Muchas veces he pensado que la vida ha sido injusta conmigo. Me he topado con muchas personas en distintas etapas, de quienes he esperado un comportamiento diferente; es decir, que actúen como yo creo que es correcto, pero eso nunca ha sucedido y solo he sentido enojo, frustración.

 

En el intento de tratar de entenderme, de sanar mis heridas, hice una extensa lista de las personas a quienes consideraba mis victimarios —algunos de ellos, incluso, comparten lazos sanguíneos conmigo—, pero que con el transcurso del tiempo empecé a mirar con otros ojos y hoy se han convertido en mis maestros de vida.

 

Cuando alguien me dijo que todo lo que no me gustaba que me sucediera en relación con la gente que me rodeaba era mi responsabilidad, no podía comprenderlo. ¿Cómo podía ser responsable de lo que alguien más me hacía? Yo era de esas personas a las que les resulta agradable interpretar el papel telenovelero de la pobre (o el pobre) a la que todo le sucede y de quien todos se compadecen.

 

Por fortuna, gracias a los aprendizajes que me han dejado mis experiencias me di cuenta de que ser protagonista de una historia así solo traería más de lo mismo: personas que a mi parecer me causan daño, situaciones que me ponen en desventaja, relaciones tóxicas, insatisfacción, resentimiento, etcétera, etcétera… Lo que resiste persiste y enfocar mi atención en situaciones desagradables solo las hace más recurrentes.

 

A todos nos suceden cosas, y todos tenemos el poder de darles el significado que deseamos. Cambiar la perspectiva acerca de cuál es el lugar que queremos ocupar en el mundo nos traerá personas y circunstancias nuevas a nuestra existencia, y eso no es otra cosa más que hacernos cargo de lo que nos corresponde.

 

En toda relación, sea cual sea, siempre tenemos 50% de responsabilidad de lo que sucede y el 50% restante le corresponde al otro o la otra, así que si hay cosas que no marchan bien no hay culpables, sino responsables; dejemos de darles el poder a los demás de arruinarnos o alegrarnos un día, un momento, un evento, etcétera, eso nos toca hacerlo a cada uno.

 

Cuando nos sentimos víctimas, nos ponemos en una situación de desventaja y a los demás en un rango de superioridad; vibramos en la sintonía de los desprotegidos, los vulnerables, y eso nos lo devuelve la vida, así que cambiar la perspectiva cambiará nuestra frecuencia, nuestro entorno y las circunstancias empezarán a transformarse.

 

Para mí, darme cuenta de que nadie me había hecho nada fue como soltar una mochila cargada de piedras, llena de heridas, de reproches, de culpas, y ese fue el primer paso para el cambio que buscaba, esa renovación solo podía venir de mí, para mí y por mí.

 

Nada de lo que nos sucede está fuera de nosotros, todo lo que nos pasa es nuestra responsabilidad y podemos seguir sufriendo o disfrutando, y en mi caso yo elijo lo segundo siempre, me libero y libero a todas las personas que se han cruzado en mi camino de cualquier responsabilidad, porque esta es mi historia, yo la escribo, y les agradezco por lo que me han dado, pero no quiero repetir lo vivido, prefiero aprender y agradecer siempre por cada día que va formando esta pequeña o gran historia que es mi vida.

 

Cada cosa sucede de la única manera en que puede suceder. El destino es el destino, y lo que nos ha pasado no pudo haber sido distinto; sin embargo, tenemos el fantástico poder de resignificarlo, al reconocer lo que sentimos, al ponerle un nombre, sin otorgarle más importancia de la que requiere, de ese modo nos liberaremos y aprenderemos a agradecer. Esa es la mejor manera de reinventarnos, de sonreírle a lo que cada día nos depare.

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