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FUENTE: Pinterest

Por MOUNA VERT

Como responsable sucesora de mujeres fuertes, emprendedoras y autosuficientes terminando la universidad  busqué un buen trabajo que me permitiera con los años un futuro cómodo y seguro en lo referido a lo económico. Un amiga, (entonces una buena amiga) tenía contactos en las instituciones gubernamentales del país gracias a la loable reputación que su padre se había hecho dentro del gremio de la alta abogacía mexicana. Aprovechando la ventaja que dichas relaciones le daban, un día de aquellas épocas llamo al teléfono de mi casa (no existían ni de fingido los celulares) para invitarme a trabajar con ella en unos de estos lugares privilegiados para quienes tenían dentro de su conocencia tales alcances. Desde luego inmediatamente acepte la deferencia y me integré gustosa a una de las áreas de la subdirección de personal para hacerme cargo del servicio social nacional de la institución. 

 

Entre las oficinas que integraban la subdirección estaba la que por décadas había manejado el Sr. Perez Roa, desde mi joven punto de vista el decano de la institución. Su labor consistía en buscar entre la ciudadanía escuelas que otorgarán becas para poder ofrecerlas a los empleados y sus familiares sin importar nivel laboral, educativo, sexo o edad. Un día de tantos, platicando sobre su experiencia de años me ofreció sin mas una beca para estudiar francés en el IFAL (Instituto Francés  de América Latina). Su ofrecimiento cambiaría mi futuro.

 

La verdad es que lo pensé y repensé antes de aceptar el reto, después de todo trabajaba de lunes a viernes jornada completa (9:00 a 15:00 y de 17:00 a 19:00) y como cualquier asalariado que se respete podrá entender, tenía una vida qué vivir aunque fuera los fines de semana. Sin embargo, el cosquilleo de aprender todo lo que no sabia y que persiste a la fecha me obligó a decir sí, ante la insistencia de mi compañero para que me beneficiará con una de las muchas prestaciones qué teníamos como trabajadores del estado. 

 

Comencé a estudiar francés todos los sábados de 8:00 a 15:00 hrs. El primer día en que asistí note la facilidad con que el idioma se me insinuaba al oído. En esas 7 horas iniciales había armado una pequeña conversación, había escrito una narración sobre quiénes y a qué se dedicaban los miembros de mi familia, y lo mas importante había entablado relaciones amistosas con un grupo de jóvenes arrebatados con quienes compartía una cascada de sueños por cumplir y que por supuesto hacían de mi día uno lleno de alegría y entusiasmo entre las fuertes carcajadas que irrumpían lo mismo en la cafetería que en el sacrosanto salón de clase. 

 

El semestre paso con rapidez y mis conocimientos del idioma se potenciaban sorprendiéndome a cada paso. Al inicio del segundo semestre uno de mis profesores recién llegado de Francia, nos dejaba todos los fines de semana con el asombro de lo maravilloso que era la vida en francés. Por supuesto la inquietud surgió. Qué estaba esperando? ....comencé a soñar!!!  

 

Un día, un domingo, platicando con mi padre lancé la inesperada propuesta: podría irme a estudiar francés en Francia? La lengua trastrabilló al pronunciar la frase, sentí ineludiblemente la impertinencia de mi propuesta y quise huir, salir corriendo sin esperar el reproche que me estaba ganando a pulso, (así era el "respeto" que se debía a los padres por aquel entonces) pero  para mi sorpresa mi padre respondió sin mas "mijita, si eso deseas, intentemos hacerlo". No lo podía creer!! Debo confesar que nunca esperé semejante respuesta, por el contrario,  estaba preparada para escuchar la retahíla de razones sentimentales, morales y económicas que me impedirían realizar mis sueños. Con tal fuerza me atreví entonces, no sin cautela, a abordar a mi madre con el tema un par de días después. No es raro imaginar que como buena madre era mucho más difícil provocarle una sonrisa o permitirte un sí de buenas a primeras, sin embargo, su propia historia de vida (ella habría deseado estudiar medicina pero a principios del siglo XX "las señoritas y las buenas costumbres" de la época se lo habían impedido) me llevaba a pensar que un milagro podía ocurrir. No me equivoqué, igual que mi padre, doblemente sorprendida me dio su absolución impulsándome a salir al mundo a vivir mi vida.

 

Mientras mis amigas preparaban su boda (estábamos por cumplir 24 años y la vejez asechaba a pasos agigantados) yo hacia planes para dejar a mi familia de origen y emprender una nueva ruta de vida dejando en el camino mi envidiable trabajo, mi acolchada cama, el plato abundante y caliente de las comidas, la compañía entrañable de mi hermana y el afecto y los cuidados de mi padres siempre preocupados por mi irreemplazable bienestar.

 

El papeleo, la visita médica que la embajada exigía, la aceptación que una universidad francesa tenía que otorgarme, mi trabajo que nunca dejé sino hasta último momento y mis clases de francés hicieron de la espera hasta finalmente obtener mi visa de estudiante, tiempos menos pesados.

 

Mis padres decidieron llevarme hasta la puerta de entrada a mi nueva vida. Tomamos un avión de la Air France que nos llevó a Paris y de ahí el TGV (Train de Grande Vitesse) que nos dejaría en la Gare de Lyon una tarde de agosto allá por los años ochentas.... Si, por supuesto, del siglo pasado...

 

No era la primera vez que estábamos en Francia pero si era la primera vez que dejarían una hija del otro lado de la cotidianidad de su mundo.  Buscamos el mejor lugar para vivir e iniciar mi nueva vida. Se instalaron en el Hôtel Globe et Cécile, junto con mi hermana, a media cuadra de Place Bellecourt  muy cerca de la que sería mi casa en los sucesivo. Un par de semanas después los acompañé a la Gare para verlos partir hacia París y luego a la Ciudad de México quedándome en lágrimas ocultas, con la sonrisa transformada en fortaleza y con la decisión irrevocable de permanecer en Francia dibujada sobre mi todavía rostro infantil. 

 

Hoy, tras muchos años de aquella aventura, evocó esa juventud en que las ganas y la seguridad en mis potenciales como mujer fuerte y decidida me impulsaron a enfrentar como entonces, como siempre a mi luz y sombra que gritó, que grita a voz en cuello: "sí, vete!!! Sal!!! Atrévete joven niña a vivir tu sueño!!! Empuña con el alma tu fuerza y rompe las cadenas que te atan en temores!!! Vive!!! Goza!!!  ...Antes de que cumplas cuarenta y descubras tardíamente que el mundo, ese que esta ahí únicamente para ti cómo la puerta del castillo en las novelas Kafkianas, se conquista con la fortaleza de saberte sabia, con el miedo guardado en los bolsillos, con la decisión de ser en plenitud aquella joven que tus ansias un día ilusionaron segura, con valores propios bien plantados, con principios irreprochables, moralmente buenos, incuestionables porque desde tu libertad, así lo sientes, así lo escoges, así lo vives!!!

 

 

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