Estaba sentada en las escaleras platicando con mis mejores amigas, hablábamos de todo o de nada, en realidad no lo recuerdo bien, pero lo que sí recuerdo es que él pasó frente a nosotras y su mirada no me dejó continuar con la plática, me desconcentró, ¿por qué me veía así ese hombre? (bueno ese chico, porque no creo que tuviera ni 18, o tal vez recién los tenía), así que rezongona y provocadora como soy, le pregunto:

 

- ¿Se te perdió una igual?...

 

Fueron unos segundos, segundos que, aún después de 20 años, no olvido. Él detiene su marcha, está a unos 4 o 5 metros de mí, voltea lentamente, y pienso: me la va a mentar, todas contenemos la respiración (somos unas niñas de 15 o 16 años), pero para nuestra sorpresa sonríe y dice:

 

- No, es que estás muy guapa…

 

Se da la media vuelta y sigue su camino. Mis amigas y yo reímos como locas, primero por su tono de voz, luego porque nos sentimos aliviadas con la respuesta. Pero yo, yo confieso que reí de nervios, fue la primera vez que alguien me decía guapa, no me lo creía, un chico me había dicho guapa, a mí una simple mortal, una niña sin chiste, a mí que nunca fui popular, que nunca me peiné ni maquillé, que usaba el uniforme todo suelto, a mí que vivía enamorada de los imposibles.

 

Nunca lo había visto en la escuela, pero pronto descubrí que era uno de esos galanes de tercero, o sea que, no solamente me había dicho guapa alguien, un chico cualquiera, sino que me había dicho guapa uno de los guapos de la prepa, yo no me lo podía creer, es más nunca me lo creí.

 

Hoy después de mucho tiempo lo recuerdo porque fue el primero que me dijo guapa y gracias a él pienso más en mí, me la creo un poco (aunque todavía tengo mis dudas). Lo recuerdo ahora porque era un valiente, porque hubiéramos podido ser al menos buenos amigos, pero le perdí la pista; porque después de él vinieron otros que me dijeron guapa y les creí.

 

Lo recuerdo porque hoy no dejo pasar la oportunidad de salir con alguno que otro guapo que me dice guapa.