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El Regalo de un Niño

FUENTE:  ArtsyBee en Pixabay

Por XÓCHITL NIEZHDÁNOVA

Mayo 15 2018

Yo pertenezco a una familia numerosa, llena de tíos, primos, sobrinos. Gracias a este hecho, toda mi infancia estuve rodeada de niños. Era costumbre inventar travesías a diferentes lugares del estado y juntarnos todos los primos para marchar en caravana a lugares sorprendentes, donde corríamos toda clase de aventuras. También a menudo se organizaban fiestas a las que acudía la familia completa, y desde luego en estas reuniones había niños por doquier. En esa época yo era muy feliz conviviendo con mis hermanos y mis innumerables primos. Aunque al ser una niña, no me percataba del todo del ambiente festivo que se creaba entre los adultos, cada vez que los niños nos divertíamos en torno a ellos, con toda clase de locuras y juegos.

Pasó el tiempo y crecimos. Entonces cada uno de éstos niños comenzó a tener sus propios hijos. Mis tíos y mis padres, jóvenes aún (rondaban los 50) tuvieron el privilegio de disfrutar a sus primeros nietos. En pocos años mi casa se llenó de sobrinos que alegraban las tardes de domingo, desde que dieron sus primeros pasos, hasta la ocasión en que rompieron los faroles del patio trasero de la casa, durante un acalorado juego de futbol. Verlos crecer a todos ellos fue una hermosa experiencia. En mi caso contaba con cinco sobrinos varones que me ayudaron a madurar y a tratar a los niños. Pero el tiempo pasó y mis sobrinos se hicieron hombres. Mis padres, al igual que la mayoría de mis tíos, comenzaron a rondar los 70. Parecía que ya nada nuevo iba a suceder, pero entonces llegó el turno de mi hermana menor y de mis primos los más jóvenes. Mi hermana se embarazó y nació la primera nieta de la familia. El nacimiento de mi pequeña sobrina coincidió con la llegada de otros primitos, hijos de mis primos los menores. Y sin pensarlo, los abuelos de esos hermosos bebes, en pleno inicio de la tercera edad, volvieron a sentirse jóvenes, y perdieron veinte años de un solo golpe, con la sonrisa de estos tiernos niños.

Aquellos abuelos que se sentían un poco abandonados por sus nietos, y cuya vida se había tornado un poco triste, tuvieron nuevamente una razón para renovar su entusiasmo y recuperar la antigua alegría de los años pasados. Para todos ellos fue una experiencia inolvidable hacerse cargo de los más pequeños de la familia. La alegría de estos hermosos bebés se esparció entre las familias, y los juegos, las carreras y las risas volvieron a recorrer mi casa. La vida de mis padres se iluminó con la vivacidad y la inocencia de mi sobrina que empezó a compartir juegos con los otros pequeños de la familia los cuales daban sus primeros pasos en el trayecto de su vida.

La presencia de una nueva vida en el seno de una familia es un regalo invaluable que debemos aprender a atesorar. He comprobado que cualquier infortunio, tristeza o dolor que uno enfrente, desaparece con la sola mirada de un niño pequeño que te extiende los bracitos para que lo enseñes a caminar. La vida les dio una segunda oportunidad a los mayores para sentirse niños nuevamente, y enseñar a vivir a sus nietos. Mis tíos y mis padres, que prácticamente se habían jubilado del cuidado infantil recibieron una grandiosa oportunidad que les cambio la vida cuando ya no sentían tener mucho que hacer en ella. Y así volvieron a sentirse útiles y necesitados.

Yo también salí ganando porque mi sobrina es, desde su primer día de vida, una amiga y una compañera que me ha dado un amor que no esperaba y que tal vez no creía merecer. Es una niña de una ternura desmedida capaz de brindar amor incondicional a manos llenas. He tenido que echar mano de toda mi experiencia para orientarla y apoyarla. Ahora tiene casi nueve años y es una hermosa niña que afortunadamente siempre está feliz. Y aunque no fui madre, el amor que ella me prodiga hace que me sienta muy cerca de esa maravillosa experiencia.

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