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Sobre la revolución y el hombre nuevo

por Eréndira Svetlana

 

Cuando mi padre volvía hablaba de revolución. Llegaba de otra realidad, con la frente limpia y las palabras despejadas, y hablaba de revolución. Había un fuego interno que le iluminaba la cara cuando decía el hombre nuevo, la lucha del pueblo,  la revolución. No entendíamos mucho de lo que hablaba pero la fuerza de ese fuego interno que teñía el tono gutural de su voz era brutal, llenaba el espacio de luz y era capaz de borrar toda la historia anterior a sus palabras. El mundo nacía  nuevamente cada vez que mi padre hablaba de esas cosas que no podíamos entender, que se nos escurrían de las manos como agua, duraban a penas los segundos necesarios para abrir senderos en la imaginación, luego buscábamos los rescoldos de ese fuego tan intenso por todos los recovecos de la memoria, luego encendíamos con ellos hogueras pequeñas de llamas muy pálidas en los sueños, su incipiente calor lograba abrigarnos a veces durante la madrugada, repetíamos “el hombre nuevo”, “la lucha del pueblo”, “la libertad”, “la revolución”, y a veces con las palabras podía volver el resplandor de su rostro, a veces también la dicha profunda de su voz al pronunciarlas.

Hablaba de otras cosas también. Contaba su niñez de miseria en las faldas húmedas de la sierra. Hablaba de la hierba deslavada por la lluvia pertinaz como un susurro, de los lugares donde había crecido, los senderos desolados de la sierra, la niebla densa a ras de la arcilla encendida, hablaba de la miseria del campo, de los niños perdidos para siempre en la pobreza de un pedazo de tierra húmeda alejado del mundo. Ahí había tenido una casa de ladrillo siendo niño, en ella había amado la autoridad pétrea de su padre, su cinturón de cuero crudo partiendo el aire nocturno para impartir a los hijos el castigo merecido; había visto a su madre parir sobre la inmundicia de un catre viejo, en medio de una marejada de fluidos viscosos y degradantes que le dejaron marcado en el ánimo de por vida el horror a los asuntos femeninos. También había tenido hambre, hambre de días,  había ido a una escuela de postigos de madera y piso de tierra sintiendo, como los otros, un hueco en las entrañas mientras el maestro hablaba. Él había venido de ahí, de ese mundo, el mundo de los caídos, de los desposeídos, los que viven como sombras, las manos hechas de tierra y de pobreza.  Pero todo eso se había acabado, se había quedado en el recuerdo, decía.  Ahora habría otros tiempos, de eso estaba seguro.  “Vendrá el hombre nuevo”, decía, “Serán ustedes, cuando amanezca, cuando triunfe la lucha del pueblo”. Entonces volvía a encenderse su rostro, durante horas volvía a perderse en ese sueño, “El hombre nuevo”  Los hombres que están creciendo, serán solidarios y firmes, le darán la mano al hermano y sembrarán con él el futuro, serán hombres libres, hombres más plenos, los hará libres el trabajo, el esfuerzo por los otros, por el compañero.   

Le escuchábamos durante horas largas. Atesorábamos cada una de sus palabras, su tono de esperanza, el arrojo, la ferocidad con que esos vocablos explicaban el curso del mundo, la búsqueda inaplazable del ideal postergado, arrebatado durante tanto tiempo. Hablaba durante horas de todas esas cosas y soñaba, se sumergía y se perdía en esa visión cálida. Nosotros nos olvidábamos de nuestra propia historia. Soñábamos mientras se podía, soñábamos con él, navegábamos esas aguas diáfanas del futuro que nos dibujaba con sus historias.

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Eréndira Svetlana

Escritora de corazón, intensa y mordaz, llena de historias de supervivencia. Transita entre el amor desmedido y el odio selectivo. Digna representante de la Generación X con un toque Millennial.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags  revolución, hombre nuevo, infancia, Eréndira Svetlana

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