

por Samantha FLA
Tengo una de esas relaciones a las que llaman tóxicas. Empezó cuando tenía 17 años y sigue hasta ahora; obvio, no les voy a decir cuánto tiempo ha pasado desde entonces porque van a hacer cálculos sobre mi edad, y de eso no estamos hablando.
La cosa es que vivo llena preocupación, dolor, molestia y a veces hasta siento que me estorba, pero no puedo terminarla. Se trata de una dependencia terrible porque, de una u otra forma, me sostiene, es parte fundamental de mi día a día. Somos inseparables, en pocas palabras.
Varias veces he terminado en el hospital por su culpa y hasta me he privado de hacer cosas o ir a lugares porque tengo miedo de que algo pase. En la prepa me hizo sufrir como no tienen idea, pero como era joven e inexperta, no hice caso a las señales evidentes.
Después, en la universidad, sin más ni más, un día me hizo terminar en el hospital, y así nos fuimos varios años con momentos buenos y malos, con altibajos, pues a veces estábamos muy bien y otras francamente mal. Dejé de jugar futbol, de bailar, de correr, me quitó mucho de mi vida normal.
Pensé que en algún momento todo iba a cambiar, pero estaba muy equivocada. Ya en la vida laboral dos o tres veces me ha incapacitado, y sí —lo confieso—, he llorado por su culpa y me he deprimido de manera terrible. En algunos momentos sueño que somos felices, que estamos bien y que corremos libres por el campo o por donde sea.
La más reciente que me hizo fue no dejarme ir al Vive Latino con mi amigo Harold —¡sí, así como lo oyen!—, no conforme con haberme hecho ir a parar a urgencias y pasar varias semanas sin poder caminar, no pude ir a ver a varias de mis bandas favoritas por su culpa.
Esta relación amor-odio que tengo es desgastante, pero después de tanto tiempo ya me acostumbré a vivir así, aunque a veces sí me saca de mis casillas.
Ustedes se preguntarán ¿por qué siendo como soy no tengo la capacidad para terminar con esta relación, de separarme o simplemente ignorarla? La respuesta es muy sencilla: no puedo deshacerme de ella porque estoy hablando de mi rodilla izquierda, esa señora que —ya sea por la hiperlaxitud, el menisco discoide o el ligamento cruzado anterior— no me deja en paz, la quiero porque es parte de mí y —como ya lo dije— me sostiene, pero a veces no la soporto, nomás me hace sufrir. Vivir con ella es un sufrimiento constante.
No sé qué piensen ustedes, pero para mí esta sí que es una relación tóxica y codependiente, ¿no?
Mi relación tóxica
