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Quién dice que el romance no existe

FUENTE: Pinterest

Por XÓCHITL NIEZHDÁNOVA

Me dirigía al brindis de fin de año de mi generación y abordé un Uber para ir al restaurante donde tendría lugar la reunión. Desde el inicio el conductor, un joven de cerca de 28 años, agradable y vestido impecablemente, me sorprendió con su amabilidad. Inmediatamente me hizo la plática como si me conociera de tiempo atrás, con una familiaridad y una inocencia poco habitual para un citadino. Su acento lo delató, le pregunté si venía de provincia, y me contestó que era de la ciudad de León, en Guanajuato. Me sorprendió que hubiera abandonado su tranquilo estado por una ciudad tan convulsiva como Puebla. Y entonces, sin que yo tuviera que hacer mucho esfuerzo para motivarlo, se puso a contarme la historia de su llegada a la “maravillosa” ciudad de los Ángeles.

Era Ingeniero Mecánico Automotriz, y antes de trasladarse a Puebla trabajaba en su ciudad natal en una fábrica de automóviles muy importante. El tiempo que llevaba ejerciendo le había servido para hacerse de una bonita casa de dos plantas en una zona exclusiva de la ciudad; y de un automóvil sedán con el que conducía todos los días a su trabajo. En León estaban su hermana y su padre, única familia con la que contaba. Y aparte de su desempeño como profesional de la industria automotriz, tocaba en la estudiantina de Guanajuato que ocasionalmente entretenía al turismo por los hermosos callejones de aquella ciudad. Hasta el momento el relato me parecía estupendo, pero seguía sin entender su movilización a una ciudad tan distante de su lugar de origen.

Me contó que en uno de aquellos fines de semana que paseaba por los callejones con sus compañeros de la estudiantina, conoció a una bella turista que resultó ser originaria de la ciudad de Puebla. Parece ser que el flechazo fue instantáneo, al menos para él, y desde ese fin de semana iniciaron una convivencia que se tornó epistolar cuando ella regresó a su ciudad, y más tarde comenzó a visitarla en Puebla. Hasta ahí todo me pareció normal y sin consecuencias. De hecho ese tipo de enamoramientos entre provincianos y fuereños suele ser algo común, cuando se está de vacaciones.

Lo interesante comenzó cuando este joven, a quien llamaremos Rodrigo, comenzó a ver en la poblanita toda clase de cualidades especiales y únicas, y llegó a la conclusión que precisamente ella, de entre todas las mujeres que habían cruzado su camino, era la indicada para él. Y sin dudarlo, el buen Rodrigo vendió todas sus pertenencias, incluyendo la magnífica casa en la zona exclusiva de León; se despidió de su pequeña familia y emprendió camino a la Ciudad de los Ángeles con la pretensión de proponerle matrimonio a la turista, a la que llamaremos Sofía. Sólo se le olvidó el pequeño detalle de comunicarle por anticipado sus planes a la joven Sofía, así que el ingeniero, sin importarle tirar por la borda un patrimonio construido con esfuerzo, empacó su vida en un sencillo equipaje y se llevó sus sueños al lado de su amada, dejando atrás familia, compañeros de estudiantina y todo.

En este punto del relato yo ya me encontraba algo nerviosa acerca del posible desenlace, las mujeres de pronto perdemos de vista lo que ellos arriesgan por nuestro amor, y las que se precian de ser modernas poco valoran las demostraciones de amor desprendido como la del joven Rodrigo. El caso es que, obviando un poco los detalles y el nerviosismo que seguramente Rodrigo vivió por días, finalmente se presentó ante Sofía, le dijo que le tenía una sorpresa, le vendó los ojos y la condujo a una pequeña pero flamante casa en un exclusivo fraccionamiento, que había comprado para que fuera su “nidito de amor”, no pude evitar mostrar mi sorpresa y le expresé, algo sobresaltada, que cualquier mujer de esta ciudad estaría encantada de poseer una casa en ese lugar. El inocente me comentó que al comprarla ni siquiera se enteró que era una de las zonas más exclusivas de la ciudad, y que lo único que buscaba era consolidar su amor y ofrecerle algo decente a su “prometida”. En realidad Sofía no supo jamás cuando ascendió a la categoría de prometida, pero ante tal ofrecimiento no tuvo otra opción que aceptar la propuesta de matrimonio del valiente Rodrigo.

Muchas estarán pensando seriamente en la salud mental de mi joven conductor de Uber para este entonces, pero el caso es que él no dudó ni por un momento que su decisión había sido la correcta. Con lo que no contó es que el puesto que le habían prometido en la fábrica ya había sido cubierto, y no le quedó otro remedio que alquilarse como chofer de Uber, para subsistir mientras intentaba regresar a su estatus original de ingeniero automotriz, en una ciudad en la que los trabajos no abundan. Al concluir su relato se veía visiblemente emocionado. Me dijo que no lamentaba ni por un segundo su decisión, y que por el momento vivía con Sofía en la casita exclusiva, pero pronto se realizaría la boda. Yo le deseé lo mejor. Y honestamente espero que Sofía esté a la altura del sentido amor que este joven le ofrece en bandeja de plata.

¿Quién puede decir después de esto que el romance no existe?, quien se atreva a pensarlo tendría que ver cómo se llenaron de lágrimas los ojos del joven cuando le prometí que difundiría su historia, porque lo que él había hecho merecía ser divulgado como ejemplo para escarmiento de aquellos cínicos narcisistas que no son capaces ni de gastar en un buen ramo de flores para obsequiar a su Dulcinea. Ya lo ven, la vida nos da sorpresas. Y para las que aún duden que pueden hallar a un hombre que las proteja y las cuide con devoción sin pedir nada a cambio, aquí les dejo la singular historia de Rodrigo, que momentáneamente bajó de rango laboral, pero que ostenta henchido de amor su corazón por la joven Sofía, a la que más le vale tratarlo con aprecio y agradecimiento, porque de lo contrario yo voy a ser la primera en buscarla y darle un coscorrón, por no valorar los esfuerzos de Rodrigo. He dicho.

En Los Calzones de Guadalupe escribimos historias para desnudar el alma

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