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Ser niño en la frontera

FUENTE: Getty Images                          

Por Mariana Tristán

​JULIO 16,  2018

Me pregunto qué sentirá un niño migrante en la frontera entre México y Estados Unidos al ser capturado por la patrulla fronteriza, ¿qué habrá en su mente cuando es enviado y encerrado con otros cientos en “las hieleras”?, ¿qué tipo de sentimientos experimentará al ser separado de sus padres de forma violenta y arbitraria por las autoridades del gobierno americano, cuando es enviado a algún centro de detención, a una “perrera”, como ellos les llaman, a cientos de kilómetros de distancia de donde su padre o su madre se quedan detenidos para ser procesados como criminales por las instancias jurídicas del país vecino?, ¿cuáles serán sus ideas, recuerdos, sensaciones en la soledad y el frío dentro de esas jaulas metálicas en las que son encerrados como animales mientras su situación jurídica se resuelve?

 

Cientos de ellos pasan por ese trance traumático cada día. En el momento en que escribo estas líneas se conocen al menos 2 mil 300 casos de niños migrantes mexicanos y centroamericanos que hoy viven esa situación, quienes han sido separados de sus padres desde hace días, o que han tratado de cruzar el límite fronterizo solos y han sido capturados por la policía y enviados a esos refugios indignos, todos ellos menores de edad entre 1 y 18 años que apenas saben decir su propio nombre y dar cuenta de las razones por las que han llegado hasta donde están.

 

La atención internacional sobre esta crueldad la suscitó el 12 de junio pasado una imagen captada por el fotógrafo John Moore para la agencia Getty Images. La fotografía se viralizó en redes sociales de forma dramática, y en tan solo un par de horas se convirtió en un símbolo de la crisis humanitaria que se vive en el límite territorial que divide a México y Estados Unidos.

 

En ella aparece una pequeña hondureña de 2 años, quien llora angustiada al momento de ser detenida junto a su madre por la patrulla fronteriza, la mamá está siendo cacheada por los agentes policiacos mientras ella se muestra confundida y aterrorizada ante la violencia con que son tratadas ambas.

 

En el blog del portal de la empresa para la que trabaja este profesional de la fotografía, el autor de la imagen ha relatado la historia de las protagonistas del momento que ha capturado con su cámara.   

Madre e hija habían recorrido más de mil 500 kilómetros de distancia en busca de asilo. “La madre me dijo que habían viajado durante un mes entero y estaban agotadas”, detalla Moore en su relato.  Fueron detenidas hacia las 11 de la noche al intentar cruzar la frontera junto a un grupo de aproximadamente 20 personas, en su mayoría mujeres y niños. Al ser detenidas, los oficiales dijeron a la madre que dejara a la niña en el suelo mientras la registraban, y en ese momento la menor comenzó a llorar.

 

La imagen es tan desgarradora y elocuente que la revista Time la ha utilizado como parte de una de sus portadas más aclamadas, la que ilustra la crueldad y la sinrazón de la brutal administración que encabeza el presidente Trump.

La estrategia de separar a las familias de migrantes en la frontera sur de los Estados Unidos forma parte de la política migratoria de cero tolerancia del gobierno trumpista, implementada desde hace al menos tres meses, y aunque las autoridades de esta administración lo han negado de manera rotunda, expertos internacionales en esta materia y activistas especializados en el fenómeno migratorio afirman que dicha política es una medida extrema para disuadir a los migrantes de intentar cruzar la frontera de manera ilegal.

 

Analistas de la política internacional del actual gobierno estadounidense opinan también que esta medida antiinmigrantes y los 2 mil 300 niños que han sido víctimas de ella, hasta ahora, han sido utilizados como peones para fines políticos, como el financiamiento del muro fronterizo, con la intención oculta de atraer la atención del Congreso del país del norte hasta el punto de negociar con los demócratas una solución de la crisis humanitaria que se ha provocado a cambio de la aprobación del presupuesto para la construcción del muro, la promesa que robusteció la base de electores de Trump durante su campaña.

 

Sea o no esta la intención de la administración actual, con su política salvaje e inhumana, lo cierto es que la atención local e internacional que ha generado ya es enorme.

 

Cientos de famosos y celebridades del mundo del entretenimiento, del deporte, de la política y la plana mayor del medio empresarial han expresado su repudio a la situación que actual de los migrantes en la frontera.

 

Gobiernos del mundo entero han manifestado su rechazo y han pedido que las instancias internacionales intercedan ante la flagrante violación de los derechos humanos que la ejecución de esta política supone para quienes la padecen.

 

Bono, Oprah Winfrey, Reese Witherspoon y Judd Apatow son algunos famosos que han iniciado auténticas campañas de rechazo a la administración Trump y a sus atroces actos que rebajan a la indignidad a miles de seres humanos.  

 

Pero la experiencia desoladora y traumática a la que se someten quienes cruzan la frontera entre México y Norteamérica no es nada nuevo, su naturaleza cruel y extrema la han vivido miles que año con año, desde hace décadas, se lanzan a la peligrosa aventura de perseguir el sueño americano.

 

Y la atención que artistas y celebridades han prestado a esta experiencia desgarradora tampoco es reciente. Muchos cineastas y escritores, especialmente, han utilizado los relatos de los migrantes para desarrollar proyectos artísticos que le hablen al espectador desde la realidad de la migración y su desamparo.

 

Entre ellos, uno de los más recientes es Carne y arena, una instalación de realidad virtual que el cineasta Alejandro González Iñárritu ha desarrollado para recrear los horrores por los que pasan los migrantes en la frontera y acercar de ese modo al espectador a la vivencia en carne propia.

 

Quienes han tenido la oportunidad de asistir a esta instalación artística han dado testimonio de su contundencia, a través de la tecnología que emplea han podido ponerse en la piel y los zapatos de las miles de personas que sufren este viacrucis en la vida real, y para muchos ha sido una experiencia tan brutal que les ha abierto los ojos a una verdad desconocida: “Se siente un frío inhumano que congela las venas y desbarata el alma”, declaran algunos sobre la recreación de Iñárritu de “las hieleras”;  “por primera vez pude imaginar lo que es tener un arma de alto calibre apuntándome directo a la cara. Esta instalación te pone ahí: como a un criminal, sin derechos ni garantías individuales de ninguna especie, hincada en un piso de tierra, descalza, con los pies desnudos, con miedo y un frío de la chingada”, han dicho otros en los medios.

 

Seguramente, estas descripciones se acercan mucho a la experiencia real de los migrantes en el cruce fronterizo, y en materia de expresión artística la obra de Iñárritu es, hasta este momento, lo más cercano que tenemos a nuestro alcance para comprender la crisis humanitaria que se vive en el sur de los Estados Unidos; sin embargo, lo que los asistentes llegan a sentir no puede ir más allá de los límites de su entendimiento como adultos, y sus sensaciones no pueden compararse con las de ninguno de esos niños, pues ellos tienen una percepción distinta del mundo, sus experiencias traumáticas van más allá del entorno físico, tienen que ver con lo que sienten sus padres, con la vulnerabilidad o la fortaleza de los adultos que los cuidan, con la seguridad que para ellos representa su presencia y el sentimiento indescriptible de orfandad que su ausencia les genera.

 

Esa crisis humanitaria generada en la frontera sur de Estados Unidos no tiene forma de describirse ni existe manera de reproducir la experiencia de esos niños para que el mundo la entienda, se encuentra más allá de la violación de los derechos humanos, de la indignidad e inhumanidad, de la disolución completa de los rasgos evolutivos que, como especie, hemos alcanzado.

 

Por ello, ser niño en la frontera en el siglo XXI se ha vuelto un paradigma del desamparo y el dolor extremo que puede experimentar un ser humano, una experiencia sin vocablos ni formas de describirse, un horizonte inabarcable de vulnerabilidad en donde la vileza de un gobierno totalitario ha ido a depositar su desprecio por la humanidad.

 

Las sensaciones que se derivan de esta experiencia están ahí, mudas, desconocidas, todavía infantiles y ambiguas, esperando su oportunidad de ser escuchadas, de ser traducidas al limitado lenguaje emocional de los adultos.

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