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El Síndrome de la Madrastra

de Blanca Nieves

                                                                     FUENTE: Getty Images

Por REBECA NAVARRO

¿Recuerdan a la bruja mala del cuento de Blanca Nieves? La de “Espejito, espejito”. Hace unos días, viéndome al espejo por la mañana, antes de dirigirme a mi trabajo, me acordé de esa historia. Mientras me peinaba, observando las particularidades de mi rostro en el espejo del baño, me percaté de una arruga que no estaba antes ahí. Al lado de la comisura de mis labios, una horrorosa línea quebrada bajaba disimuladamente en dirección al mentón. ¡Qué espanto! Exclamé. Y observé con terror esa nueva marca que enfatizaba la expresión en mi cara; haciendo imposible ocultar el paso del tiempo.

 

A medida que los años se acumulan, al igual que las hojas del otoño en la tierra, las mujeres empezamos a alucinar “grietas” por todas partes. Detrás del estrés que nos provoca la aparición de nuevas arrugas en la piel, se esconde un temor natural a envejecer, y una dosis saludable de vanidad. Claro que, en algunos casos, esa pequeña dosis comprensible de vanidad se nos va de las manos, y se convierte en una franca paranoia a lucir igual que la Madrastra de Blancanieves; cuando esta pierde todo su poder, y queda más arrugada que una pasa en remojo. ¿Pero, acaso es posible evitar que nuestro rostro refleje el paso de los años; hayan sido estos buenos o malos?

 

Siempre ha existido una gran presión social sobre el sexo femenino, para que luzcamos eternamente hermosas como una Madona Sixtina, tallada en mármol por Miguel Ángel. Pero, ni con todos los emplastos y cirugías del mundo puede una mujer volverse a ver como en sus años mozos. Y más nos vale comprender a tiempo esta verdad. Porque, tarde o temprano, ¡todas estaremos contando, angustiadas, nuestras “imperfecciones” ante un espejo! ¿Qué no sería mejor disfrutar la vida, lisas o arrugadas?, delgadas o algo pasadas de peso, jóvenes, o viejas como un maple canadiense…

 

Yo creo que una mujer es mucho más que una envoltura. La mayoría tenemos a nuestro alrededor personas que nos quieren, pese a nuestros defectos e imperfecciones. Cuando has sido una madre cariñosa, lo último en lo que reparan tus hijos es en como luces, lo único que quieren es tenerte a su lado. Lo mismo se aplica para las que somos amigas, tías, hermanas, etc. Sólo si vives de tu imagen estás condenada a corretear al tiempo, intentando ser como la Madrastra de Blanca Nieves; siempre obsesionada contemplándote detrás de un espejito. De lo contrario, lo mejor es que te tomes el permiso para ser tú, independientemente de la forma en cómo te veas. Creo que el momento más divertido de la vida es precisamente cuando dejas de preocuparte por la mirada de los demás, y sus juicios superficiales. Contrario a lo que parezca, la edad madura es para sentirse finalmente libres. Libres de condicionamientos sociales, de imposiciones culturales, de creencias pasadas de moda. Es una edad en que las mujeres podemos, por fin, darnos el permiso de ser auténticamente nosotras. Si es que no hemos tenido el valor de serlo anteriormente. Lo que opine el mundo sale sobrando, porque ahora nos pertenecemos. Luchamos duro para lograr ser quienes somos, y lo único que queda por hacer ¡es disfrutar! Si echamos una vista atrás, veremos que la mayoría de las cosas que nos tocó vivir valen la pena las arrugas que podemos lucir orgullosas, ante cualquier espejo. Mi consejo es que rompamos el maleficio de la Madrastra de Blanca Nieves, y  envejezcamos no solo con dignidad, sino con alegría. Porque no todas tenemos la fortuna de ver nuestra apariencia transformarse poco a poco.

 

En cuanto a Blanca Nieves, ya le llegará su momento de angustiarse ante el mismo espejo de su Madrastra, y si es sabia y ha logrado tener una buena vida, tampoco lamentará perder la lozanía de su rostro. Porque la mirada no cambia, y esa habla mucho de lo que siente el corazón. Que el corazón siga latiendo como en los primeros tiempos, eso es lo que realmente importa. Porque la lozanía está en cómo nos sentimos, y eso no puede reflejarlo un espejo.

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