
Mejor sola
por Aitana Lago
¿Por qué es tan complicado salir de nuevo? Esa es una pregunta que me hago desde hace un tiempo y abro la interrogación al mundo entero. No sé si esto solo me pasa a mí o a la gente de mi generación que, por uno u otro motivo, está sin pareja.
Les cuento: tuve solo un par de novios hace mucho tiempo; después, algunos amores que, si bien no fueron formales en el sentido convencional, sí fueron importantes. Con algunos duré unos meses, con otros un año o dos, e incluso mucho tiempo más. La cuestión es que ahora —ya muy cerca de los cuarenta—, es sumamente complicado para mí salir con los hombres en plan romántico.
Quienes me conocen saben que me estresa convivir con extraños, creo firmemente que no tengo habilidades para el ligue y a estas alturas me pregunto ¿cómo le hice para haber tenido esos amores?
Hace un par de semanas fui a un bar con mis amigos de siempre —una aventura que tal vez cuente en otro momento—, y en una de las mesas contiguas a la mía descubrí a un hombre que me llamó la atención, lo observé durante toda la noche y al final concluí que me había gustado. Se lo conté a uno de mis mejores amigos y me preguntó si había hablado con él, si tenía su teléfono o qué había hecho para hacerme notar. Y mi respuesta, como siempre, fue: “Nada”. (¿¡Nada!?, ¿¡neta!?) Suelo ser así, me gusta un hombre y me conformo con verlo, no me acerco, no le hablo, no insinúo nada, me quedo en el anonimato.
Como ya saben que soy psicóloga y me gusta analizar las cosas desde esa perspectiva, me puse a investigar —en mi interior— ¿qué es lo que está pasando?, ¿por qué soy tan incapaz de conocer a alguien?, ¿por qué me cuesta tanto salir de nuevo? Y lo primero que pienso es que me da flojera —y eso es real—, me da mucha pereza conocer a alguien “nuevo”, indagar sobre sus intereses y gustos, reconocer si podemos ser compatibles, si hay química, etcétera.
Es verdad, estoy acostumbrada a la soledad y no me molesta, no me incomoda; al contrario, me siento tan bien sola que me olvido de convivir con los demás, sobre todo si es en el plano amoroso. Y esto, señores, no es gratuito: cuando de niños la figura de amor estuvo ausente (el padre o la madre), podemos reaccionar de dos maneras: sentirnos necesitados de protección y amor —que buscamos en todas partes, sin importar si son dañinos o no—; o asumimos que con el amor propio basta, que no se necesita más que uno mismo. ¿Adivinen cómo reaccioné yo? Así es, mi amor propio es suficiente y nada más.
Creo que ninguno de los dos comportamientos es enteramente malo, se puede valorar en la medida en que afecta las relaciones futuras, en la que establecemos vínculos emocionales con los otros. No es que no sea capaz de relacionarme con una pareja, sino que simplemente no quiero, no estoy dispuesta ni disponible. Ya lo dije: me da flojera.
Es lo de siempre: no estamos disponibles para quienes quieren estar con nosotros y con quien nos gustaría estar no está disponible para nosotros; no entiendo esa condición del ser humano de querer lo que no puede y rechazar lo que tiene, pero así es.
En fin, ya saben lo que siempre dicen los profesionales de la salud mental: “Para cambiar, el primer paso es querer hacerlo”. No sé si realmente quiero cambiar y salir de mi confortable y segura soledad, pero les prometo que la próxima vez que me guste algún hombre, por lo menos le voy a sonreír (¡tampoco me presionen!).
