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Hecha en México

FUENTE: rotativo.com.mx

Por ERÉNDIRA SVETLANA

El teatro es una de mis aficiones más arraigadas, también es una de las más secretas, porque creo que nunca se lo he confesado a nadie, nunca se ha dado la ocasión de que yo declare abiertamente mi amor por las buenas obras teatrales. Crecí en una época y en una sociedad muy hecha a los modos del cine y la televisión. En tiempos más recientes nos hemos vuelto una colectividad que hace girar sus conversaciones en torno a las tendencias de Netflix. Así que el teatro ha quedado muy muy atrás, rezagado en la nostalgia de los que amamos el drama en vivo y en directo, de los que además tenemos los medios para ir hasta la capital y pagar el boleto de vez en cuando. Porque no es que me esté quejando, pero la verdad, si nos ponemos detallistas, habrá que decir que en materia de arte actoral, Netflix ha vuelto el acceso al espectáculo mucho más democrático. 

Pero en fin, dejando de lado la democracia artística, a mí lo que realmente me gusta es el teatro, ver en carne viva a los que están actuando,  estar a unos cuantos metros de ellos, seguir con la vista sus pasos, escuchar sus voces resonando en el mismo espacio, compartir sus emociones en directo, llorar con ellos, reír con sus risas, dejarme engatusar por sus emociones vivas y sus movimientos, creer por espacio de 90 minutos que estamos viviendo todos juntos lo que ellos están actuando en el escenario. Claro que para llegar a este gozoso clímax deben reunirse muchos requisitos, y el miedo a que el precio de la entrada no valga a final de cuentas todas las molestias que nos tomamos para llegar hasta la butaca, hace que muchas veces la pensemos dos veces antes de decidirnos por una experiencia de teatro. Sin embargo, a veces los planetas están correctamente alineados, los actores son buenos y están en el mejor día de la temporada, el tráfico citadino no está hecho una pesadilla, y todos los elementos necesarios se juntan para que la experiencia sea magnífica. 

Eso es justamente lo que me pasó el fin de semana pasado. La cita era en el teatro de la SOGEM, la obra era “Made in México, otra historia de amor”, que no me sonaba pero prometía, la noche estaba clarísima, hubo asientos en primera fila. Los actores eran María Rojo, Alejandro Suárez, Juan Ferrara, Socorro Bonilla. Estarán de acuerdo conmigo en que un elenco así de experimentado era ya una garantía. A mí las actuaciones de María Rojo siempre me han gustado mucho, y tengo un especial apego por sus interpretaciones después de verla en Danzón y en Rojo Amanecer. Creo que los mexicanos que crecimos viéndola en la pantalla la sentimos tan cercana que a veces hasta parece de nuestra familia. En teatro, es decir en vivo y en directo, yo sólo la había visto una vez, interpretando a la legendaria estudiante de comunicación que seduce a un viejo amigo (encarnado por un muy joven Ari Telch) en “La Tarea”, hace como ochenta mil años. Desde luego el papel que hace en esta obra a la que asistí el fin de semana, no tiene nada que ver con aquél otro de su juventud moza, pero no dudaría en afirmar que ciertamente su actuación es igual o más espectacular. 

Made in México, otra historia de amor”, es la historia de dos parejas, Osvaldo y Marisela, que se fueron a vivir a Estados Unidos 30 años antes, huyendo de la crisis de principios de los noventas y en busca de una vida mejor; y “El Negro” y "La Yoli” (emotivamente interpretada por María Rojo) que se quedaron a sufrir el México de esos años y los que siguieron, que lo padecieron y lo sobrevivieron, que lo siguieron amando a pesar de los descalabros.  Ambas parejas tienen fuertes vínculos emocionales con su país, que es el nuestro, todos tienen sentimientos encontrados, los que se fueron sienten nostalgia, los que se quedaron sienten amor pero también rabia. Sus historias son un pretexto para tocar temas candentes de la actualidad mexicana, temas como el nacionalismo postmoderno, la migración, las innumerables crisis económicas que todos hemos vivido y atestiguado, la pobreza enraizada, la corrupción, el crimen, la política, la decepción, el orgullo por la patria, la desesperación.

 
El Negro” (magistral y cómicamente interpretado por Alejandro Suárez), ha sido mecánico toda su vida, siempre pobre, siempre relegado, y busca una salida desesperada a su situación. “La Yoli” es costurera, luchona y chambeadora como cualquier mujer mexicana, está jodida como el resto de los 60 millones de pobres, pero se siente orgullosa de su país.  Los vemos a todos en el escenario contando su historia,  conocemos sus amores, sabemos de sus desgracias, nos reímos con “El Negro” a carcajadas y  con la “La Yoli” compartimos el orgullo por la patria.   


Yo no sabía que estoy tan orgullosa de mi terruño como “La Yoli”, no sabía que me duelen tanto las desgracias de este México lastimado al que los políticos han timado durante años, no tenía idea de que se podía reír tanto por ser mexicano y ser al mismo tiempo muy desdichado. Me enteré hasta este fin de semana pasado yendo al teatro, muriéndome de la risa con los chistes colorados del “Negro”, y llorando a moco tendido con los discursos nacionalistas de “La Yoli”. María Rojo está como nunca a sus setenta y cuatro años, despliega en el escenario la realidad sin máscaras de millones de mexicanos. Yo en mi butaca anónima lloro con ella y confirmo mi devoción secreta por el teatro.  


Puede que Netflix esté tomando el timón de mando en las conversaciones de sobremesa y los cotilleos a media mañana en el trabajo, puede que saber sobre los avances de la nueva temporada de Stranger Things  se haya vuelto algo obligado. Yo sigo siendo de las nostálgicas a las que les gusta la acción en vivo. Me vuelve loca ir al teatro, tener la experiencia completa, vivir durante unos minutos en carne propia la vida que actúan a unos cuantos metros los que se mueven en el escenario.

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