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Pigmentocracia,

vivir en un país que se autodiscrimina

 

 

                                                                         

Imágenes tomadas del proyecto digital @mexicanomx,

del fotógrafo Dorian Ulises López

por Eugenia González

El tema lo trajo a la conversación y al debate candente en redes sociales Estefanía Veloz, militante de Morena, feminista y activista, cuando en un programa de Televisa (Punto y Contrapunto con Genaro Lozano, en ForoTv)  dijo este fin de semana que el evento automovilístico de la Fórmula 1 era un espectáculo para fifís porque los boletos eran muy caros y la gente que asistía ahí era güerita y de ojos claros, -La Fórmula 1 es un tema de "pigmentocracia"- repitió varias veces durante su participación como panelista en dicho programa televisivo.

 

De ahí en adelante, todo el sábado y domingo las redes ardieron con iracundia como suelen hacerlo cuando se tocan temas muy sensibles de la identidad ciudadana, de los usos y las costumbres más arraigados de nuestra patria, esos que nadie quiere admitir y sobre los que nos cuesta muchísimo hablar, porque la consciencia colectiva es delicada como la psicología individual, y que no nos toquen lo que nos acompleja y nos trauma porque luego luego saltamos de indignación. 

 

Que si la pigmentocracia existe, que si la señorita se inventó el término, o se lo sacó de la manga, que si está bien utilizado, que si en México todos somos morenos, todos somos mestizos, que si unos son chairos y otros fifís porque son más blancos, que si somos nacos, que si unos y otros nos odiamos, que si la verdad todos somos supremacistas blancos.

 

El reguero de pólvora no solo incendió las redes sociales, a principios de semana hubo también una oleada de artículos periodísticos abordando el tema e inundando la prensa nacional. Sociólogos, comunicólogos, periodistas, expertos en temas de discriminación, en temas de racismo,  creo que todos se hicieron escuchar, trataron de poner luz al asunto y dejaron clara su posición.

Creo que en el fondo hay una razón muy precisa para que el tema y la palabrita haya cobrado tanta y tan desproporcionada transcendencia. El racismo y la discriminación social, particularmente por el tono de piel y la apariencia, es una espina muy dolorosa en nuestro zapato, todos los mexicanos traemos ese capítulo inconcluso en nuestra mente, es algo que nos agobia, que nos toca, de una u otra forma, un tema que a todos nos involucra y no nos deja. Seamos morenos, mestizos o güeros, la discriminación racial es un tema que a todos nos salpica.

El término pigmentocracia no es nuevo, es un concepto académico que surgió en los años 70s del siglo pasado, lo utilizó por primera vez Alejandro Lipschutz, un fisiólogo argentino, para referirse al sistema de jerarquías sociales existentes durante la época de la colonia, jerarquías que precisamente estaban fundamentadas en el color de la piel, y que generaron en ese tiempo una estructura socio-racial muy rígida.

El origen de la palabra está estrechamente unido al fenómeno que representa en la actualidad. La pigmentocracia nos habla de una estructura social en la cual las jerarquías de poder obedecen al tono de piel, a la apariencia racial, entre más blanquito seas, más oportunidades de desarrollo tendrás en la sociedad, mejor trabajo, más ingresos, más oportunidades y mejor trato. 

¿Que si somos una sociedad pigmentocrática?  Por supuesto que lo somos, nacimos racistas antes que mexicanos, tenemos el tono de la piel metido hasta lo más recóndito de la identidad y lo usamos con toda desfachatez como pasaporte social. Y si alguien pretende negar esta realidad, francamente no conoce a los mexicanos. No hay nadie en esta suave patria que no haya sufrido discriminación o aprobación por la tonalidad de su piel, nadie a quién no le hayan dicho "güerito" en un mercado, por más moreno que se vea uno frente al espejo.

Pero lo verdaderamente preocupante sobre la cultura de la pigmentocracia en nuestra sociedad, no son las jerarquías económicas y sociales de las que los comentaristas hablan, es la forma en que el color de la piel como categoría de valor se ha internalizado en nuestro subconsciente, la manera en que nos determina y nos hace concebirnos a nosotros mismos.  

Los mexicanos nos otorgamos un valor social y político de acuerdo a la estratificación tonal de la morenez, y eso se ha convertido casi en un acto reflejo, un juicio a priori que aprendemos a hacer desde que nacemos, tan arraigado a nuestra sociedad y a nuestra forma de ser que ya casi ni lo notamos, lo hacemos en automático, tanto si se trata de los que nos rodean como de nuestro propio aspecto. 

Nos discriminamos según el tono de piel en todos los ámbitos de la vida, en la escuela, en el trabajo, en la calle, incluso en los círculos más privados, en familia, en la intimidad de un baño frente al espejo. Allá en el fondo de nuestra consciencia racista y acomplejada, arraigada a nuestra idiosincrasia por la herencia de la colonia y la vecindad cercana con la raza gringa, hay una vocecita incómoda pero persistente que nos susurra todos los días “eres más moreno que aquél, pero mucho menos que este otro”. 

Esta es la realidad pura, hay que decirlo aunque la herida arda porque permanece abierta todavía a estas alturas, la mexicana es una sociedad que se autodiscrimina, una auténtica pigmentocracia

 

 

 

 

 

 

 

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   discriminación, racismo, pigmentocracia

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