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El umbral

por Guadalupe Cerezo

 

El sol del mediodía caía como lumbre, con ese toque especial que trae el otoño. Las hojas de los árboles caían y formaban una alfombra crujiente, las aves no dejaban de trinar.

 

El invierno se aproximaba, el año empezaba a declinar. Ese 19 de octubre llegó Tiui Isabel a la cita, faltaban cinco minutos para las doce del día. César Cuauhtémoc estaba retrasado y aún no aparecía.

 

Ella estaba recargada en una de las puertas del arco del templo. El párroco los aguardaba, pues les daría unos datos que ellos le habían pedido para seguir con su investigación. Los jóvenes estaban seguros de que él se los proporcionaría en esa entrevista.

 

El rostro de Tiui giró hacia la esquina y miró que César se aproximaba corriendo a su encuentro. Al tratar de dar un paso para alcanzar a su prometido, se sintió arrastrada hacia el interior del atrio, fue entonces que él corrió para tomarla de la mano sin estar seguro de lo que sucedía.

 

Ambos se sentían congelados, inmóviles, estaban siendo arrastrados por una fuerza desconocida y se preguntaban de dónde salía tanta gente. Todo era estupor en ese momento; ante sus ojos aparecía un grupo de hombres barbados que montaban a caballo, y otro que se acompañaba por unos  perros que ladraban furiosos…

 

 Un poco más atrás se veían algunos indios con taparrabos, en cuyas cabezas lucían unos vistosos penachos.

 

En el fondo se encontraba un altar improvisado. Un hombre, al que los barbados llamaban “padre Juan Díaz”, se encontraba sobre un montículo de tierra para iniciar el ritual de la misa.

 

 El fraile comenzaba su ceremonia en latín y durante algunos momentos volteaba a mirar al conglomerado para hablarle en español; los oyentes, sumidos en la tristeza, ni el intento hacían por entender sus palabras. Su lengua era otra; sin embargo, comprendían que estaban en desventaja frente a aquel puñado de hombres de piel pálida y caras barbadas, quienes con sus instrumentos de muerte los estaban exterminando.

 

 El miedo lo sentían todos, también los jóvenes mezclados ya con el grueso del grupo, quienes hasta ese momento se percataban de que lo que estaban experimentando era el resultado de haber cruzado un umbral, de que lo que ahí estaban viviendo estaba fuera de lo que hasta hacía unos instantes había sido su mundo.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   Cuento, literatura, umbral, ficción

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