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¡Era ella!

                                                                       

por Guadalupe Cerezo

Aquel día de julio, Genaro le habló a su madre, Carmen, para invitarla a Oaxaca, a visitar a la Virgen de Juquila, de quienes ambos eran creyentes y a quien consideraban muy milagrosa. La madre, emocionada, aceptó.

Cuando llegó el día para emprender el viaje, el hijo pródigo pasó por su mamá en su reluciente Tsuru verde, en el que ya se encontraban su mujer, su suegra, una de sus cuñadas y sus dos niños, además del perro. Aun entre estrecheces, las mujeres se mostraban entusiasmadas por la travesía.

Luego de varios cientos de kilómetros recorridos, ya adentrados en el camino sinuoso que los conduciría hasta Juquila, el auto se tironeó y Genaro debió frenar para identificar lo que sucedía.

Al abrir la portezuela, le bastó asomar la cabeza hacia la llanta trasera para darse cuenta de que estaba ponchada. Carmen no habló, pero en silencio se dijo: “¡Con tanto peso, eso tenía que ocurrir!”

Afuera, solo había cerros y lo único que se escuchaba era el canto de las aves.


El hombre se dirigió a la cajuela para cambiar la llanta dañada por la auxiliar, pero al sacarla se percató de que aquella también estaba desinflada.

Ya oscurecía, y Genaro empezaba a preocuparse por estar ahí, en esa carretera solitaria, a merced de cualquier cosa. Los pocos vehículos que llegaban a transitar cerca pasaban de largo, hasta que de pronto la noche les cayó sin aviso y la desesperación se convirtió en miedo.

A lo lejos, Carmen vio cómo un par de faros se aproximaba a ellos lentamente hasta detenerse. Era una camioneta blanca, grande, todoterreno, de la que descendieron tres hombres jóvenes y una bella mujer alrededor de los cuarenta, quien al enterarse del incidente le hizo un ademán a uno de sus acompañantes para que fuera por algo a su maletero.

Cuando el tipo volvió, la sorpresa de Genaro fue enorme, pues le entregó una refacción casi a la medida de la que se requería para ponerse en movimiento de nuevo, y mientras se daba a la tarea de hacer el cambio, Carmen les agradecía con fervor la atención a sus benefactores, quienes con parsimonia se despidieron para abordar su gran vehículo y perderse en el camino. Fue entonces cuando la devota madre tuvo una revelación y empezó a gritar con delirante ardor: “¡Ella era la Virgen! ¡La Virgen nos ayudó…! ¡Era ella!”

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   Virgen de Juquila, fe, milagro, Guadalupe Cerezo

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