
Un final feliz
por Tonatiuh Arroyo
La cinta que da título a la columna de esta semana cuenta la historia de una familia adinerada francesa, cuyos integrantes se ven obligados a lidiar con dramas personales que les impiden verse unos a otros y, de hecho, a establecer algún tipo de comunicación entre ellos.
Eve, la protagonista —interpretada por la actriz adolescente Fantine Harduin—, videograba con su teléfono celular cómo es la vida al lado de su madre, quien padece una depresión profunda. Y motivada por la experiencia miserable que significa soportar esa circunstancia, toma la decisión de envenenarla con un coctel de antidepresivos y drogas contra la malaria.
Luego de que la mujer es internada en un hospital, Eve es hospedada por su padre, Thomas Laurent, en la casa del abuelo Georges, la cual también es habitada por la tía Anne; el hijo de esta, Pierre, y la nueva familia de Thomas —integrada por su joven esposa, Anaïs, y su pequeño hijo lactante.
El hogar de los Laurent es tan contradictorio como las vidas de quienes lo habitan: por fuera es ostentoso, pero una vez adentro es fácil darse cuenta de que se encuentra en la ruina. De esa manera es que el director Michael Haneke expone a los miembros de una familia contemporánea, víctimas de sus propias frustraciones e incapaces de mirar más allá de sus intereses no satisfechos.
Thomas, luego de haberse divorciado de la mamá de Eve y de haber formado una familia con una mujer más joven —madre de su hijo menor— vive una tórrida relación con una violonchelista; Anne, su hermana, mantiene un idilio con el abogado de la empresa estadounidense que le comprará la mayoría de las acciones de su compañía con la condición de que remueva a su hijo del puesto como segundo director operativo, y Pierre, el vástago de esta, proclive al alcoholismo, es el típico junior inútil de quien la madre ya no espera nada.
El detonante de esta historia parte de un accidente en la constructora de la familia, en la cual un obrero pierde la vida al utilizar un baño móvil inhabilitado que, para su mala fortuna, se despeña con él dentro. El incidente provoca que la relación entre Anne y Pierre se tense, aunque ella solo está interesada en su próximo compromiso matrimonial.
Por su parte, Eve —decepcionada de su padre por el desinterés que muestra hacia todo lo que no sea él mismo—, luego de enterarse de que su madre ha muerto y de vivir el miedo a ser enviada a un orfanato, tiene un revelador encuentro con su abuelo, durante el cual cada uno confiesa sus secretos oscuros. Pero lejos de que esa reunión signifique algo, Haneke nos revela el solipsismo en el que se desenvuelve la sociedad occidental actual, el cual le impide contactar con los demás; ahora, las emociones se comparten vía mensajes de texto en plataformas electrónicas; el contacto físico es innecesario; el sexting sustituye al arrebato del deseo sexual; la vida se filtra a través de los aparatos electrónicos y se convierte en un suceso irrelevante.
La realidad se está convirtiendo en el relato de una verdad sin argumento; avasallante, desensibilizadora y cruel. En este filme, Haneke exhibe el aislamiento existencial provocado por la decadencia de las relaciones humanas. Un final feliz en el nuevo milenio no es imaginable sin volver a ver con los propios ojos, a sentir con el propio cuerpo, a compartir —en verdad— el mundo con los otros.
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Un final feliz (Happy End; Francia/Alemania/Austria, 2017). Duración: 107 minutos. Director: Michael Haneke. Guion: Michael Haneke.
Edición: Monika Willi. Elenco: Isabelle Huppert (Anne); Jean-Louis Trintignant (Georges); Mathieu Kassovitz (Thomas); Fantine Harduin (Eve); Franz Rogowski (Pierre); Toby Jones (Lawrence); Laura Verlinden (Anaïs).
