
No es una típica historia de verano
por Lourdes Alonso
Sé que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados a la característica historia de verano que nos cuentan en el cine o en las novelas, esa en que las miradas se encuentran y nace un romance apasionado. Bueno, pues esta no es así del todo.
Empieza con el buen Tomás sentado en una banca frente a Catedral, con una mano recargada en la rodilla y con la otra sosteniendo una paleta helada de frutos secos y los ojos viendo al piso, cuando una mujer se acerca y le pregunta:
—Disculpa, ¿sabes a qué hora abren la iglesia?
—No trabajo aquí, ¿por qué tendría que saberlo?
Molesto, levanta la vista y lentamente la recorre desde los zapatos, hasta el rostro… la muchacha tiene los ojos más bonitos que ha visto en su vida. Entonces, enrojece, tartamudea y, apenado, se disculpa:
—Lo siento. No sé a qué hora abren… es que no vengo aquí con frecuencia… Perdón... soy Tomás… ¿y tú?
—Yo soy Elizabeth, bueno Eli, vengo de Sonora, de vacaciones —le responde extrañada, aunque curiosa.
—Es muy temprano, ¿quieres desayunar? Te invito, para que no creas que soy así de grosero.
Ella acepta, y los siguientes quince días recorren la ciudad de arriba para abajo viéndose, conociéndose, riéndose, compartiéndose, y algo especial nace entre ellos, justo cuando el verano ya está extinguiéndose.
Llega la despedida. Ella se va, pero trata de mantenerse en contacto con él mediante llamadas, mensajes y mails que él apenas contesta porque le da pena expresar o plasmar por escrito lo que siente. Finalmente, la distancia y el tiempo debilitan el lazo que tenían, hasta que dejan de saber el uno del otro.
Hoy, Tomás se lamenta por no haber hecho algo más y haberse perdido una oportunidad de crear una historia que, tal vez, le hubiera dado muchas más vueltas al sol.
El aprendizaje de esto es que no debemos permitir que el miedo o la vergüenza nos limiten para inventar nuevas posibilidades de vida, para arriesgarnos a experimentar a ser diferentes; a sentir, a tocar, a convivir y a comunicarnos de otra manera. Solo les digo que las experiencias más gratas se encuentran más allá de la zona en que nos sentimos cómodos, lejos del temor al qué dirán o del prejuicio de sentirnos expuestos; es decir, se hallan exactamente dos pasitos adelante del ¡sí me aviento, chingue a su madre! No es tan difícil, ¿o sí?