estas fuentes de sabiduría ancestral. Y por último, mi madre me hizo otro maravilloso regalo que me ayudó a sanar, el Yoga. Entonces conocí los mantras; los mudras; los yantras (la geometría sagrada); la meditación a través de la activación de nuestros chakras o centros de poder, y otras prácticas curativas. Una posibilidad de sanación emocional se abrió ante mí.
Pero en el centro del problema se hallaba una desconexión con la mujer que había sido, antes de comenzar a hacerme daño. Las relaciones tóxicas que experimenté, dejaron su marca no solo a nivel de mi psicología, sino en mi propio cuerpo. Cuando me di cuenta del nivel de insensibilidad que había en distintas zonas erógenas a lo largo de él, me asusté. Comencé a llevar un diario en el que narraba todas mis historias de amor fallidas, intentando anular el impulso que me conducía a involucrarme con hombres, no sólo inadecuados para mí, sino dañinos. Puse en práctica todo lo que había aprendido hasta ese momento, y poco a poco, sin darme cuenta, comencé a sanar. Pasó tiempo antes de que recuperara la sensibilidad corporal, pero aún no estaba curada. Entonces, algo repentinamente, dejé de menstruar. Yo se lo atribuí a mi edad, aunque mi médico me decía que era muy joven para tener menopausia.
Mi fertilidad evidentemente comenzó a menguar, pero no presentaba otros rasgos distintivos de la etapa. Después de un año de no presentar mi período ni ovular, cuando ya había dado por hecho que había entrado en la etapa de la menopausia, mi cuerpo se “reconectó”. Es una manera de decirlo. A través de todas mis prácticas de autosanación, un buen día comprendí el secreto que yacía bajo mi comportamiento no adaptativo. Hacía unos meses, había decidido recuperar mi dignidad, y no aceptar relaciones que me dañaran en ninguna forma. Todo mi ser dijo ¡basta! Y decidí respetar el “Templo de mi Alma” como llaman algunas personas espirituales al cuerpo.
Entonces comenzaron a sobrevenirme recuerdos de mi infancia, de esa actitud incluso soberbia y decidida que tuve hasta los veintitrés años, cuando no permití que ningún hombre me faltara al respeto, ni siquiera tocándome la punta de la nariz. Me recordé siendo libre, auténtica, feliz, y todos esos sentimientos inundaron de nuevo mi ser; resentido y triste por el dolor autoinflingido durante mucho tiempo.
La última parte de este reencuentro conmigo misma, con mi esencia original, fue precisamente la reconexión a nivel de mi cuerpo. Tras horas de meditación buscando “alinear mis chakras”, y habiendo echado mano de todas las herramientas curativas que aprendí, mi organismo volvió a sangrar y a ovular.
Mi doctor me dio una explicación científica para ese suceso completamente inusitado, pero yo prefiero creer que fue mi paciencia y mi obstinación, intentando curar mi cuerpo y mi mente, lo que me devolvió las funciones normales de mi organismo, y me hizo entrar en contacto con mi antigua yo. Hoy me siento viva como nunca. Mi integridad física, mental y moral, son para mí lo primero. Aprendí a respetarme, y en lugar de permitir que la amargura hiciera presa de mí, decidí darme una segunda oportunidad en la vida.
No sé si volveré a toparme con el amor, pero si así sucede, ésta vez será necesariamente una relación entre iguales, con un hombre que como yo, haya aprendido a amarse a sí mismo, a amar y respetar a los demás; y desde luego en primer término a su pareja.
