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¿Una brecha insalvable?

por Xóchitl Niezhdánova

 

La felicidad más grande que he sentido en mi vida fue cuando vi nacer a cada uno de mis sobrinos. No tengo hijos propios, pero no me han hecho falta porque mis sobrinos me hicieron sentir ese amor insustituible que dan los hijos. Con cada uno de ellos fui sanando las heridas que la vida me había infringido. Tuve cinco hermosos sobrinos varones y una niña. Ahora los mayores tienen 28, y mi niña, la más chica de todos, 13. Sus experiencias fueron un alimento para mí, me renovaron y me dieron un motivo para continuar. Ellos son muy jóvenes y posiblemente no tengan forma de saber cuánto los amo, y saber que soy capaz de dar la vida porque ellos tengan una vida plena, a salvo de los peligros de la sociedad actual.

Desafortunadamente ellos, así como muchos de sus congéneres, desconocen lo que mi generación fue capaz de hacer por la defensa no solo de los derechos humanos, sino de la vida misma de miles de seres a lo ancho y largo del planeta. Ya nadie habla de las revoluciones de finales del siglo XX. De la tragedia de millones de latinoamericanos que perdieron la vida a manos de sanguinarios gobiernos militares, y de la defensa que muchos de ellos hicieron por sus derechos más elementales, llegando a conocer la tortura, el exilio, y el horror.

No es que la lucha por la vida misma haya concluido o que la amenaza de la tiranía haya desaparecido del planeta. Pero ahora la gente rechaza las guerras civiles, y de cualquier tipo, porque se ha instaurado en la humanidad el miedo. Los asesinatos en masa, la opresión a punta de metralla, el exilio han silenciado el deseo ingente de defender su vida a través de las armas.

Pero como siempre, el ser humano rescató la resiliencia desde el fondo de su ser y volvimos a soñar con un mundo mejor para la siguiente generación. Para que nuestros hijos no vivieran el calvario que vivimos muchos latinoamericanos, y que a pesar de la “modernidad” continúan viviendo muchos ciudadanos en diferentes latitudes del planeta en este instante.

Los latinoamericanos que participaron en esas debacles sangrientas volvieron a sus casas con la ilusión de recuperar a sus familias. Muchos de ellos encontraron cenizas, principalmente aquellos de origen indígena, pero a pesar de todo, la gente se aferró a la esperanza, y comenzaron a reconstruir la existencia. Entonces vino al mundo, en medio de inmensa alegría y anhelo, la siguiente generación. Ninguno les puso título a sus hijos al nacer: millennials, generación z. Los padres sólo se dedicaron a amar a esos hijos que representaban para ellos un milagro, y que traían consigo nuevos deseos de vivir. Estos niños nos avasallaron con su ternura, con su inocencia sabia, que observaba al mundo ávidamente, y los progenitores se dedicaron a protegerlos, a prodigarles todo, muchas veces a pesar de sus propias heridas de vida.

Y a la par del crecimiento de estos seres de luz, el mundo, una vez más, se transformó. Tal vez es algo muy tonto de decir, pero nadie esperó que al crecer estos jóvenes, estos niños, la típica brecha generacional se hiciera tan honda y tan profunda como nunca. Los jóvenes comenzaron a defender rabiosamente banderas políticas, oponiéndose con furia, pero esta vez no al sistema imperante sino a los padres, a quienes culpan de toda clase de ideas retrógradas, como si fueran ellos, sus cuidadores, los últimos obstáculos para la igualdad mundial. Ahora los propios conceptos de amor de la generación anterior son puestos en duda y nosotros condenados por obsoletos y prejuiciosos. Nuestros hijos no quieren saber nada del pasado. Piensan que los graves problemas de la humanidad comenzaron hoy, que ellos son la primera generación que intenta resolverlos, para limpiar el desastre que dejaron sus padres. Por alguna razón sus padres se convirtieron en el enemigo a vencer. Un enemigo que los ama hasta la saciedad y que ante sus ataques y descalificaciones prefiere guardar silencio, y ahogar la tristeza de ver como se alejan de nosotros. Pierden de vista que nuestra experiencia podría ayudarlos a zanjar la diferencia generacional y resolver juntos los problemas sociales más relevantes.

Para estas jóvenes generaciones, ávidas de reivindicación y cambio como todas las generaciones que los anteceden, las filosofías que esgrime la generación anterior son las responsables del desastre mundial que hoy les toca vivir. Cuando su inquietud los induce a profundizar en la historia del mundo, terminan repudiando todo conocimiento anterior. Ahora, quien rige sus criterios, quien les da la información que necesitan y validan, su doctor en ciencias, su guía espiritual, que les conoce mejor que nadie y ajusta sus algoritmos para llegar al fondo de sus necesidades, es la computadora, las redes sociales, los inefables medios de comunicación, que los conducen gustosos por el camino correcto y comparten sus banderas o les fabrican unas hechas a la medida de sus jóvenes e insaciables mentes.

Entre los temas de mayor controversia para las nuevas generaciones está la defensa de los derechos de la comunidad  LGTB. Los problemas de elección de género o de identidad sexual son tan antiguos como la humanidad misma, personajes como Oscar Wilde fueron víctimas del rechazo de la sociedad victoriana en la que vivían. La primera mujer lesbiana de la que se tiene noticia fue Safo de Mitilene, conocida también como Safo de Lesbos, por vivir en la isla de este nombre. El pintor Einar Wegener, nacido en el siglo XIX fue el primer caso conocido de mujer trans. Y un perfil que no forma parte de la comunidad LGTB son los hermafroditas, repudiados y vilipendiados. Existe una película actual argentina “XXY” que trata este delicado tema, no solo por el rechazo de que es objeto la protagonista, sino por el drama existencial que ella vive.

En mi época de adolescente, y muchos años antes de mí, el rechazo a los homosexuales terminaba con frecuencia en brutales asesinatos. El problema no es reciente. Lo novedoso es la viseralidad con que nuestros hijos defienden este complejo tema de la vida social, que además  los conduce a repudiar a todos los adultos sin distinción. La humanidad ha crecido en conciencia con cada generación, y no es la primera vez que se pone en el tablero la defensa de los derechos humanos. Creo que puedo decir que la historia de la humanidad es la historia de la defensa de los derechos humanos. Y en todas las épocas se han defendido diversos tipos de derechos y problemas sociales, por los que muchos seres humanos han dado la vida.

Lo que ahora resulta algo extraño es el odio de los jóvenes a la generación anterior, el cual subyace en los reclamos, muchas veces infundados o exagerados, que ellos hacen. Comprendo que la nueva generación sufrió los conflictos irresueltos de sus padres y su imperfección como seres humanos, pero no pueden negar que muchos de ellos crecieron en el seno de una familia amorosa, bajo su protección y abrigo. Me pregunto si el amor logrará zanjar esta dolorosa brecha, este terrible muro de incomunicación, ausencia de respeto e incluso odio, que se ha levantado entre nosotros y nuestros hijos, por temas que deberían ser explicados, compartidos y solventados en comunión.

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Xóchitl Niezhdánova

Ingeniera de la vida y poetisa de mente, soltera por descuido que no deja de creer en el amor. Viajera en el mundo de los sueños, eterna distraída y pintora.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es de lo que todos deberíamos estar hablando

Tags  Generación Z, Millennials, brecha generacional,  Xóchitl Niezhdánova

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