
Enojo
por Samantha FLA
La idea de acompañarte a una fiesta era, en sí, inverosímil, pero acepté con incredulidad y de pronto ahí estábamos en aquel bar desconocido, a una hora desconocida.
Recuerdo que llevabas jeans, tus clásicos tenis negros y un suéter gris, no recordé si era la primera vez que te veía con suéter, pero me sorprendía lo bien que te veías. Nos sentamos en una mesa alta y muy larga donde estaban varios de tus amigos, amigos que no conocía hasta ese momento.
Entre las presentaciones, las cervezas y una que otra broma pasó alrededor de media hora, la estaba pasando muy bien, intentando socializar con la gente y pensando en lo difícil que es conocer nuevas personas. En un momento dado te levantaste, volteaste hacia mí, me dijiste que no tardarías y te fuiste por la puerta derecha. Pensé que irías al baño y regresarías en un instante, pero no fue así.
Los minutos iban pasando y tú no aparecías, comenzaba a sentirme incómoda, intimidada por la situación, sola en un lugar desconocido a una hora desconocida con gente desconocida. Seguía pasando el tiempo y la incomodidad se iba transformando en enojo, pero no podía evidenciarlo, estaba con tus amigos, así que trataba de sonreír y seguir las diversas pláticas que había a mi alrededor.
En el momento que estaba a punto de estallar y salir de inmediato del lugar, apareció Richi, bonachón y sonriente como siempre. De inmediato se daba cuenta de la situación y de mi enojo y trataba de calmar mis ánimos, me hacía reír sí, ¡pero no se me olvidaba que me habías dejado ahí!
Después de algunos episodios bizarros como la búsqueda de un baño y la aparición de algunos conocidos con quienes entablé pláticas sin importancia, Richi decidía que ya era hora de irse, había pasado mucho tiempo, calculo que eran las 3 o 4 de la mañana, aunque el tiempo era desconocido. Pensé en quedarme a esperarte o irme con él, así que justo cuando estábamos a punto de salir del lugar aparecías al fondo de la estancia, como si nada hubiera pasado.
Richi trataba de controlar la situación, pero yo estaba furiosa, así que te encaraba y comenzaba una discusión que en realidad era unidireccional, porque tú estabas de lo más tranquilo poniendo cualquier pretexto como si te hubieras ido sólo por un momento. Yo echaba espuma por la boca y en algún momento de la discusión Richi ya no estaba, se había ido.
No te perdonaba el abandono, pero tu seguías en tu onda zen sin inmutarte, así que toda furiosa, frustrada y a punto de desatar una guerra… ¡desperté!… enojada, con el estómago revuelto y con ganas de contarte mi sueño.
