por Amanda Rangel
Todos tenemos un carácter que vamos formando a través del tiempo, como un mecanismo de defensa ante los estímulos externos. Si aprendemos que cada vez que expresamos nuestros pensamientos, otros nos agreden, dejamos de expresarlos, o incluso nos volvemos tímidos y retraídos. Pero el carácter se ve completamente influenciado por nuestro temperamento. Y el temperamento es algo heredado, algo que viene inscrito en nuestros genes, y a lo que yo denomino en este escrito “índole”. Y ese es el verdadero poder que subyace detrás de cada una de nuestras acciones. A veces, por más que luchemos contra nuestra índole, esta se termina por manifestar de uno u otra forma, y entre más luchemos contra ella, su manifestación será más abrupta.
La ira soterrada que surge en los momentos más insospechados, la impulsividad, la temeridad, y muchos otros impulsos incontrolables que nos convierten en nuestra parte oscura, cuando menos lo esperamos, pertenecen a nuestro temperamento o nuestra verdadera índole. No habrá ejercicios de yoga, ni métodos de respiración, o relajación que nos salven de la manifestación de nuestro temperamento. Este surge cuando un hecho de la vida real toca el punto exacto que desata nuestra verdadera personalidad. Hay amantes del peligro, adictos a todo tipo de vicios, o simplemente gente normalmente tranquila que cuando se ve en riesgo pone en juego su verdadera índole. Es un asunto de sobrevivencia. Es nuestra animalidad en persona, que no responde a normas sociales ni ninguna clase de leyes creadas por el hombre.
Pero la índole no solo es perjudicial. También está conformada de elementos positivos. La ambición puede ayudarnos a llegar lejos en nuestras aspiraciones, siempre que no pretendamos pasar por encima de los demás, sin ninguna clase de escrúpulos. La obsesión, en ocasiones, nos impulsa a culminar los proyectos más complicados si la mantenemos a raya y evitamos que nos domine. Así como éstas características de nuestra índole, hay muchas otras que nos impulsan a traspasar las fronteras de nuestros miedos y lograr hazañas insospechadas.
No hay nada que hacer con nuestra índole. Así nacimos, y es la sustancia primigenia de la que estamos conformados. Son nuestra crianza, nuestros escrúpulos, nuestro sistema de valores los que nos permitirán usarla en nuestro beneficio o en nuestra contra. Nuestra índole, conformada por el temperamento con el que nacimos nos puede llevar a las alturas, o hundirnos en el infierno más pertinaz y abominable. Ya lo decía el aforismo inscrito en el Templo de Apolo “Conócete a ti mismo”. Porque está de más decir que nuestro principal enemigo somos nosotros mismos. Los dioses nos han dotado de una índole que como arcilla en nuestras manos puede convertirse en la figura más excelsa, o en un montón de barro informe que nos puede conducir a la ignominia.
Pudimos haber nacido conformados por la sustancia más pura, pero está en nuestra inteligencia hacer de esa sustancia, de nuestra índole, algo digno de los dioses. A veces, dejarnos llevar por esa índole veleidosa puede llevarnos por los derrotes más insospechados de la existencia y dotarnos de valiosas experiencias, pero nada nos garantiza que sobreviviremos al intento de indagar en la más profunda oscuridad que nuestra Sombra entraña. Mi consejo es adentrarnos con precaución en el descubrimiento de nuestra propia índole, y como a una potranca salvaje intentar domarla para no ser inevitablemente arrastrados por ella hacia el vacío. El conocimiento y comprensión de nuestra índole es el mayor viaje de autodescubrimiento del que podemos ser capaces. Y lo que hagamos con ese conocimiento corresponderá por entero a nuestro libre albedrío. Pero no hay que olvidar que en el uso que hagamos de nuestra índole va en juego nuestra propia vida. Los impulsos están latentes, y una vez liberados los demonios, sólo nosotros mismos podremos evitar la catástrofe o tocar los confines del cielo, a los que nos puede llevar nuestro temperamento. ¿Hasta dónde habrá de llevarlos su propia índole amigos míos, simples mortales? ¿A quiénes arrastrarían inevitablemente en su caída?