Actualmente, el G20 es el mayor espacio de deliberación política y económica del mundo. Está formado por las economías más poderosas del orbe, y aquellos países que aspiran a unírseles en un futuro cercano.  

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En esos países habitan las dos terceras partes de la población mundial y, en conjunto, producen más de 85% de las riquezas  de todo el planeta. Lo que intenta el G20 es promover la cooperación y el desarrollo, además de generar un espacio de discusión sobre la economía internacional.  

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El grupo está compuesto por 19 países más la Unión Europea. Los Estados miembros son Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Francia, Alemania, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur, Turquía, Reino Unido y Estados Unidos. El G20 puede invitar a países que no son miembros, como España. 

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La aparición en escena de ese conjunto de países, en 1999, pretendía dar respuesta a la crisis financiera de finales de los 90. Su primera reunión se realizó el 15 y 16 de diciembre de ese año, en Berlín. Su surgimiento respondió a la necesidad de representar adecuadamente a los países emergentes ante los organismos financieros internacionales.  

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En un inicio, de manera mayoritaria, a las cumbres convocadas por el G20 acudían ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales. No obstante, a raíz de la grave crisis financiera de 2009 

—tras el colapso de los bancos, el crecimiento del desempleo y el estancamiento de los salarios—, la organización se convirtió en un consejo de emergencia para presidentes y primeros ministros.  

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La trascendencia de ese organismo radica en los encuentros bilaterales informales, en los que los mandatarios asistentes se reúnen muchas veces durante el año para tomar decisiones o resolver conflictos que marcaron sus relaciones durante ese periodo.  

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Por un lado, el limitado número de miembros favorece que se lleguen a acuerdos más rápido en cada una de las decisiones; por el otro, el grupo es criticado porque excluye a un gran número de países de discusiones que competen a toda la humanidad; de hecho, son alrededor de 170 naciones las que no son convocadas para participar en esas reuniones.  

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Este año, la cumbre del G20 se llevó a cabo en Osaka, Japón, el 28 y 29 de junio. Durante la reunión, los líderes del grupo solo lograron acordar una declaración que reconoce los riesgos que afronta la economía global, y en la que todos los países, menos Estados Unidos, han reafirmado sus compromisos medioambientales en el marco de los Acuerdos de París.  

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El avance más significativo en el actual contexto de tensión global sobre comercio fue la esperada cita bilateral entre los presidentes Donald Trump, de Estados Unidos, y Xi Jinping, de China, en la que ambos convinieron en seguir con las negociaciones y detener parte de las medidas restrictivas que se aplican. 

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En materia de cambio climático, se reafirmó la "irreversibilidad" de los Acuerdos de París y se estableció el compromiso a la “plena implementación" de medidas nacionales para combatir el cambio climático, con excepción de Estados Unidos, ya que su presidente considera que asumir dichos acuerdos coloca en desventaja a los trabajadores y contribuyentes estadounidenses, además de jactarse de que su nación es líder en las acciones encaminadas a la protección medioambiental.  

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Por su parte, Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, no participó en la cumbre y optó por enviar una carta con un mensaje acerca de la desigualdad en el mundo; en ella, además, explicó que su decisión se debe a su intención de ahorrar fondos que puedan ser destinados a mejoras sociales.  

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Para muchos, la decisión de López Obrador limitó las oportunidades para impulsar alianzas internacionales en temas de interés, incluyendo las migraciones. En el contexto de los resultados de esa cumbre, la pregunta es ¿qué tan útil resulta la participación en el foro, especialmente para los países emergentes, cuando es evidente que las principales decisiones las toma Estados Unidos?  

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