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Soltera a los 50

FUENTE: Getty Images

Por XÓCHITL NIEZHDANOVA

     A diferencia de muchas mujeres de mi generación, nunca dediqué tiempo para pensar mi boda. Por lo tanto, se me olvidó casarme. Siempre tuve una adicción peligrosa al sexo opuesto, pero mi timidez me preservó del arte pecaminoso del amor, durante algún tiempo. Y hasta antes de los treinta años, nadie me molestó con preguntas incómodas acerca de mí soltería. Por esos años me encontraba muy ocupada intentando ganarme mi lugar en el mundo. Este hecho me distrajo, al punto que olvidé todo ese engorroso asunto del matrimonio. Pero soy una romántica sin remedio, y lo seguiré siendo aunque use dentadura postiza. Por lo cual, en mi caso permanecer soltera no fue una elección sino un descuido. Y en un parpadeo, el numerito del vestido blanco, la iglesia y el anillo, se me pasó por alto. De cualquier forma, de haber sucedido, habría preferido casarme con un hermoso pareo de vibrantes tonalidades en color naranja, y a orillas del mar.

 

En mi caso permanecer soltera no fue una elección sino un descuido

     Pese a eso, en varias ocasiones me enamoré con intensidad, y jugué al juego de la conquista, aunque muchas veces resulté cazada pero con Z. No es fácil amar en éstos tiempos en que los hombres prefieren obsesionarse con el trabajo para mantener su estatus; tener dinero disponible para su vejez;  mantener su refrigerador bien abastecidos de cervezas para el fútbol de los domingos; y solo eventualmente conseguirse un affaire para espantar el aburrimiento y exorcizar la soledad. Pese a eso, tuve mis buenos momentos (en un descuido aparecía el príncipe). Uno de esos momentos sucedió en Guatemala, próxima yo a cumplir treinta años, y en las noches que escasea el romance, aún recuerdos aquellos "encuentros" apologéticos que confirman que el sexo es el mejor deporte. Pero el problema sobrevino cuando caí en el equívoco de pensar que una relación estable era la llave mi felicidad. Fue necesario estrellarme contra la pared del desengaño repetidas veces, para concluir que solo yo podría proporcionarme aquella calma interna que, inconscientemente, todos buscamos en un buen cariño.

     Aunque, antes de descubrir la verdadera fuente de mi satisfacción, tuve que superar el trauma de ser la eterna solitaria. Cuando me comenzaron a preguntar el por qué de mi soltería, por ahí de los 40 años, me di cuenta que había olvidado el pequeño detalle de “sentar cabeza”, al lado de un hombre “conveniente” que me otorgara el título, tan ambicionado por muchas, de esposa. Afortunadamente, los paradigmas acerca del matrimonio comenzaron a cambiar, a la par que mis años de soltera aumentaban, y antes de convertirme en una “solterona” a la vieja usanza, empecé a estar de moda por mis ideas vanguardistas acerca de “preferir” la soltería al matrimonio. Pero como dije, permanecer soltera nunca fue mi elección. La vida simplemente me sobrevino. Fue mucho después, cuando comencé a pensar de manera consciente en estos temas, que eché un vistazo a mi alrededor y me di cuenta de la zona de guerra en que sé habían convertido muchos de los matrimonios de mis amistades. Y entonces mí soltería se convirtió en un privilegio.

Antes de descubrir la verdadera fuente de mi satisfacción, tuve que superar el trauma de ser la eterna solitaria

      Con el tiempo he hecho las paces conmigo misma. Aprendí a quererme como soy, centrándome en mis verdaderos intereses, y ensanché mis fronteras para abarcar otras formas de realizacion basadas en mis destrezas y gustos. Hoy, escribir poesía, pintar un cuadro, pasar tiempo al lado de mi sobrina, viéndola crecer, son opciones más halagadoras y menos frustrantes, que la ambigua y siempre azarosa relación con el sexo opuesto. Muchas veces prefiero unas emocionantes vacaciones en la playa, al lado de mi familia, que enfrascarme en la desgastante espera por el “adecuado”, además de confiar en que éste se decida a comprometerse conmigo de una manera auténtica.

     No he de mentir, aún pienso en compartir un proyecto de vida con alguien que me ame por lo que soy, pero ya no me desespero. Desapareció el deseo vehemente por estar en pareja, y el miedo a la soledad. Sí algún día me topo con el amor, me encontrará disfrutando de mi vida, y sin prisa alguna por apresurar nuestro encuentro. Finalmente aprendí a permitir que la vida me sorprenda, y las cosas tienen sentido sin necesidad de que un “alguien” las embellezca para mí, con su presencia.

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