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Violentar a las mujeres

 

 

                                                                         

por Eréndira Svetlana

Violentar a las mujeres es una práctica cotidiana en nuestra sociedad misógina y machista. Devaluarlas por su género, utilizarlas, explotarlas, maltratarlas verbal, psicológica y físicamente, someterlas, enajenar su voluntad para hacer uso cotidiano de ellas, de sus recursos, de sus capacidades, de sus emociones y su potencial como seres humanos, todas éstas son expresiones rutinarias de la forma en que se ejerce la violencia contra las mujeres en nuestras comunidades, a todo lo largo y ancho del país, en cada estado, en cada municipio, en cada vecindario, al interior de cada hogar y cada espacio familiar.  

Agredir a la mujer en el seno de la vida doméstica para ejercer el poder machista que por derecho le corresponde al varón en nuestra sociedad patriarcal, es el comportamiento base de la estructura íntima de nuestra cultura androcéntrica. Nada más común que una mujer golpeada por su pareja, nada tan rutinario como una madre sometida a la esclavitud del trabajo doméstico, a la injusticia y la indignidad de un trabajo no remunerado, no reconocido, jamás valorado por los que se benefician de él; nada tan cotidiano como una esposa abandonada a la soledad de la crianza de los hijos, la labor más importante de una sociedad en su conjunto, también la más ardua. 

Miles de mujeres mexicanas son violentadas cada día en el seno de la intimidad de sus casas, por sus esposos, sus parejas sentimentales, sus padres, sus familiares. Ni en el más sagrado de los espacios, el que corresponde al hogar propio, puede sentirse a salvo una mujer víctima de la violencia misógina. El victimario está incrustado en el centro de la vida misma, es un personaje fundamental en el escenario donde transcurren sus días, y la agresión ejercida contra la mujer es un patrón de conducta avalado por la tradición cultural, permitido por la sociedad que guarda silencio frente a la evidencia, normalizado socialmente por el discurso popular imperante, amparado por el Estado que cierra los ojos a la realidad de la violencia doméstica y se niega a legislar con determinación sobre ella.  

El machismo, exacerbado por la cultura del crimen y la impunidad, recorre nuestro país como un jinete de la precariedad, anunciando la debacle social, el desvanecimiento total del tejido que sostiene nuestra convivencia elemental como sociedad. La violencia doméstica contra la mujer es su reflejo más cruel y cada año las cifras de ésta se disparan.

 

Las denuncias de agresión física contra las mujeres al interior del hogar se cuentan por miles en cada entidad de la República, son la punta de un descomunal iceberg cuya base está conformada por la cantidad de casos en los que la víctima no reporta el daño, por coerción o miedo a las represalias. Los estados más pobres son, desde luego, los que acumulan más víctimas de la violencia de género, Oaxaca y el Estado de México, sus municipios con mayor marginación y pobreza, son los puntos álgidos de esta epidemia, pero lo cierto es que ningún Estado del país se salva, y 2019 es ya el año más violento de la historia de México en materia de violencia intrafamiliar contra las mujeres. 

Las estadísticas hablan en nuestro nombre y nos desenmascaran, hay alerta de violencia de género en más de la mitad del territorio nacional. Somos, en lo más recóndito de nuestra idiosincrasia, una sociedad que odia la imagen femenina, que no otorga ningún valor a sus mujeres, que las somete en masa a la brutalidad de una vida doméstica construida a base de violencia y explotación. Creemos, desde lo más profundo de nuestra conciencia colectiva, que la mujer se merece el castigo de la agresión marital y la devaluación familiar por el solo hecho de su condición de género, por haber nacido mujer, porque en nuestra contradictoria sociedad binaria, el boleto de la lotería social lo gana el varón al nacer.  

No existen programas sociales serios que prevengan la violencia de género al interior de los hogares, que limiten las causas estructurales del fenómeno, que aborden esta problemática dándole la importancia y la trascendencia que tiene: la de un problema social que determina nuestro atraso como democracia, nuestro rezago como sociedad.

 

Ignorar la violencia contra la mujer dentro de los hogares y fuera de ellos, hacer caso omiso de que representa una violación inconcebible a los derechos humanos de las mujeres y las niñas, significa convalidar la desigualdad y la injusticia, ser cómplices del crimen. Y el Estado es cómplice de la violencia de género cuando no acata su responsabilidad social y política, cuando se desentiende de lo que está ocurriendo en la intimidad del tejido social y no toma medidas preventivas, no genera condiciones económicas, sociales, políticas y culturales para acabar con la problemática. 

Es una realidad que ofusca, pero también avergüenza, el Estado Mexicano es un ente misógino por tradición e historia, que no se ocupa del grave problema social que representa la violencia doméstica contra las mujeres. Nada menos importante para los políticos y los funcionarios de gobierno que la forma en que son violentadas las mexicanas cotidianamente dentro de sus propias casas, nada más lejano a sus preocupaciones y sus pensamientos.    

Para una sociedad como la nuestra, pasar de la agresión doméstica a la violencia criminal y homicida que se ejerce contra las mujeres en las calles, es una transición que se da con toda naturalidad.  

No podremos ser un país progresista, una verdadera sociedad democrática, mientras sigamos permitiendo que se violente y se degrade a las mujeres en sus propias casas, que sean agredidas por sus propias parejas, por sus familias, que se les golpee, se les ofenda, se les discrimine, se les prive de las más elementales necesidades, se les niegue el acceso a derechos y privilegios por el hecho de ser mujeres y vivir en una sociedad que devalúa su género. 

La misoginia es una tara social que arrastramos desde la colonia, la violencia doméstica su expresión sintomática más dolorosa, curarnos de ese vicio deplorable requeriría una transformación profunda de nuestra identidad como nación y como sociedad, una reestructuración completa de nuestros vínculos comunitarios y la forma en que nos relacionamos. La iniciativa tendría que venir de la propia sociedad y del Estado. Hasta el momento, ninguna de las dos partes parece estar interesada en ese derrotero.

La forma en la que se trata a la mujer en una sociedad, dice mucho de sus limitaciones y sus alcances, habla de la naturaleza de su estructura más íntima y la calidad humana de quienes la componen. Una sociedad que violenta a sus mujeres y ejerce contra ellas el desprecio cultural más arraigado, es una sociedad que ha errado el camino, un colectivo humano que aunque lo ignore, lenta e irremediablemente se auto destruye.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   misoginia, machismo, violencia de género, Eréndira Svetlana

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