
Los últimos zares
por Daniela Rivera
A ndaba bien clavada con las series de Netflix, y como se me acabó Alta mar me sentí perdida, pero en una de esas me encontré con Los últimos zares, y que la empiezo a ver.
Estaba remetida en el primer capítulo —que si el zar Nicolás II tenía 26 años y que si su padre había muerto a los 49 y que si estaba por heredar el trono—, y en el mero drama que sale un investigador hablando del poderío de esos soberanos y no sé qué. ¡¿Cómo?!, ¿entonces no es historia novelada? —ya saben, una representación como Bolívar—, ¿me timaron?, ¿es un documental?
No podía creerlo, ¿en serio era un documental? ¡Vaya!, no es que no me gusten los documentales, pero que avisen, yo estaba esperando la serie dramática, y ahora me tenía que chutar a los expertos en la monarquía rusa hablando. No les voy a mentir, hasta busqué en el menú a ver si se podían quitar las partes narradas. Después de varios intentos desistí y seguí viendo el primer capítulo.
Ya interesada –y resignada–, empecé a ver el capítulo dos, la verdad es que está muy buena, no es un documental tal cual, pero tampoco una serie en su totalidad, es una combinación bien hecha de ambas, y los insertos de los expertos nos ayudan a entender el contexto histórico y social que vivía Rusia y Europa a principios del siglo veinte —sobre todo explican las malas decisiones que tomó el zar—, pero no es una historia plana, pues la narra Pierre Gilliard, el tutor de los hijos de Nicolás II, quien años después de la caída de la monarquía tuvo la tarea de reconocer si una chica internada en un hospital psiquiátrico de Berlín era Anastasia, una de las cuatro duquesas de la dinastía Románov.
Durante los seis capítulos que dura la docuserie podemos ver cómo la inexperiencia de Nicolás II, aunada a la inestabilidad mental de Alexandra (la zarina), cambia el rumbo de la monarquía, en gran parte por la falta de carácter del emperador y por la influencia de Grigori Rasputín, un místico de habilidades y costumbres poco ortodoxas para la época, famoso por sus poderes curativos y espirituales, pero para muchos el causante de la debacle del imperio.
La historia se va complicando, pues los Románov –más preocupados por la salud de su heredero, Alekséi, y por escándalos y asuntos pasionales– no vislumbraron el panorama político y social que se estaba viviendo en el pueblo ruso y en toda Europa, pues estaba por estallar la Primera Guerra Mundial –un conflicto que significó muchas pérdidas humanas para el imperio–, y no existía un verdadero liderazgo.
Así que, en medio de la guerra –con huelgas y protestas en todo el país, e intentos de rebelión por parte de los bolcheviques–, la monarquía estaba corriendo un grave peligro, mientras que los Románov vivían en una burbuja que no les permitía comprender que su pueblo no confiaba más en ellos; de hecho, seguían creyendo en el designio divino y en el amor incondicional de sus súbditos.
Y sí, al final la revolución llega, Nicolás II abdica, Lenin dirige al pueblo ruso, inicia la guerra civil y para qué les cuento más. La serie no iba a cambiar la historia, no tendría caso intentar jugar con ello, pero la forma en que se narra la trama, el guion, la producción, la fotografía y las actuaciones son dignas de una de las monarquías más importantes de Europa.
Creo que Netflix acaba de innovar el mundo de los documentales y de las series históricas, el formato utilizado resulta muy interesante, ya que mantiene la atención de la audiencia a través del drama y, al mismo tiempo, ofrece información histórica. Para mí, Los últimos zares está para verla una y otra vez, ¡no se la pueden perder!