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Una Promesa rota

 

 

                                                                         

por Samantha FLA

No sé por qué, pero mis veranos no eran como los veía en las películas, con los amigos jugando en el vecindario, haciendo travesuras y viviendo aventuras increíbles. Mis veranos eran un caos familiar, en el que mis hermanos y yo jugábamos y peleábamos por todo, pero hubo uno que en especial guardo en la memoria, porque fue antes de que la vida diera un vuelco y me olvidara de todo.

Era 1992 y por segunda vez iba a un campamento, esa vez sería en Hidalgo, íbamos en bola mis tres primos, mis dos hermanos y yo, a mi prima favorita no le habían dado permiso de ir (para variar), así que era la única mujer del grupo. El viaje fue totalmente emocionante, pues primero teníamos que ir al DF (ahora CDMX) y después partir con el grupo al destino esperado. En el camino íbamos cantando, conociendo a nuevos amigos y pensando qué aventuras viviríamos.

Creo que era una negociación ganar-ganar pues los niños nos divertíamos y los papás descansaban de nosotros por lo menos una semana, una semana en la que seguro se sentían solteros de nuevo, romanceaban, iban al cine o simplemente dormían la siesta sin tener que atender a la prole.

Llegando al campamento nos separaron por edades y sexo, así que quedé sola alejada de mis primos y hermanos. En realidad, no tengo muchos recuerdos de mis compañeras de brigada, pero sí recuerdo haber reído como loca, haber cantado y pasar noches sin dormir hablando de todo y de nada. Tampoco es que haya sido una niña muy sociable, pero sí hice al menos una buena amiga: Jael.

Un día, no recuerdo cómo o por qué (pero tengo la imagen en la memoria), al iniciar el día en el campamento me encontré sentada junto a un chico, con el que platicaba, reía y me la pasaba pegada todo el día, incluso nos tomábamos de la mano y caminábamos hacia las albercas, en esos momentos no veía a nadie más que a él.

Era Roberto y era “Pitufo”, yo era “Tomate”, o sea que éramos de bandos contrarios, pero eso no nos importaba porque aprovechábamos los momentos de convivencia para estar juntos. Cuando tocaba competir cada quien se iba de su lado y empezaba la batalla entre azules y rojos.

Me gustaría tener más recuerdos de Roberto, pero solamente retengo su nombre y esas mañanas en las que, quien se levantaba primero esperaba al otro. Y sobre todo recuerdo que la noche antes de regresar a casa, en la fogata que se hacía para despedirnos, estuvimos juntos y nos dimos un beso en la mejilla, ¡qué atrevidos! (creo que fue mi primer novio).

Prometimos Roberto y yo que regresaríamos el año siguiente para volvernos a encontrar, pues para ese entonces sería el último campamento para él que tendría 13 años, y yo 12. Intercambiamos números telefónicos y quedamos en llamarnos, pero poco después me cambié de casa y en la mudanza perdí la agenda en la que había anotado su teléfono, no sé si él llamó alguna vez. El siguiente año no pude regresar al campamento y nunca supe si él volvió.

Después de tantos años todavía me pregunto si él regresó al campamento o también rompió su promesa como lo hice yo.

Captura de pantalla 2019-02-18 12.09.58.

Samantha FLA

Comunicóloga, lectora compulsiva, tuitera incomprendida, bailarina frustrada, amante de Netflix, apasionada del futbol y rockera por convicción. Alucina –sin consumir nada- sobre la soltería, el desamor y los corazones rotos.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   promesa, verano, campamento, Samantha FLA

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