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Viejas Fotografías

por Eréndira Svetlana

 

Aún conservo una fotografía de Natalia a la de edad de diecinueve años. Es de la época de su partida a los Estados Unidos.  Está en San Diego, está con los amigos con los que cruzó la frontera.  El grupo aparece recargado sobre el costado de un auto de los años setenta. El auto es viejo, con la trompa alargada y los extremos cuadrados. Es como uno de esos autos de las películas policiacas americanas. Natalia lleva el cabello a los hombros y suelto, sonríe. Reconozco esa sonrisa característica, esa sonrisa a medias que no dice nada para los otros. Para mí lo dice todo. Es la forma en que sonreímos en casa, con una mueca triste, dibujada a penas sobre el rostro, haciendo contraste con los ojos, las cuencas obscurecidas, muy pronunciadas. Lo dice todo. Dice que ha dormido poco los últimos días. Duerme a penas. No sé dónde pasa las noches. Sé que donde quiera que sea se levanta con un sobresalto a mitad de la madrugada, escucha gemidos que no existen, siente el corazón latiendo en una carrera desbocada, le suda la frente. A veces está llorando cuando se despierta. A veces el sueño está todavía enredado entre las pestañas cuando ya se ha incorporado y no sabe distinguir dónde está, qué año de su vida está viviendo, siente la humedad abundante de las lágrimas sobre la cara y una opresión desmesurada que le consume el pecho, solloza, el sollozo es incontenible, no depende de ella. Pasan muchos minutos antes de que vuelva a la calma. Las cuencas bajo los ojos enormes se van oscureciendo.

 

A penas diecinueve años. Es en esa época. Todavía se escriben cartas, se usa papel y pluma, se usa el correo habitual transportado por aire y por tierra.  En una de esas cartas escribe sobre la forma en que ha cruzado la frontera. Todavía son esos años. Hay cientos como ella, en medio del desierto caminan durante días.  Los otros huyen de la pobreza, del campo deshidratado y raso, de la arcilla estéril de la sierra, de los cinturones de cemento y tierra.  Natalia no. Natalia está huyendo de ese sobresalto, de los muros vacíos desmoronándose, de esos dos grandes ojos desnudos abiertos a la desolación del llano grisáceo en la orilla del mundo.

 

Durante años escribe. No a mi madre. No a mi padre. Recibo cartas selladas en casi cualquier estado de la Unión Americana. Describe las largas travesías, los viajes eternos por carretera entre una ciudad y otra. Compara la llanura parda del oeste americano con esa otra llanura de suelos agrietados y hierba baja, esa llanura  sofocante del sur encalado donde mi padre nos lleva alguna vez a contemplar la palidez moribunda del paisaje.   A veces escribe sobre los modos secos y tajantes de la gente en esos lugares, escribe sobre la forma en que el clima agreste penetra en el humor de los habitantes. Dice que lo prefiere. Ha escuchado historias sobre ese humor llevado a los extremos, historias sobre violencia y muerte, y lo prefiere. Le hace salir del marasmo, del recuerdo estéril. Le ha hecho volverse algo distinto a la naturaleza sumisa y temerosa que lleva en la sangre. Su vida es como una línea continua trazada sobre la infinitud de los pastizales. Una línea ciega que se abre en medio del horizonte rojizo de la llanura. Es un continuo en el que huye. Está huyendo siempre. Cruza interminablemente las fronteras. Una después de otra. La última está en el extremo opuesto de nuestra orilla. Se dirige durante años en ese sentido, en dirección a la última frontera. Está en el extremo opuesto de la orilla agonizante del mundo.  

 

Durante todos esos años se despierta febril y sudorosa a mitad de la madrugada, gritando.  Todavía es así. En la foto tiene diecinueve años, tiene una pinta desmadejada de mujer joven sin dinero, está junto a sus nuevos amigos y sonríe. Está cansada pero se puede distinguir en el fondo de los ojos un alivio pasajero. Se piensa tal vez liberada, se piensa desafanada de las cadenas férreas del espanto, con un futuro posible tal vez, un futuro a salvo del silencio. Debió gustarse así. Debió enviar la foto envuelta en el papel a rayas de su primera carta porque le gustó esa imagen. Su pinta de mujer joven, pobre y sin pasado aparente, alguien como los que posan junto a ella. Debió gustarle la posibilidad dichosa de convertirse en una mujer sin historia.

Captura de pantalla 2019-02-18 12.08.23.

Eréndira Svetlana

Escritora de corazón, intensa y mordaz, llena de historias de supervivencia. Transita entre el amor desmedido y el odio selectivo. Digna representante de la Generación X con un toque Millennial.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags  fotografía, nostalgia, recuerdos, Eréndira Svetlana

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