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Una historia de amor

 

 

                                                                         

por Silvia Latuff

De niña mis padres siempre llegaban, después de clases, a recogerme al patio de juegos de la primaria. Era un deleite verlos llegar tomados de la mano como unos románticos novios, después de 11 años de matrimonio. Así se convirtieron en mi modelo de pareja deseada, y durante mi vida de juventud y mi adultez perseguí, como un santo grial, esa imagen que permaneció por siempre en mi memoria, de la pareja feliz que constituían mis padres.

Su historia de amor es única. Ambos se esforzaron mucho para abrirse camino en la vida. Mi papá era de Atlixco y mi padre de Chignahuapan. Por azares afortunados del destino ambos llegaron a la ciudad de Puebla a trabajar. Se encontraron en la escuela González Ortega, el primer trabajo de mi madre como maestra de primaria, y el segundo empleo de mi padre después de haber sido maestro en Cholula. Ambos eran jóvenes, inteligentes y aunque está mal que lo diga, atractivos y de un carisma inusual.

La Gonzáles Ortega contaba entre su plantel con una mayoría de mujeres y tres hombres, entre ellos mi padre. Las maestras solteras suspiraban por él. Era un hombre de buenas maneras, varonil y muy inteligente. Pero desde que mi madre apareció en el panorama, él decidió que sería su esposa. A ambos les tocó dar clases en 6º grado. Pero una maestra de 1º le pidió a mi madre cambiar de lugar, porque aludía que no podía controlar a niños tan pequeños. Cuando mi padre se enteró del cambio se enojó mucho, pero ideó una estrategia para mantenerse en contacto con Mapy, como él le comenzó a llamar a mi madre a partir de un mito en el que una mujer hermosa atraía a los hombres para devorarlos, La Mapiripana.

Mi papá comenzó a visitar a mi madre en su salón de primer grado, con cualquier pretexto. Luego, a la primera oportunidad organizó un viaje fuera de Puebla a un lugar natural con todos los maestros de la escuela. Mi mamá ya había reparado en las atenciones de mi padre, y ese día llevó sándwich para todos. A mi padre lo conmovió la actitud desprendida y dadivosa de mi Madre, que se gastó toda su quincena para dar de comer a los miembros de la excursión.

Luego mi padre descubrió la voz privilegiada de mi madre que cantaba tangos con el corazón. Y ella descubrió en él su virilidad, su talento como líder de masas, y ambos cedieron al encanto del otro. Su historia de amor es la más maravillosa que jamás he escuchado. Con momentos sublimes que por lo regular compartían en el grupo de sus amigos y compañeros. Pero lo más sobresaliente de esa relación que hasta la fecha perdura intacta, como las veces que iban a recogerme al patio de juegos de mi escuela, fueron los distintos desafíos que la vida puso ante ellos y de los que juntos siempre supieron salir adelante. No fue fácil educar y criar cinco hijos, pero el amor que se tenían fue el legado que transmitieron a sus hijos.

Probablemente no podré nunca formar una pareja como la de mis padres, pero el amor y todos los valores que me enseñaron me han posibilitado para entregarme a los demás y transmitir ese amor fuera de serie que mis papás me enseñaron con su perpetuo romance, con esa forma bella y profunda en que toda la vida se han tratado. La atención de la que mi padre rodeó siempre a mi madre, y la preocupación y solidaridad que ella siempre ha mostrado hacia él. Podría pasarme horas contando anécdotas en las que descubrí el amor infranqueable que existía entre ellos, pero lo que puedo decir es que su ejemplo me hizo una mujer entregada y amorosa, que han espera la llegada de un amor tan maravilloso como el que he presenciado por cincuenta años al lado de ellos. Nunca dejaron de ser ellos mismos para entregarse al otro, y nunca mostraron reservas al amarse. Construyeron un patrimonio para nosotros a través de un esfuerzo conjunto. Ella siempre lo amó y lo respetó, y él siempre la protegió, aún ahora en la vejez cuando uno suele necesitar más que nunca a su lado a un ser querido que se preocupe y demuestre a través de sus cuidados el amor infinito por el ser amado. Yo soy producto de esa ternura dada a manos llenas, y a través de ellos aprendí a amar. Gracias al amor que nos transfirieron a todos sus hijos, yo pude sortear las vicisitudes de mi vida personal y ser feliz. Tengo mucho que agradecerles, pero lo que más les agradezco es esa maravillosa historia de amor que ahora me hace tener confianza en la gente, y desde luego en la capacidad de amar de los seres humanos, como único remedio ante los embates de la existencia.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags  amor, matrimonio, relaciones de pareja

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