Permisividad
por Tania Cortés
Tras una larga serie de relaciones románticas frustradas, le pregunté a mi psiquiatra a qué se debía ese repetitivo patrón de conducta que una y otra vez me arrastraba a establecer vínculos de carácter tóxico con el sexo opuesto, que mermaban mi autoestima y me hacían extraviarme en un vórtice de confusión que lo mínimo que me provocaba era una depresión, la cual me mantenía tirada por meses en cama, después de ser rechazada y abandonada humillantemente por mi pareja en turno. Yo me esperaba de su parte una amplia explicación llena de conceptos complejos y elaborados razonamientos psiquiátricos. No obstante su respuesta fue simple –Ha sido una serie de conductas permisivas- Ante su respuesta me quedé boquiabierta y avergonzada. Callé por un momento y después, reflexionando un poco le dije -Estoy de acuerdo, pero porqué ha sido así-, -mis padres jamás me educaron para ser permisiva-. Mi cabeza se hallaba llena de dudas, y fui honesta al decir que la educación que recibí en casa no podía constituir un antecedente para una conducta tan insana y anómala que me había atraído cientos de episodios de dolor, y que no tenía idea de cómo detener.
Es posible que ciertas ausencias en el núcleo familiar, y la carencia de afecto, ocurrida de manera inconsciente, por parte de alguno de nuestros progenitores, impidan que en ocasiones desarrollemos una estructura emocionalmente independiente, sana y libre de codependencias. No obstante, el tiempo pasa, y pese a nuestros peores pronósticos todos maduramos y aprendemos a ejercer la razón, y el libre albedrío, a la hora de relacionarnos con los demás. Porque la permisividad no sólo puede ser hacia una pareja, sino hacia un amigo, un jefe o incluso un miembro de nuestra propia familia. Tal parece que en nuestro interior existe un vacío afectivo que demanda ser llenado a toda costa. Esa famosa necesidad de sentirse aceptada también contribuye a buscar la aprobación de los demás, y en aras de ello tendemos a satisfacer sus caprichos y necesidades, sin mucho autocontrol y menos capacidad de amor propio.
Aún recuerdo la ocasión en que mi psiquiatra me dijo –Debes amarte a ti misma- y yo me quedé viéndola entre incrédula e indignada. ¿Amarme a mí misma? ¿Qué significaba eso? Acaso teníamos que aprender como amarnos, no era un aspecto intrínseco a nuestra naturaleza mortal. Quién atentaría contra su propia persona en pleno uso de sus facultades mentales. Nuestra vida transcurría en la consecución de nuestras metas y la búsqueda de la felicidad, cómo entonces era posible que no nos amáramos a nosotros mismos si todo lo que hacíamos era perseguir nuestro beneficio. Sin embargo, el tiempo me hizo entender las sabias palabras que mi doctora pronunciara en esa ocasión. Es verdad que en el fondo ansiamos la felicidad y vamos en pos de ella, pero muchas veces de manera inconsciente tergiversamos el significado de lo que nos hace felices, y terminamos por servir a los intereses de los demás aún por encima de nuestra propia integridad: física, psicológica y moral. Nos arriesgamos a bajezas y humillaciones por ser amadas; permitimos transgresiones sólo para ser aceptadas en el núcleo de nuestros amigos o conocidos; satisfacemos al amante aún a costa de nuestra dignidad y el núcleo más intocable de nuestro ser. Y las indignidades no terminan. Las formas de herirnos se reproducen sin término. Nos acostumbramos a vivir del afecto de los demás y no nos percatamos que para amar, ser aceptado y respetado, primero debemos hacerlo con nosotros mismos.
Afortunadamente como suelen decir, si no aprendes una lección la vida te vuelve a poner ante la misma situación hasta que finalmente la comprendes. Y así es en la mayoría de los casos. Los golpes que te destruyen metafóricamente las entrañas (a veces no tan metafóricamente), los dolores que hacen polvo tu autoestima, las indignidades que te avergüenzan hasta que, con mucho esfuerzo, aprendes el poder del perdón, todos ellos dejan una “secuela” en la esencia de tu personalidad hasta que después de mucho forcejear con la vida entendemos que nosotros estamos por encima de todo y de todos. No de una manera egoísta, sino de una manera conveniente y sana. Para conservar nuestros principios, nuestra naturaleza, debemos aprender a respetarnos. No buscar fuera, lo que la vida nos lleva a descubrir que siempre hemos llevado dentro. Somos los más capacitados para amarnos, para comprendernos, para perdonarnos y para darnos la felicidad que tan desesperadamente nos pasamos toda una eternidad buscando en hechos efímeros y en personas que no tienen ninguna intención de vernos como sus iguales. El error no es nuestro, ellos no son capaces de amar como nosotros merecemos, porque simplemente no está en su índole. Aunque volvieran a nacer, esos narcisistas nefastos y tóxicos volverían a hacernos el mismo daño, porque su capacidad para amar está simplemente averiada.
Una tarde de spa consintiendo a nuestro cuerpo, una salida a algún lugar natural para recargar energía, una tarde de baile en algún salón donde podamos interactuar con otros amantes de la danza. Hay muchas formas de demostrarnos amor y consentirnos. Pero la fundamental es no permitir ni una sola falta de respeto. Si para nosotros una frase es insultante, no podemos permitir que alguien la profiera en nuestra contra sin establecer los límites inmediatamente. La base del amor hacia nuestra persona efectivamente es la capacidad para poner límites, aún ante la persona más amada. Nadie tiene derecho a irrespetarnos. La razón por la que hemos permitido atropellos, humillaciones y faltas de respeto pierde importancia ante el hecho de que ahora seamos capaces de reivindicarnos primero ante nosotros mismos, y luego ante los demás. Quien logre ver el valor que posees como mujer, como ser humano, se quedará a tu lado. El que tenga la torpeza mental de ignorar tu valor interior te llamará arrogante y se dará la vuelta, pero te estará haciendo un favor.
Nunca tengas miedo de ser despreciada, de quedarte sola, porque además no sucederá. Hay miles de seres en el mundo, y de entre todos habrá muchos que acepten la persona única y valiosa que eres y querrán ser incluidos en tu universo. Todos tenemos razones para ser amados, pero más importante aún, todos tenemos la obligación de aprender a amarnos a nosotros mismos, antes que a los demás.
