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Era yo

FUENTE: Pixabay

Por GINA CORTE

Desperté sintiendo que algo había hecho mal, pero por más que repasaba en mi mente mis acciones no encontraba qué era, me sentía un poco abatida y tal vez arrepentida, pero no sabía por qué.

Así pasé varios días sintiéndome un poco vacía, un poco con la sensación de malestar, al final decidí que yo no había hecho o dicho nada malo, simplemente hice lo que siempre: decir lo que tenía ganas de decir en ese momento y después dejar la responsabilidad al otro, pero esta vez algo se estaba rompiendo.

Leyendo un poco sobre eneatipos y personalidades, encontré una que venía bastante ad hoc conmigo, una que decía que era una persona solitaria, que disfrutaba de estar conmigo misma y que no era capaz de compartir mis sentimientos, que prefiero razonar a sentir, que prefiero el pensamiento al sentimiento, creo que por ahí iba eso de sentirme vacía, culpable o algo así.

Evidentemente eso de razonar y no sentir (o tratar de evitarlo), es uno de los mejores mecanismos de defensa que el señor Freud teorizó, y lo acepto, lo hago para evitar el dolor, pues antes de sentirme miserable por el rechazo o el desamor, prefiero evitar la emoción, bloquearme y solamente querer en la medida de lo racional, como se lo dije alguna vez al que quizá fue el hombre de mi vida (de mi vida en ese tiempo): te quiero hasta el límite de lo posible (aunque en realidad quería decir hasta el límite de lo racional), eres brutal, me contestó.

Y en este punto de mi reflexión sobre los eneatipos y mi negativa a sentir, encontré ese patrón, de lo que sin darme cuenta hago y que los demás, sin excepción, siempre me han reclamado: eres dura, eres brutal, eres insensible… lo que no saben es que no es que sea todo eso, simplemente no sé cómo expresar lo que siento y cuando lo expreso parece que meto en problemas al otro o a mí.

Invariablemente las veces que he intentado decir lo que siento me sale un poco mal todo, no es que espere una respuesta del otro (hago las cosas por el gusto de hacerlas o por la tranquilidad del pensamiento), sino más bien no me siento cómoda con la incomodidad del otro.

Así que una vez más dije lo que estaba ahí guardado, le pasé la bola al otro y me lavé las manos, como suelo hacerlo, de nuevo incomodidad, silencios, sonrisas forzadas, lo usual, sólo que esta vez me desperté sintiendo que había hecho algo mal, me sentía vacía y estaba segura de que algo había cambiado: la que se estaba rompiendo era yo.

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