
¡Me quiero divorciar!
por Luna Portuondo
Cuando pienso en las cincuenta mil razones por las cuales me quiero divorciar, lo único que se me ocurre es gritar, gritar como una psicópata amarrada a su cama de hospital, gritar hasta que los vidrios de las ventanas se rompan, hasta que mi voz se seque y el cerebro se me marchite y me quede afónica, exhausta y medio demente.
Si, es verdad, me quiero divorciar, y no es de ahorita, de esto ya hace mucho tiempo, incluso diría que quiero hacerlo desde hace algunos años. Y no es por que mi marido sea un sinvergüenza, ni porque me maltrate, me engañe o no me quiera. No, en realidad no, tal vez haya algo de eso en el fondo, pero si quiero gritar como les cuento, es precisamente porque no me quiero divorciar por nada de eso.
Si me estoy volviendo loca es simplemente porque no hay verdaderas razones para querer divorciarme, quiero decir, no hay razones de peso. Si me lo preguntara la terapeuta de pareja no sabría muy bien qué decirle. Mire usted, -le diría tal vez-, es que a ciencia cierta, no sé muy bien porqué me quiero divorciar, o mejor dicho es por muchísimas cosas, ¿alguna vez se ha sentido usted atrapada? ¿atorada en una trampa como una rata? Pues eso es exactamente lo que pasa, yo me siento atrapada, y esta trampa se llama pareja, se llama matrimonio, se llama contrato que uno firma sin leer las letras chiquitas.
En las letras chiquitas de mi contrato seguramente decía que yo tenía que dejar de ser yo, que decir a casi todo que si, tenía que cocinar, tenía que lavar, tenía que trabajar, tenía que desvelarme si hacía falta, cuidar a los niños desde que amanece hasta que se les da la gana irse a la cama, tenía que pagar las cuentas y a veces endeudarme si la quincena no alcanza, tenía que someterme sin protestar al carácter de este hombre con el que tuve hijos, a sus altibajos emocionales, a sus necesidades cambiantes, tenía que quedarme en casa todos los fines de semana porque el hombre está cansado y no le gusta salir a visitar gente, tenía que acompañarlo a las insufribles reuniones familiares, luego escucharlo una semana entera quejarse de sus padres, sus hermanos y su infancia, tenía que estar junto él desvelándome cuando se enferma y le da fiebre, tenía que educarlo a veces como si fuera su madre, escuchar sus ronquidos toda la noche, atender sus demandas interminables, satisfacer su hambre y su sed con detalles y manjares, soportar sus arranques de ira, su inmadurez, sus caprichos carnales, sus ocurrencias, su narcisismo persistente, todas y cada una de sus neurosis, de sus debilidades.
Nadie me dijo que nunca iba a volver a pertenecerme a mí misma, que nunca volvería a ser la misma mujer de antes, alegre, despreocupada, enfocada en progresar y vivir la vida como Dios manda. Nadie me dijo que este hombre tenía tantas compulsiones y manías, que se vuelve loco cuando las rayas del pantalón están mal planchadas, o cuando no encuentra sus calcetines. Nadie me avisó que un día se iba a volver paranoico porque le salieron canas, o porque se está acercando a la cincuentena.
Confieso que nunca leí las letras chiquitas, y por desgracia en mi contrato abarcan como doscientas páginas. Así que no, no hay razones de peso para quererme divorciar. No es que sea víctima de injusticias o de infidelidad, no es que me traten mal ni que haya causas evidentes para quererme divorciar.
Yo simplemente estoy exhausta, estoy enloqueciendo, estoy harta. Y si, quiero gritar, como una loca, como poseída, gritar hasta que los cristales revienten y me quede afónica porque estoy desesperada, soy una rata atrapada en la trampa y simplemente ¡ME QUIERO DIVORCIAR!

Luna Portuondo
Deshonrosamente Godínez, franca, impuntual y súper mujer frustrada, quiere hacer todo y al final no hace nada, vive eternamente cansada y espera ansiosamente la quincena. Una insomne soñadora sin remedio.
