Cuando fui joven me afilié a una ONG, con la convicción de ayudar a los sectores más vulnerables de la población. En ese entonces pensaba que —como yo— todas las personas involucradas en empresas como esas poseían un elevado esquema de valores, solidaridad y bondad a ultranza. No mucho tiempo después, me di cuenta de que no era así y de que a mi alrededor había varios individuos igual de deshonestos, oportunistas y corruptos que los que pululan en otras esferas, como la política.

​

Durante esa etapa, mi vida —antes perfecta e ideal— se había convertido en una lucha cotidiana contra la discriminación, la desigualdad, el machismo y la misoginia —entre otros “desafíos”—, y debí esforzarme mucho para no convertirme en una víctima más de ellos.

​

En ese andar acumulé tantas lecciones no gratas, que me hubiera gustado que alguien adulto, ya formado y con experiencia sobre las circunstancias de la existencia, me compartiera —con empatía— su perspectiva respecto a lo que me estaba sucediendo.

​

Yo crecí rodeada de hombres y mujeres con vidas ricas en experiencias, quienes me pudieron haber ayudado. Nadie experimenta en cabeza ajena, eso es cierto; sin embargo, tampoco es indispensable equivocarse y sufrir para salir adelante. Antes de descalabrarme, me hubiera venido muy bien una experiencia así.

​

Sé que no es fácil entablar una comunicación fluida con la gente joven, pero no es imposible; se requiere mucha empatía, y la habilidad de transmitirle que la vida es una estructura que se reproduce de manera similar en cada nuevo individuo. Si ese mecanismo funcionara adecuadamente, cada generación sería más feliz. Desafortunadamente, las cosas no son así y estamos tan solos en nuestro proceso de evolución —con poca o ninguna información—, que la vida se torna confusa para muchos de nosotros.

​

En lo que a mí concierne, sigo creyendo en los sueños que me impulsaron a abandonar el seno familiar y a salir a probar suerte; continúo teniendo fe en el prójimo, y estoy segura de que con voluntad es posible transformar el mundo, pero también considero importante que compartamos con los jóvenes nuestras historias —buenas y malas—, a ellos les tocará tomar lo que pueda servirles para evitarse tropiezos inútiles y para construir las suyas de mejor manera.