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Marcar

la piel

por Samantha FLA

 

Marcar la piel es un acto para recordar lo que está por escaparse, o al menos eso es para mí. De adolescente siempre quise tener un tatuaje porque los músicos que más admiraba estaban llenos de ellos, era una forma de decir “¡ey!, mira soy rocker como tú”, pero la verdad no tenía una razón real para hacerlo.

Después se me pasó, dejé el tema de los tatuajes en el olvido y me dediqué a otras cosas. Muchos años después, antes de cumplir los 30, estaba segura de que quería un tatuaje, pero esta vez no era por la necesidad de pertenencia, había una necesidad mayor, auténtica, palpable, preocupante: se me estaban escapando los recuerdos y sentía que, con ellos, también el amor.

Por eso digo que marcar la piel es un acto para recordar lo que está a punto de irse, y no se me ocurre mejor lienzo para teñir que el propio cuerpo.

Ese momento en el que vino con mayor fuerza la idea del tatuaje, sabía para quién era, por qué lo quería y qué tenía que ser, así que, como buena mujer híper racional que soy, busqué a un diseñador, le expliqué lo que quería, le dije qué significaba eso para mí y lo puse a trabajar. Estuvimos algún tiempo cambiando diseños hasta que llegué a la última versión a mi tatuaje perfecto –me gusta tener las cosas bajo control–.

Estaba listo: tenía el diseño, tenía el dinero, pero no tenía la voluntad o la valentía para hacerlo. Tardé tres años más en decidirme y después encontré el número perfecto para hacerlo –literal el número–, era un año en el que coincidían varios números de mi vida así que fue el momento. Una vez más mi naturaleza racional me llevó a buscar al tatuador perfecto, no iba a ir al primer lugar que encontrara, así que platiqué con algunos hasta que lo encontré; pero no quería ir sola, me daba miedo –lo confieso–, así que recurrí a un amigo de la adolescencia, uno de esos amigos que te conocen sin máscaras, que te quieren y que quieres a pesar de todo, que conocen tu esencia.​

Sentir la aguja en la piel y saber que la marca no se desvanecerá es una de las sensaciones más placenteras que se pueden experimentar, aunque da incertidumbre pensar si va a quedar bien, si te va a gustar, si el lugar fue el correcto, te da un poco de miedo porque sabes que después de la primera inyección de tinta en la piel ya nada puede cambiar, el tatuaje va a quedar ahí para siempre, es una marca que te va a acompañar toda la vida –y toda la vida es mucho tiempo–.

Aquella vez dije que sería el único tatuaje que me haría, que después de éste no habría más, pero han pasado los años y de nuevo tengo una necesidad de marcarme, de no borrar, de no olvidar, de traer conmigo siempre, así que aquí voy de nuevo desde el comienzo  –racionalizando lo emocional–, trabajando con un diseñador, buscando un tatuador y seguramente después jurando que no habrá otro más.

Así que, marcar la piel es un acto para no olvidar, es un recordatorio de vida de lo que está y se fue o está a punto de irse, de lo que se hizo y no se volverá a hacer, de lo que siempre vas a amar o de aquello que no quieres perder nunca.

Captura de pantalla 2019-02-18 12.09.58.

Samantha FLA

Comunicóloga, lectora compulsiva, tuitera incomprendida, bailarina frustrada, amante de Netflix, apasionada del futbol y rockera por convicción. Alucina –sin consumir nada- sobre la soltería, el desamor y los corazones rotos.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   tatoo, tatuaje, marca, recordar, ink

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