La respuesta es
el amor
por La Orgullosa
En los últimos tiempos, la gente se pregunta qué ha pasado con las relaciones sociales. Divorcios van y vienen, y familias enteras se destruyen en un instante. Se incrementa la falta de compromiso. La infidelidad está a la orden del día. Cunde la falta de seriedad y el oportunismo, y el sexo casual se convierte en la alternativa a las verdaderas relaciones afectivas.
Nuestra sociedad está enferma y necesitamos una cura. Pero ¿son el egoísmo y la conducta autodestructiva necesariamente inherentes a la naturaleza humana? Ese es un tema que aún está en discusión. Mi opinión personal es que el caos o la armonía en las relaciones de pareja —y en cualquier otro ámbito— están directamente relacionados con el clima que provoca una sociedad. ¿A qué me refiero? Hay un enemigo oculto, y no hablo de una teoría de la conspiración ni nada parecido.
Es verdad que cada ser humano es responsable de sus actos, pero si desde niño ves en todas partes que el engaño es parte de la vida, que los hombres están por encima de las mujeres, que fingir te da ventaja sobre el otro, que la bondad es estupidez, entonces lo único que te queda al crecer es actuar según esas leyes sociales implícitas o ser un bicho raro que no acierta a convivir con nadie.
Con tal de “disfrutar” de compañía y de no caer en depresión a causa de la soledad y el aislamiento, la mayoría de las personas bajan sus parámetros y se involucran en relaciones plagadas de carencias. La bola de nieve crece. Pero las rupturas y los desencuentros amorosos no son casuales. Socialmente, hemos aprendido a traicionarnos a nosotros mismos y a los demás.
El individualismo es la marca de fábrica de las personas nacidas en la sociedad actual. Y eso no es algo fortuito. Antes que nada la maquinaria debe funcionar, y para que nuestra sociedad consumista sobreviva, la preocupación por nuestra persona y la ausencia de empatía y solidaridad con los demás son elementos fundamentales.
Nuestro lema podría ser: “Anteponerse a todo y entonces sobrevivirás”. Y así actuamos también en las relaciones románticas. El machismo cultural hace que la mayoría de las veces el oportunista sea el hombre, pero puede serlo igualmente la mujer. El amor se convierte en una lucha de egoísmos, como solía decir mi padre.
No obstante, no siempre fue así, y puede dejar de serlo siempre y cuando la sociedad se transforme a sí misma. El individualismo se convierte en una norma de vida, y el tamaño de nuestro ego en nuestro poder personal. Pero, al contrario de lo que la mayoría piensa, el verdadero ganador es el status quo.
Nadie se beneficia en lo personal por un divorcio, el término de una relación amorosa o una infidelidad, pero la sociedad en su conjunto funciona mejor cuando está conformada por individuos sin nada que perder, que lo arriesgan todo por ascender y ocupar una mejor posición en la pirámide del dinero y el poder.
La verdadera conspiración es contra el amor, contra la preocupación por el otro y el deseo de perseguir la armonía y la equidad en las relaciones sociales. Los valores se diluyen a la hora de anteponer los intereses más mezquinos e individualistas.
Nada nos frena si se trata de perseguir una mejora material; en cambio, compasión, entendimiento, raciocinio y ecuanimidad son conceptos que a menudo se olvidan a la hora de ganar frente al otro y hacer privar nuestra verdad. Y lo que a la sociedad le interesa, el individuo lo defiende y reproduce.
Si el valor fundamental del conjunto es el interés material en la vida de cada ser que conforma ese conjunto, lo más valioso será lo material, aun por encima de los demás individuos. Si en una sociedad el bien mayor es el amor, cada miembro intentará realizar ese ideal en su persona, y la moneda de cambio será ese sentimiento.
