Una historia de amor

FUENTE: Pinterest
Por Rebeca Navarro
JUNIO 26 2018
Ella estaba parada frente al mar, su paisaje favorito. Toda la vida había amado ese misterio de azules tonalidades. Las olas hacían balancearse la superficie marina, tenuemente alumbrada por los reflejos del atardecer. Había llegado ahí huyendo de sus recuerdos, pero estos la perseguían tenazmente. El mar solía reconfortarla. Su inmensidad disminuía ese sentimiento de vulnerabilidad que le partía el alma en dos. Hacía un par de años atrás lo había conocido, alto, apuesto, con una hermosa cabellera castaña que deslumbraba bajo los rayos del sol; sin embargo, no fue su apariencia física la que la atrajo, se enamoró de su manera de ser, abierto, desenfadado, sincero y amable. Así fue desde el primer momento. Asistía a un congreso sobre arquitectura del renacimiento y ahí lo conoció, compraba libros en los “stands” del evento, durante uno de los descansos. Ambos se interesaron en el mismo libro, y eso dio pie a una plática que duró todo el descanso. A partir de ese momento comenzaron a coincidir periódicamente, y la noche previa al término del congreso, él la invitó a cenar. Fueron a un romántico restaurante al lado de una fuente en la plaza principal de la ciudad. Y ahí mismo se dieron su primer beso. Al día siguiente se despidieron, prometiéndose seguir en contacto vía internet.
Él vivía en Mérida, a cientos de kilómetros de su ciudad en el centro del país. A pesar de la distancia que los separaba comenzaron a escribirse. A veces sus mensajes eran tan extensos y detallados que ambos sentían estar juntos. También se mandaban fotos, mensajes grabados e incluso videoconferencias, ocasionalmente. Ella sabía que su relación era en realidad platónica, pero empezó a sentir que lo amaba como si realmente conviviera con él todos los días. Fue entonces cuando empezó a sentir miedo, no quería enamorarse de un imposible. Pero cada día esperaba sus mensajes, sus llamadas con una ansiedad inesperada. Él nunca la defraudaba, y cada vez que le escribía, además de hablarle de los sentimientos que albergaba, le refrendaba su amor. Había prometido ir a verla en invierno, y desde que empezaron a planearlo, todo comenzó a girar en torno a esa fecha. Pero ella era una mujer normal como todas que soñaba con vivir al lado del hombre elegido y compartirlo todo con él.
Ella sentía en su fuero interno que éste no podía ser el caso, ya en una ocasión él le había dicho que no podía cambiar de residencia. Tenía una esposa inválida por la que había permanecido dentro del matrimonio para cuidarla, y dos hijos a los que aún debía pagarles la universidad. Él se sentía solo y encontraba en Ella toda la ternura que necesitaba, pero la distancia complicaba la situación. Entonces, ¿qué podía hacer ella con el amor que la socavaba de a poco cada día?
Había pensado mucho en el momento de verlo, pero el trabajo era otro factor en su contra. ¿Cuántas veces al año podría verla? ¿Y ella estaba dispuesta a encadenarse a una relación tan condicionada? Él la llamó para amarla por internet como muchas veces, con sus palabras y sus ilusiones puestas por escrito, lo escuchó en silencio, no pudo evitar derramar lágrimas de tristeza mientras él intentaba convencerla de su amor. Cuando finalizó la llamada, sostuvo el celular en sus manos y canceló todas sus redes sociales, su correo y toda aquella aplicación con la que él solía comunicarse. De una manera misteriosa en vez de sentirse triste sintió una liberación indescriptible, podía decir que nuevamente se sintió ella, sin tener que rendir cuentas, sin tener que esperar plazos interminables, sencillamente libre.
De vez en cuando piensa en él, en lo que tuvieron juntos, en las frases que él le escribía expresándole infinidad de emociones. También ocasionalmente llegaba a su mente con una precisión absoluta el rostro de él afable y tierno. Sin embargo, cada día al salir el sol sabía que había tomado la decisión correcta. Ahora, sola frente al mar, en la inmensidad de los bermellones y con el sol a punto de morir tras la montaña, esparció en el viento húmedo del anochecer su último recuerdo de él.
En Los Calzones de Guadalupe
tenemos buena estrella,
porque podemos soñar y mostrar el alma sin pena

