top of page

Moscas,

la satisfacción del odio

FUENTE: Pinterest/Juliette Jourdain

Por NADENKA KRUVSKAYA      Abril 25 2018       

¿Cómo empezar? Verán ustedes, les voy a contar sobre un oscuro descubrimiento que he hecho acerca de mis propios sentimientos, trataré de ser breve para que no se me aburran, aunque la mera verdad no sé si pueda, porque cuando algo se convierte en una maldita obsesión, difícilmente puedes contarla en tres palabras, así que si me alargo se aguantan. 

 

La historia comienza así: yo vivo en un departamento muy bonito, o sea, no se crean, es cómodo y agradable, y está en una buena zona, pero está en el DF, es decir, ya empezamos mal desde ahí, pero para ser el DF, no está tan peor, ¿me entienden?, el único defecto de este departamento es que está muy cerca de una presa cuyas aguas son negras. Para solucionar este problema los colonos de por aquí han hecho muchas cosas, pero bueno, no me voy a detener en eso, ya saben cómo es la burocracia en México, el caso es que la presa sigue ahí, y sus aguas cada día están más cochinas, lo cual es un auténtico problema de peste y de salud.

 

Resulta que un buen día, después de más de diez años de vivir aquí, amanecimos con la novedad de que una espantosa plaga de moscas nos había invadido, y digo invadido porque neta fue literalmente así, techos, paredes, muebles y demás artefactos con los que uno suele mal vivir, estaban tapizados de moscas, no exagero, lo que se dice tapizados. ¡Moscas!, moscas, moscas, moscas, por aquí, por allá, por todos lados, una auténtica pesadilla como se podrán imaginar.

 

Mi primera sensación fue por supuesto ¡qué ascoooo! ¡esto es la locura! ¡yo no puedo vivir así! Pensé de inmediato ¡traigan un fumigador en este mismo segundo que arrase con todas estas malditas moscas! Si, claro, okey, pero resulta que cuando vives en familia y no eres la única que toma las decisiones, no puedes implementar las medidas locas y neuróticas que muchas veces quisieras tomar, porque pagar las consecuencias de eso suele salirte mucho más caro. He aquí que decidí, por lo tanto, esperar un poco antes de enloquecer y empezar a matar como enajenada con insecticida a todas estas cochinas moscas.

 

Sin embargo la recámara donde duerme mi pequeña hija estaba también atestada de moscas y, desde luego la plaga en esa parte del departamento tenía que ser forzosamente eliminada, digo, no podía permitir que mi pequeña durmiera expuesta a esa barbaridad de asqueroso insectos. 

Mi macabro descubrimiento sobre la naturaleza oscura de mis sentimientos empieza justo aquí, porque a falta de una forma efectiva de acabar con todas esas moscas de una sola vez, me vi en la necesidad de matar a trapazos una por una de esas inmundas criaturas aladas. Recuerden que estaban por todos lados, pero especialmente en el techo, era una plaga, literalmente una plaga, una auténtica maldición que como en las narraciones bíblicas nos había mandado Dios, pero que la neta me latía mucho que venía más bien de la cochina presa. 

Ahí me tienen, ya se podrán imaginar, trapo en mano, trepada sobre los muebles o saltando como rana, matando mosca por mosca, lo bueno es que por cada trapazo me echaba dos o tres malditas moscas al tiro, anduve así un buen rato hasta que acabé con todas las moscas del cuarto de mi preciosa, cada vez que daba un trapazo y veía caer un par de moscas me sentía enormemente satisfecha. Más tarde, mi esposo, ¡que dios lo bendiga por acomedido el buen hombre!, se dio a la tarea de rociar insecticida por el resto de la casa para acabar con la infame plaga. 

Claro que ahí no acaba la historia, la invasión inverosímil de moscas en nuestro departamento y nuestras vidas siguió durante varios días, incluso pasaron semanas, mi esposo con el Raid y yo corriendo por toda la casa persiguiendo moscas a trapazos. Era una espantosa pesadilla, tener todo el tiempo esta sensación neurótica e histérica y de profundo asco que no sé cómo describir, de locura y ansiedad,  esta sensación horrenda de estar viviendo entre una plaga de moscas, porque cuando les digo plaga no hablo de 20 moscas, ni de 30 ni de 50, hablo de cientos de insectos nauseabundos cubriendo las paredes y los techos, conviviendo como huéspedes permanentes con nosotros en el mismo espacio donde hacemos la vida diaria.

 

Un centenar de moscas cuando menos cada día, mi desesperación llegó a su límite, me lancé al supermercado a buscar soluciones drásticas, primero compré uno de esos aparatos eléctricos que se supone que las eliminan, porque obvio no podíamos andar día y noche rociando insecticida, contamina el ambiente, se te mete en los pulmones y quién sabe cuánto daño hace. 

El dichoso aparato no sirvió, seguía habiendo moscas por todas partes, me lancé otra vez a la tienda a comprar otro aparato, éste era disque ultrasónico y se supone que debía alejar a las moscas con sus ondas especiales, pero nada, a los malditos insectos no les hacía ni cosquillas, se paseaban por todos lados como Juan por su casa. Ahí tienen que voy de vuelta a la tienda, esta vez me compré una de esas raquetas para electrocutar moscas, ¿si saben a cuáles me refiero? son viles matamoscas pero electrificados, haces como que juegas al tenis, das un raquetazo y te echas unas cuantas moscas, cada vez que las electrocuta se escucha un chirrido de insecto chamuscado que es a decir verdad altamente satisfactorio.

Es aquí donde empiezan mis obsesiones, y donde empiezo también a desarrollar algunas destrezas bastante perversas,  la raqueta se vuelve mi arma homicida favorita, ando por toda la casa sujetándola, ya no puedo separarme de ella, si no estoy cazando moscas tengo siempre la raqueta cerca de mí, muy a la mano, porque se ha vuelto mi amiga inseparable, es una extensión siniestra de mi brazo.  

 

Mato moscas con la raqueta sin ton ni son, mato moscas todo el día sin control, doy un raquetazo, alcanzo tres moscas asquerosas,  la raqueta las electrocuta y se escucha ese exquisito chasquido de insecto frito, siento una satisfacción inaudita, no conocía esta sensación tan placentera de insecticidio consumado.  

 

Ahí empieza la perversa historia de la satisfacción del odio, porque está de más decirlo en este punto, pero yo odio a las moscas, las odio las odio y las odio con toda mi alma. Me produce una enorme satisfacción verlas electrificadas en la raqueta, sin darme cuenta voy desarrollando una obsesión por matarlas,  también desarrollo una gran habilidad para identificar en dónde están y cuáles son sus lugares predilectos en la casa. Alguna que otra pasa volando muy confiada y yo la sigo y la sigo sin descanso hasta que la alcanzo y la electrocuto.

 

A veces  estoy lavando los trastes o leyendo un libro o haciendo alguna otra actividad, de pronto pasa una maldita mosca, y yo en definitiva y sin pensarlo dos veces detengo toda tipo de actividad, voy rápidamente en busca de la raqueta y persigo a la cochina mosca hasta aniquilarla. 

 

Tres semanas después de que empieza la plaga, voy a la tienda a comprar otro aparato que se supone que sí es efectivo, esta vez se trata de un artefacto con una luz que las atrae y las electrocuta, pero como se podrán imaginar, esta nueva adquisición también deja mucho que desear, les hace los mandados a las moscas y yo sigo enloqueciendo en mi desesperación.  

 

La plaga continúa hasta el día de hoy, aunque la verdad ya la hemos reducido bastante, hemos usado de todo, hasta lo que no se imaginan, sin embargo puedo decir por experiencia que lo más efectivo es el insecticida. Ando por todo el departamento con la raqueta en una mano y el Raid en la otra, matar moscas se ha vuelto mi actividad favorita,  adoro dirigir el insecticida hacia la mosca en cuestión, es como si yo fuera un francotirador, localizo a mi presa, preciso su ubicación, aprieto el rociador, el disparo va directito a la mosca y la aniquila, veo cómo cae muerta la maldita, la satisfacción es enorme, pero se vuelve aún mayor cuando traigo el recogedor después de una sesión de disparos y barro los cadáveres de todas las que han caído durante la cacería.

 

Debo confesarlo, matar moscas se ha vuelto mi obsesión, se ha vuelto además un auténtico deporte en casa, un deporte que me entretiene de una forma muy perversa, que quisiera evitar pero no puedo, porque ese placer de verlas morir, de verlas electrificadas, es altamente gratificante y es también un placer irrenunciable. 

 

Ando de cacería todo el día, doy un raquetazo, electrocuto a una mosca, se escucha el chasquido, incluso de pronto huele a quemado cuando las mato, el olor a insecto chamuscado se ha vuelto parte de este ritual macabro altamente placentero.  La sensación que experimento es como la de una misión lograda, sí, es eso, el inconmensurable placer que produce el deber satisfecho.

Quería contarles eso, este descubrimiento que he hecho sobre la parte más oscura de mi naturaleza, soy una mujer perversa, encuentro una enorme e inevitable satisfacción en una actividad tan cruel, asquerosa y quitatiempo como es la de matar despreciables moscas. Pero bueno, nadie es perfecto.

 

Suscríbete a nuestra Revista Digital

     Y recibe nuestro Newsletter gratis cada semana

Lo tienes que leer

bottom of page