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Miedo

por La Orgullosa

 

Son casi las doce de la noche. He estado tratando de conciliar el sueño sin ningún éxito. De pronto, un reloj imaginario marca la medianoche. Escucho campanadas inexistentes en mi mente, y en medio de la penumbra, la habitación se transforma. Aparecen largas sombras en las puertas de madera del placard. Tengo la certeza de una “presencia”. La recámara se desvanece, se aceleran los latidos de mi corazón, y mi cuerpo zozobra en medio del silencio más absoluto.

He estado tratando de convencer a mi mente que todo es normal. Pero la presencia crece, y ahora abarca todo el cuarto. También la siento en mi interior. El miedo me invade, es una mezcla de vacío, ansiedad, gritos ahogados, y un deseo de salir corriendo a la calle y no parar. Sé que es un síntoma de mi trastorno bipolar, pero no puedo usar el raciocinio para evitar lo que está pasando, y mucho menos puedo tranquilizarme.

Otras veces he salido veloz, en busca de alguien a quien contarle lo que me pasa, para que me acompañe a la habitación y ahuyente el dolor que me invade ayudándome a conciliar el sueño. Pero esta vez, pese al miedo que me invade, decidí no pedir ayuda. Quiero llorar. No hay nada que me proteja del terror que siento. Las sombras se multiplican, y se acercan a mí. Siento que casi se materializan. Que me van a tragar en cualquier momento. Se apoderan de mi voluntad; las fuerzas me faltan.

Ahora me siento en una tumba profunda, sin escapatoria, y vuelve a mí el deseo del llanto. No tengo escapatoria, estoy a merced de las sombras, de su macabro poder que terminará por engullirme. Y el miedo se vuelve invencible, me cala los huesos, va a explotarme el corazón. Me hundo hacia dentro de mí misma, en una caída sin fin.

¿Cuánto tiempo transcurrió desde que comenzó a temblarme el corazón?, y apareció la primera sombra que parecía abalanzarse sobre mí con saña. ¿Qué hora marcaba mi reloj cerebral? La persiana estaba cerrada y no podía calcular qué hora era. El miedo seguía incrustado en mi cuerpo, pero parecía ceder con el paso de los minutos. Ya no quería salir corriendo. La tumba desapareció y volví a sentir bajo mi cuerpo la suavidad de las sábanas. Me aventuré a mover las extremidades; tragué saliva. Aún sentía la “presencia” y el poder de las sombras incrustadas en las paredes de la habitación.

Por momentos sentí que mi corazón se detendría. Pero esta vez estaba decidida a vencer la inquebrantable coraza del miedo. No quería seguir siendo presa de su poder. No quería ser paralizada por su fuerza, cada vez que decidiera albergarse en mi mente, en mi cuerpo y conducirme al borde de una muerte imaginaria. Ya no quería ser presa de sus trucos, de sus artimañas para invadirme los sentidos, y que mi psique vulnerable fuera presa de sus insoportables sensaciones, como el loco vaivén de una estúpida marioneta de papel.

No he conocido sensación más estremecedora que el miedo incrustado en mis vísceras. El sentimiento de muerte es inminente. Siento cómo una fuerza malévola me persigue, y se apodera de mi ser, sin escapatoria posible. Aquella noche logré resistir, y paulatinamente todo aquel montaje dispuesto para mí, fue desapareciendo imperceptiblemente. Permanecí sola, zozobrando en medio de la oscuridad. Me sentía en un pozo sin fondo, sin un alma que pudiera salvarme del horror de la soledad. Con un vacío en el corazón, cuya sensación jamás podré olvidar.

Parecía que todas las penas del mundo confluían en mí. Estoy segura de que el miedo y la impotencia volverán, en la noche más inesperada, y que de nuevo querré gritar pidiendo ayuda. Pero por ahora logré espantarlo. Cada vez que el miedo me avasalla, voy conociéndolo un poco más. Sus trucos, la forma en que penetra mi cuerpo. Y confío en que cada vez tendré más poder para resistirlo, siempre que no ceda a su dominio, siempre que no enloquezca y grite en medio de la oscuridad, pidiendo ayuda.

Ese es el Miedo, que puede hacer presa de nosotros en incontables momentos, y por un sinfín de motivos. Mi Miedo es un miedo patológico, provocado por los neurotrasmisores de mi enfermo cerebro. Pero todas las clases de miedo tienen el mismo propósito: paralizarnos, matarnos de terror, y atraparnos en sus garras por un tiempo indefinido que retumba en la cabeza como las campanadas de la muerte que nos acecha.

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La Orgullosa

Amante del amor y la sexualidad en todas sus formas. Fogosa y apasionada. Impulsiva y testaruda a más no poder. Interesada en los temas prohibidos y controversiales. Se cree poseedora de la razón, y es investigadora incansable de los misterios de la psicología humana.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que todos queremos escuchar 

Tags  miedo, terror, trastorno bipolar, descontrol, La Orgullosa

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