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Manía

por La Orgullosa

 

Sí, cómo no señor! Hoy a la misma hora, el mismo día el mes, e igual que cada año comienza a funcionar la montaña rusa de mi cabeza. Se agita mi cuerpo, las horas se detienen en un mismo segundo interminable. Siento prisa por todo, mis latidos se aceleran. El tiempo se prolonga indefinidamente hasta desaparecer por completo, y pierdo el sueño. Mi mente se atiborra de ideas, cual más creativa y novedosa. Me acomete una urgencia de inventar, construir. Diseño toda clase de estructuras mentales, y algunas aterrizan en la realidad para asombro de mis espectadores. Giro en un vaivén incesante de emociones, paso de la euforia a la melancolía (diría mi doctora crisis mixta)

Yo me siento en la cima del mundo, portentosa, capaz de cualquier hazaña y con sólo mi intelecto para conquistar el mundo. No hay fin a mi poder de creación. La agitación corporal y el desenfreno de mi mente son precios que pago gustosa por tocar los bordes de la genialidad. El lóbulo izquierdo se desata y me traslada a un espacio donde nada es imposible: creo piezas interminables para piano y las ejecuto con pasión llenando la atmósfera de sonidos extravagantes y apasionados. Las ejecuto por días en un frenesí que no termina, que no disminuye su fuerza. Lanzo con vehemencia tonalidades sobre un lienzo, y a parecen las imágenes que dan origen a un universo único de color, de luz que inunda la habitación entera.

Súbitamente me sumerjo por horas en la tina de baño, y ecuaciones inéditas se generan en mi mente. Surge una teoría sin fallas, lista para ponerla a prueba y corroborar la existencia de la materia oscura; los mundos paralelos, o los gusanos espaciales de Alicia en el país de las maravillas. Todo es vértigo, no hay cansancio. El poder de mi mente es inaudito.

Llega el turno al cuerpo, que danza en mágicas espirales de movimiento continuo, tan perfectas como las formas que traza la aurora boreal en el espacio sublime. Giros únicos, indescifrables, mortales inesperados iguales a los de la mejor gimnasta, trazos al aire como los de la más prodigiosa bailarina. Mis testigos dan fe de que mi cuerpo vibra, en un loco afán que no se detiene, que nunca pierde el equilibrio, al menos durante el soberbio momento de mi locura.

Mi mente busca espacio para sus invenciones. Escribo frenéticamente. Es madrugada, pero mi montaña rusa sigue en movimiento, y habrá de seguir así durante los tres largos meses del verano. De noche crezco inconmensurablemente, de día los testigos me miran con asombro y enmudecen. Podría reproducir las hazañas de Ibel Kanibel y saltar 100 trailers a toda velocidad en una poderosa motocicleta, rompiendo la barrera del tiempo. Soy el hombre bala, el mago de un escenario mágico que se desborda frente a la admiración de los que observan. La poesía surge a borbotones de mi pluma, y veo extasiada como aparecen en la hoja historias que viajan en el aire de una noche que muere.

El día también se augura interminable. Me traslado por el espacio sin muros que me contengan y mi locura viaja en primera clase por toda la ciudad, haciendo gala de mi creatividad y mi ingenio. Después de varios días de una locura galopante, el pivote de mi cerebro empieza a dislocarse: es la Manía que no tiene término, que nada la contiene, y arrebata el alma al cuerpo para devolverla más alterada, para seguir danzando en el medio de mi razón perdida.

Todo comienza a la misma hora del mismo día, del mismo mes durante años consecutivos que se van acumulando en grandes pilas de tiempo extraviado, que ya conforman tres largas décadas increíbles. Es la Manía que maravilla con su danza alucinante, y amedrenta con su ausencia de límites. No existe un propósito, solo la dislocación puntual de mis neuronas que me conducen a un extraño multiverso (como diría mi sobrina de trece años). Cuando la montaña rusa pierde control sobre tiempo y espacio, el destino es una incertidumbre que pende, cual espada de Damocles, sobre mi cráneo a punto de ser cercenado. La actividad sin freno de mi lóbulo derecho hace su parte, y las emociones se desbordan. Lloro ante un amanecer insolente, y amo a la humanidad entera, por la que me inmolaría sin inmutarme.

Mi primer episodio maniaco tuvo lugar en un punto perdido del continente americano. Después de divagar por la ciudad, mi cerebro comenzó a construir entelequias, transité laberintos, y me vi regresionando al vientre de mi madre. Finalmente perdí el control de los esfínteres, y caí desmayada. Desperté en un hospital para locos, inmovilizada por una camisa de fuerza. Después de un día de encierro, y una evaluación exhaustiva a manos de un psiquiatra connotado, la línea aérea me permitió regresar a mi país, acompañada desde luego por una enfermera.

Desde entonces la Manía me acompaña tres meses cada año, y sus secuelas permanecen conmigo el resto del tiempo. Me queda el consuelo de que a veces, en mi delirio, surgen verdaderas obras creativas, y de que mis facultades cognitivas no se deterioran como en el caso de la esquizofrenia. Cada vez mi locura es más genial e indetenible!

En el mundo real soy la trastornada. Nadie confía en mi juicio ni en mis opiniones políticas, y prefieren mantenerse al margen de mis ideas estrambóticas. No le han encontrado el sabor a la Montaña Rusa de mi Manía galopante. En el fondo me tienen miedo, y envidia, porque nunca conocerán los mundos alterados que mi imaginación visita con frecuencia, en un espacio sin límites, ni tiempo.

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La Orgullosa

Amante del amor y la sexualidad en todas sus formas. Fogosa y apasionada. Impulsiva y testaruda a más no poder. Interesada en los temas prohibidos y controversiales. Se cree poseedora de la razón, y es investigadora incansable de los misterios de la psicología humana.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que todos queremos escuchar 

Tags  manía, bipolaridad, locura, trastorno mental, La Orgullosa

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