
Matrimonios sin sexo
por Delia Millán
¿Qué es un buen matrimonio? ¿Cómo son los matrimonios felices? ¿Es normal dejar de tener sexo con tu esposo después de algunos años? ¿Qué tan importante es tener relaciones sexuales para las parejas casadas?
Todas estas preguntas me las hace Laura, una de mis mejores amigas, en una de esas reuniones relámpago de café entre semana, que al final acaban extendiéndose más de lo que nos permiten nuestras agendas, siempre con la creencia ilusa de que contarnos nuestros traumas va a calmar, de alguna forma mágica, nuestras ansiedades interminables.
Laura tiene tres hijos, se casó con Rodrigo hace 14 años, ella trabaja más de 8 horas diarias en una oficina de gobierno y él tiene, desde hace 5 años, dos diferentes trabajos para poder cubrir todos los gastos. "Yo no me puedo quejar de Rodrigo, me ayuda mucho en la casa, los dos nos ocupamos de todo: del aseo, de la comida, de llevar a los niños de un lado al otro —dice— no nos queda tiempo ni energía para otra cosa, al final del día estamos tan cansados que lo único que queremos es dormir. Ya tenemos más de cuarenta años; la verdad, a mí el sexo ya no me interesa", agrega. Pero en realidad está preocupada, dice que hace más de dos años que no tiene relaciones con Rodrigo, aunque asegura que se siguen queriendo mucho —no pasa un día en que no se abracen, se besen, se digan lo mucho que se aman—. "Nos hemos vuelto como mejores amigos que trabajan en equipo, nos une mucho partirnos el lomo todos los días por nuestros hijos".
Yo no sé qué decirle, yo también me hago todos los días las mismas preguntas: ¿qué tan importante es tener sexo cuando llevas tantos años de casada?, ¿cómo saber si mi matrimonio es bueno o malo?
Lo que sí sé es que no somos las únicas que nos quebramos la cabeza con esas preguntas. La falta de sexo en el matrimonio es un mal que aqueja a mucha más gente de la que nos imaginamos, y tal vez todos nos estemos haciendo las mismas interrogantes. Tal vez los matrimonios del siglo XXI están condenados a ser así, como hermandades, equipos de trabajo altamente eficientes para la crianza de los hijos y la estabilidad económica. ¿Será ese el nuevo significado de matrimonio?
Estas estadísticas parecen ser muy verídicas, pues resulta que, de acuerdo con el Instituto Kinsey, una entidad de referencia en la investigación sexológica dependiente de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, cerca de 66% de las parejas casadas tienen menos de 10 encuentros sexuales al año, y diversos estudios realizados por la misma institución avalan el hecho de que, con el paso de los años, la frecuencia de las relaciones sexuales y la satisfacción disminuyen. Así que, como lo indican estos datos, resulta que es cierto lo que dicen: el matrimonio es la muerte del sexo.
Pero ¿por qué se acaba la pasión cuando nos casamos? La mayoría de los sexólogos opina que las parejas suelen dejar de lado el sexo por muy diversas razones como la falta de tiempo, la pérdida de interés, la ausencia de salud, el estrés; padecimientos como la depresión y la ansiedad, entre otros, aunque de todas esas causas la más común suele ser que la rutina y la apatía apagan en algún momento el deseo y la pasión con que usualmente inicia todo matrimonio.
¿Y esto es normal?, ¿podemos considerar que así es como debe pasar? Las opiniones sobre este punto son muy variadas, hay quien piensa que lo que sostiene verdaderamente a un buen matrimonio son valores como la confianza, la honestidad, el amor, el apoyo moral y emocional, y que el contacto físico es secundario. Pero en general, los expertos en la relación de pareja —terapeutas y sexólogos— afirman que la plenitud sexual dentro del matrimonio es un aspecto vital de la vida en pareja, y que sin esta realización es muy posible que la unión decaiga y muera en algún momento.
Esther Perel, por ejemplo, una reconocida terapeuta y conferencista internacional, considera que la realización sexual en el matrimonio es fundamental, y que sin ella la estabilidad emocional de ambos miembros de la pareja peligra necesariamente. Para esta especialista, los individuos del siglo XXI somos entes fuertemente sexualizados, nuestros vínculos con la sociedad y el entorno han cambiado radicalmente, ya no contamos con creencias religiosas poderosas a las cuales afianzarnos ni con ideologías convincentes a las que alinearnos, no pertenecemos a pequeñas comunidades que nos den identidad y nos arraiguen.
En los tiempos que vivimos hemos volcado todas nuestras ansiedades existenciales y nuestras necesidades de sentido y pertenencia a la conformación de la pareja. El sexo, por lo tanto, se ha vuelto un acto de realización de nuestra identidad, ha dejado de tener una mera función reproductiva y le hemos dado un significado místico, lo hemos convertido en un rito a través del cual expresamos nuestro más íntimo universo. Dejar de lado esta parte esencial de nuestra identidad significa renunciar a una porción fundamental del yo.
En el momento en que escribo todo esto todavía no sé si estas teorías dan respuesta a las preguntas que Laura y yo nos hacemos sobre el sexo y el matrimonio, después de todo son solo teorías, y hay cientos de ellas, cada quien interpreta los hechos como mejor le convenga. Lo que sí sé es que me gusta pensar en que somos algo más que máquinas de trabajo, robots altamente eficientes que limpian la casa, cumplen con sus horarios de oficina, van a todas las ceremonias y las actividades de los hijos y pagan puntualmente todas sus deudas domésticas.
Cuando la noche al fin llega, después de muchas horas de trabajo y actividades con los hijos, es verdad que estamos muy cansadas, pero a veces me dan ganas de que la vida fuera más que eso, que algo volviera a emocionarme como cuando tenía veinte años y me hiciera sentir mariposas en el estómago, un chispa que me hiciera sentir magia, que soy otra vez yo, atrevida, deseosa, tal vez un poco traviesa. ¿Ustedes no?
