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Escala de Grises

FUENTE:  Pixabay                           

Por Samantha FLA

JULIO 09 2018

Me quedé sentada esperando a que en algún momento de la noche se te ocurriera acercarte a mí y pedirme que te acompañara a aquel rinconcito en el que estabas acurrucado, junto a la pared.

 

No hablaste con nadie, ni siquiera cruzaste mirada con los invitados, por eso te noté, porque eras el único hombre en escala de grises, como yo, esa mujer a escala de grises que se quedó sentada en el sofá… esperándote.

 

Tus ojos estaban vacíos y tu boca hacía una mueca de fastidio que desviaba mi mirada constantemente hacia la pared oscura, como tus ojos.

 

En algún momento de la noche me quedé pensando si tú y yo existíamos; si alguien se daba cuenta de que ocupábamos espacio en ese lugar, si respirábamos el mismo aire que ellos; pero nada, la gente pasaba de frente, no nos sonreía ni hablaba ni siquiera nos miraba, y pensé que nuestra falta de color nos hacía invisibles, pero yo te veía, eso era claro, no eras una aparición ni un sucio juego de la mente.

 

No sé cuánto tiempo pasó, pero estaba ahí sentada, esperando a que tus ojos vacíos se clavaran en mi mirada, pero no fue así. ¿Era una mujer demasiado gris para ti, que eras esa noche un hombre en escala de grises?

 

Poco a poco iba pasando el tiempo entre risotadas y copas, pero de tus labios no salió nada; de manera insistente, buscaba tu mirada que se perdía en el ambiente, pero no detenías la vista cuando yo aparecía frente a ti.

 

Debo confesar que ni siquiera pensé en levantarme y acercarme, no era opción; la dureza de tu rostro me intimidaba, e incluso llegué a sentir miedo, pero me atraías mucho, no podía apartar la vista de tu rostro implacable, de tu cuerpo, de tus ojos.

 

Tu olor, que comenzaba a despertar mis instintos, provocó que la temperatura de mi sangre se elevara y que los tonos grises de mi cuerpo fueran cambiando sutilmente, de manera casi imperceptible. Traté de controlarme, quería seguir siendo la mujer sin color que te esperaba al otro lado de la habitación.

 

Comenzó a llover y toda la gente se refugió en el interior. Por un tiempo te perdí de vista, la habitación estaba llena de gente a color y con sonido, empecé a angustiarme, nunca me ha gustado estar en medio de la gente, siento que me pierdo entre su alegría.

 

Después de algunos minutos, volviste a aparecer, seguías ahí, acurrucado, junto a la pared, siempre gris y con tu mueca de fastidio. Sentí un gran alivio, creo que hasta sonreí al volverte a encontrar y entonces percibí un ligero brillo en tus ojos.

 

La gente comenzó a desaparecer poco a poco y volví a respirar con tranquilidad, nuevamente eras blanco fácil de mi mirada y no aparté la vista de ti ni un segundo; ya ibas perdiendo tu escala de grises, tal vez porque la noche estaba perdiendo sus sombras, pero aun así me seguías pareciendo irresistible.

 

De repente volteaste hacia mí, como si hubieras esperado toda la noche a que la gente desapareciera, comenzaste a caminar hacia el sillón donde estaba sentada, mi corazón a escala de grises latía con mucha fuerza y, antes de que llegaras, una mujer en tonos rojos se acercó a ti, te murmuró algo al oído y te fuiste.

 

Así me quedé, sentada esperando a que en algún momento de la noche se te ocurriera acercarte y pedirme que te acompañara a aquel rinconcito en el que estabas, acurrucado, junto a la pared.

 

Publicado originalmente en antiacidos.blogspot.com

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