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La sexualidad femenina y la sociedad moderna

 

 

                                                                         

por La Orgullosa

Muchas veces se ha dicho que los hombres tienen un mayor apetito sexual que las mujeres, y miles de mujeres dedicadas al hogar han sido tachadas incluso de frígidas por décadas. No nos percatamos que son las convenciones sociales, y el machismo imperante, los que obligan a la mujer a ocultar su verdadera sexualidad. Somos nosotras las que duramos más tiempo en el intercourse del amor, y mientras que nuestras parejas deben transitar un proceso “refractario” después de su primera eyaculación, que a veces ocurre en los primeros veinte minutos de la relación sexual, las mujeres podemos continuar experimentado orgasmos ad libitum. Eso es solo por lo que respecta a la fisiología del amor. Pero independientemente de nuestra mayor capacidad para el sexo, las mujeres establecemos vínculos emocionales y afectivos mucho más profundos, nuestra empatía y nuestra capacidad de comprensión de las necesidades de nuestra pareja nos permite llevar la relación sexual a la dimensión del amor, y es ahí donde nuestro erotismo, nuestra sensualidad y nuestra capacidad “energética” se potencian estableciendo un poderoso vínculo con nuestro amante, muy por encima de las capacidades amatorias del hombre.

Después de todo es muy conocido ese “mito” de que el hombre busca en la mujer mayor el camino de sus primeras enseñanzas hacia el desarrollo de la sexualidad. Y cuando la mujer es más joven, es ella quien prematuramente introduce al hombre maduro en la senda de una pasión desconocida y sin límites, como en la historia narrativa y cinematográfica de “Lolita”. Hay ejemplos incontables en la literatura. Donde la mujer es la meretriz, la femme fatale que con sus encantos abre la caja de pandora de la sexualidad y el deseo, que deja boquiabierto al hombre sediento de éxtasis carnales. Las mujeres maduramos antes, y comenzamos con los juegos amatorios y la autoexploración, cuando los jóvenes mancebos aún juegan canicas en el patio escolar. No es casualidad que seamos nosotras las que alberguemos la vida en nuestras entrañas. Nuestras características psicológicas y anatómicas así lo determinan.

La mujer está perfectamente diseñada para el amor físico y trascendental. Desafortunadamente las convenciones sociales de una época victoriana, vigentes hasta nuestro tiempo a través del patriarcado hegemónico que marca conductas e incluso formas de pensamiento, ejercen sobre la mujer una presión insólita que la inhibe de desplegar toda esa sexualidad reprimida y oculta en su fuero más íntimo. El rol secundario que la sociedad nos asigna como serviles parejas del hombre, en el mejor de los casos, hace crecer en muchas de nosotras el miedo a mostrar nuestro deseo por miedo a las represalias del machismo más recalcitrante ejercido desde el seno de nuestros propios hogares. Las mujeres que florecen en su temprana adolescencia se ven muchas veces obligadas a marchitarse sumergidas en la rutina de un matrimonio inflexible, rígido y sin amor.

Las que se mantienen solteras, a veces corren con un poco más de suerte. Explorar con cierta libertad esos impulsos permitidos solamente a los varones, pero lo hacen en medio del escarnio y los prejuicios a los que las someten los hombres para quien si no estás casada y eres madre, eres una puta, destinada a vivir sin sentar cabeza y con la posibilidad de un final funesto a causa del ejercicio de nuestra natural sexualidad. Claro que ellos, bajo cualquier estado civil pueden ejercer con plena libertad sus instintos, aún a costa de dañar el estado emocional de muchas de nosotras, y mermar nuestra autoestima sin rasgo de consideración. Finalmente las mujeres solo existimos para satisfacer toda clase de deseos y necesidades presentes en los reyes de la sociedad, que ostentan el privilegio y el poder, y para lo que no valemos más allá del placer que seamos capaces de proporcionarles, o para perpetuar su linaje, del cual definitivamente son los omniscientes patriarcas en quienes recae el prestigio y el honor de la estirpe. El trabajo de crianza de la mujer es una actividad menor al lado del trabajo como proveedor que estos dioses modernos cargan sobre sus hombros, lo que los hace merecedores de todo prestigio social, y las alabanzas de sus congéneres. Las mujeres son un accesorio, un receptáculo que alberga incómodamente durante nueve meses a su futura progenie, la de los valerosos hércules modernos.

Pero al margen de la estrechez del patriarcado y sus absurdos principio de poder, está la verdad incontestable de que la mujer es fuente de toda vida y de todo deseo. Nuestra sexualidad es prodigiosa, y si no fuera por las características de nuestro cuerpo, no habría progenie alguna a la cual proveer. La exquisitez de nuestras formas, la belleza de nuestra figura, la elegancia con que atraemos al sexo opuesto y lo sumimos en un sinfín de deleites inimaginables, es algo que solo pertenece a nuestra especie. No en vano fue Lilith, la primera Eva, la que sedujo a un insípido Adán con sus encantos y luego lo abandonó buscando la libertad, y la oportunidad de realizarse como mujer. Porque no solo somos la expresión viviente del erotismo, también somos las dadoras de luz en el sentido de plasmar nuestra creatividad y nuestra magia en este mundo que de no ser por nosotras, se encontraría en tinieblas.

La poesía ha intentado reivindicar nuestro papel en la historia como almas prodigiosas que han inspirado canciones, y todo tipo de hazañas. El patriarcado más recalcitrante lucha por recluirnos a una vida rutinaria donde nos marchitemos día con día. Pero la mujer lleva tiempo de haber despertado. Es consciente de sus atributos y su poder intrínseco. Y sólo dará la magia de su sexualidad a quien sea merecedor de ella. Como muchas culturas orientales lo saben desde tiempos inmemoriales, la mujer es la sacerdotisa del amor, la Diosa que con su profundo conocimiento dirige los pasos del hombre rumbo al éxtasis más inefable y prodigioso. El Tantra lleva en su seno este concepto, aunque para realizar la sinergia sexual es necesario el primordial ingrediente del amor, algo que muchos hombres de occidente soslayan, y por lo cual están incapacitados para el conocimiento de la única sexualidad, la sexualidad sagrada y trascendental que es capaz de establecer un vínculo inefable y permanente entre El Sagrado Femenino, y el Sagrado Masculino que abreva de su conocimiento intrínseco.

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La Orgullosa

Amante del amor y la sexualidad en todas sus formas. Fogosa y apasionada. Impulsiva y testaruda a más no poder. Interesada en los temas prohibidos y controversiales. Se cree poseedora de la razón, y es investigadora incansable de los misterios de la psicología humana.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   feminismo, sexualidad, poesía, sensualidad, La Orgullosa

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