En tiempos del desamor
por La orgullosa
El amor ha cambiado a través de los tiempos. En épocas pasadas los enlaces matrimoniales se realizaban por conveniencia o eran matrimonios “arreglados” en los que las parejas no se conocían en el momento de la unión, y las razones del enlace eran ajenas al amor. De hecho, en países como la India, aún existe esta clase de matrimonio. Más recientemente de lo que la gente se imagina, alrededor del siglo XVIII, surgió el amor romántico, algo parecido a la forma de amar que conocimos a finales del siglo XX, y por primera vez se habló de amor verdadero. Con esto me refiero a un amor que surgía de manera espontánea, libre de condiciones y por el reconocimiento de las cualidades del otro, con una simpatía que nos acercaba al que muchas veces se convertía en nuestro compañero de vida.
Sin embargo, en este siglo el romanticismo ha dejado de ser palpable y ya no es más que un lejano cuento de hadas del que la mayoría se mofa y denigra denominándolo sentimentalismo, cursilería o ingenuidad. Sin pretender generalizar, la juventud ya no cree que el amor existe, o peor aún ya no lo conoce. Así, el amor se ha convertido en el unicornio de cola de arcoíris, que habita en las entrañas del bosque, de forma que pocos son lo que furtivamente, y solo por un momento, han llegado a avistarlo.
Yo resumiría la actual situación de la humanidad en la siguiente frase: “No son tiempos para el amor”. Y al principio uno se conduele de tantos divorcios, tantas familias destruidas, tantos desencuentros, e inevitablemente surge la pregunta ¿Por qué? Con la intención de explicarnos la lejanía entre los sexos hemos acusado al machismo, al materialismo de la sociedad actual, y seguramente estos aspectos han contribuido a la casi imposibilidad de las relaciones amorosas. Pero la auténtica razón de nuestra incapacidad para amar es el egoísmo como base de la estructura de la personalidad. Las veredas por las que ha seguido “evolucionando” nuestra sociedad nos han llevado al surgimiento de individuos fríos, insensibles, sin ninguna capacidad de tolerancia, sin empatía y por tanto sin solidaridad hacia sus semejantes. Un egoísmo hostil y mercenario se expande velozmente por todo el tejido social, de modo que aspectos como el sexo (no la sexualidad) son prioritarios frente al conocimiento de la pareja, y a sentimientos más profundos y duraderos.
Sumidos en nuestras ambiciones personales, en nuestra necesidad de éxito social y prestigio, somos incapaces de preocuparnos por el otro, nos negamos a confiar en él porque nosotros mismos no somos confiables, y ante nuestra frialdad heredada socialmente, querer proteger a alguien por el resto de nuestras vidas nos resulta ridículo. Es un hecho doloroso pero real.
Pero yo, como buena soñadora que a estas alturas todavía apuesta por lo mejor de los seres humanos, tengo la confianza que nuestra actual situación de desencuentro y desamor cambiará. El ser humano debe nacer de sus cenizas para ser una mejor versión de sí mismo, por nosotros y por las futuras generaciones. Así, llegará el día en que volvamos a aquellos caballeros que en aras de su amor por su dama, eran capaces de afrontar los mayores peligros. Y así, preservar el amor que nos humaniza y nos aparta de la autodestrucción.
