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El sexo en caja
por Luna Portuondo
Pagando la cuenta en una librería del centro vi en el estante del fondo un paquete de color blanco con cintas rosadas que decía sobre la tapa y en letras también rosas esta frase "EL SEXO EN CAJA".
Al principio estuve tentada de comprarlo, pedirlo al dependiente distraídamente antes de pagar la cuenta: -Ah, y deme también esa caja-, pero después tuve pánico. Tuve pánico de parecer demasiado curiosa o demasiado desesperada, muy urgida de saber y obtener el placer empaquetado.
También tuve pánico de no encontrar lo que esperaba al abrir la caja, de que las piernas me temblaran al romper con impaciencia el celofán cubriendo el paquete, para morir un instante más tarde de la decepción de encontrar un escueto folletín o un aparatejo mecánico y sin vida.
Mejor me quedé con las ganas. Me aguanté también la curiosidad de saber qué era lo que contenía el paquete de tapas blancas e inmaculadas, sin otra inscripción ni seña alguna fuera de ese inquietante " EL SEXO EN CAJA".
No le pregunté nada al dependiente que me miraba con suspicacia mientras observaba el paquete pensativa. Pagué mi cuenta y salí de la librería.
Por las noches, cuando finalmente acaba el día y me quedo sola en la habitación, apago las luces, me meto entre las sábanas, cierro los ojos y me imagino que abro lentamente la caja: mientras lo hago comienzan a emanar de su interior vapores sutiles con aromas celestiales, brillos intangibles y otros efectos mágicos, detrás de ellos una serie infinita de placeres indescriptibles, extasiantes, inconfesables...
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