Saber ser y saber estar
por Lourdes Alonso
Los seres humanos tenemos la fantástica costumbre de quejarnos de absolutamente todo lo que sucede a nuestro alrededor. Todos los días encontramos una nueva razón para hacerlo: nos lamentamos porque llueve; porque hace frío; por el calor; por la vecina; por la manera en que nos tratan nuestros padres o jefes; por lo que dijo o hizo el presidente; por cómo reaccionó nuestra pareja; en fin, motivos no faltan, pero ¿ganamos algo?
Hoy les quiero compartir una frase que me gusta mucho y que, tal vez, podría ayudarnos a ver las cosas desde un punto de vista diferente: “Hay que aprender a saber ser y a saber estar”.
Si cada uno tuviera conciencia de lo que esa frase significa, dejaría de quejarse de todo lo que sucede afuera y empezaría a hacerse responsable de lo que tiene que ver consigo mismo y, en consecuencia, empezaría a modificar su perspectiva de las cosas.
No es extraño que muchas personas siempre se mantengan a la expectativa de que sus problemas se arreglen a partir de los dichos o acciones de un tercero, pero si supieran ser y estar en lo que les corresponde —es decir, en su buen lugar—, los sucesos a su alrededor —se los garantizo— empezarían a cambiar.
Somos seres en constante transformación, y la vida hoy nos obliga a seguir un ritmo muy acelerado, a vivir todo tan de prisa que se nos olvida lo que realmente somos, a lo que realmente vinimos a este mundo, y es que es que parecería que somos la única especie que no es consciente del ser. A lo que me refiero es a que, por ejemplo, un perro es un perro y actúa como perro; un oso es un oso y actúa como oso, pero los humanos —quienes, irónicamente, nos distinguimos de los demás animales por nuestro raciocinio— no actuamos como tales, pues somos insensibles e incongruentes.
Solemos eludir la responsabilidad que tenemos ante lo que sucede a nuestro alrededor como si no quisiéramos encajar en el entorno; esto es, estamos físicamente donde se supone que debemos estar, pero nuestro consciente está ausente. Vivimos en automático y dejamos que los días transcurran sin que intervengamos para que sean significativos; les pedimos a los demás que jueguen roles que nos hagan sentir satisfechos sin asumir el compromiso de lo que nos corresponde desde el lugar correcto en el que debemos hacerlo.
La típica frase “lo que te choca te checa” empata perfectamente con la idea de trabajar en nosotros lo que nos molesta de los demás. Cuando juzgamos, criticamos y nos quejamos, en realidad dejamos de ver lo que debería ser trabajo nuestro.
Si deseamos experimentar un cambio verdadero en nuestras vidas, es necesario dejar de quejarse de todo, colocarnos en nuestro buen lugar, olvidarnos de que nuestros hijos, vecinos, amigos, padres, parejas, etcétera, son los responsables de cambiar las circunstancias que nos disgustan, y podrá parecer trillado, pero el cambio empieza en nosotros mismos, cada uno es responsable de su entorno, de sentirse satisfecho, feliz y agradecido.
Si sabemos ser madres, actuaremos como madres, y lo mismo sucederá si sabemos ser ciudadanos, hijos, esposos, novios, hermanos, adultos, etcétera. Nadie puede decirnos qué hacer o que está bien y que está mal, nuestra conciencia despierta será la brújula que nos indique el camino que transitaremos, lo que nos toca hacer en el lugar en el que decidimos colocarnos.
Si nos hacemos responsables de lo que nos concierne, si somos y estamos en nuestro buen lugar; es decir, si nos hacemos conscientes de nuestro actuar, experimentaremos la magia de evolucionar, de progresar en nuestras vidas; miraremos con suficiente profundidad lo que se nos presente —bueno y malo— y dejaremos de quejarnos, porque para arreglar lo está afuera hay que trabajar en serio con lo que pasa en nuestro interior.