El que esté libre de trastorno que lance la primera coherencia
por Nadenka Kruvskaya
¿Cómo están, mis chavaleeeeeees? ¿Cómo los trata la vida? Ya los extrañaba un chorro, condenadotes, pero ya estoy de vuelta, y como ya saben, vengo a recordarles todo lo que no quieren saber ni de broma sobre ustedes mismos, sobre su subconsciente y, como quien dice, sobre nuestra mentada naturaleza humana, porque se acordarán que yo soy su conciencia, algo así como su peor pesadilla. Y para no perder la costumbre, voy a contarles unas reflexiones sobre la vida y la locura que últimamente he venido haciendo.
Miren ustedes, les platico que ya regresé al ruedo, osease que ando otra vez chambeando, persiguiendo la chuleta —o como ustedes gusten y manden decir—, y estando en esos menesteres de la supervivencia me he topado con un montón de gente loca, pero así como del diario. ¿A ustedes no les pasa? Para mí que se está volviendo una cosa muy epidémica esto de la locura.
Les compartiré cómo llegó mi mente prodigiosa a esa iluminadora conclusión: como dice la canción: "Pasaba por aquí… y por allá..." primero fue en la plática de cigarro de 10 minutos —a mitad del día—, luego en la conversación de la reunión social —que, por cierto, nunca me faltan—; después, en la junta de trabajo, y hasta en el chismorreo entre amigos que de pronto, sin quererlo, llegó a mis oídos.
Así fue que empecé a sentirme como la compañera de Sherlock Holmes o como la chica de la serie Castle, llevada por la experiencia a descifrar un sorpresivo enigma respecto a la conducta de la especie humana que, muy a mi estilo, debí titular El que no gime, aúlla y si te descuidas hasta muerde. En fin, no los quiero perder con tanta introducción, mejor voy de lleno a las conversaciones en las que participé…
Conversación de cigarro: fumaba —obviamente— con un amigo que se quejaba amargamente de la actitud insolente de su jefe; él me daba detalle del último agravio en su contra, hasta que lo interrumpí indignada —desde luego, por esa conducta inadmisible— para recomendarle defender sus derechos a la dignidad y confidencialidad ante el área de Recursos Humanos. Por supuesto, él asintió pero me compartió una gran cantidad de excusas por las cuales no haría caso a mi sugerencia, así que cambié de tema y solo cruzó un pensamiento en mi mente: “Morimos cuando guardamos silencio ante las cosas que importan”.
Conversación social: platicaba de cualquier cosa con el exesposo de una amiga, y en un momento me referí a ella como “tu esposa” —por error y costumbre, desde luego—; de inmediato corregí; sin embargo, él, ipso facto, arguyó: “Aún es mi esposa”. "¡Wow!", me dije. ¡Qué osadía!, porque desde el punto de vista legal así es, pero hace tiempo que acordaron la separación y viven en consecuencia. ¿Qué les puedo decir? Todo subyace en nuestra “animalidad” —como diría Darwin—, el terreno está orinado cual señal de propiedad… y ahí lo dejo.
Conversación sin vela en el entierro: me encontraba en una sala de juntas —en el trabajo—, estaba con dos personas más y de pronto llegó alguien que empezó a platicar con mis compañeros, mientras yo trabajaba en mi computadora oyendo como ruido de fondo lo que decían; hacían la habitual crítica hacia alguien, se quejaban de ese alguien, hacían bromas a sus costillas y lo comparaban con otro alguien... hubo hartos aplausos para sí mismos, aunque todos los enunciados que ahí discurrían salpicaban montones de absurdos producidos por mentes extraviadas, atiborradas de taradez infinita, pa acabar pronto.
Las fascinantes one on one: me reuní con una amiga en un café, porque hacía tiempo que no platicábamos y nos dispusimos a ponernos al corriente. ¿Los temas? El matrimonio, los hijos y el trabajo... de ahí siempre hay harta tela de dónde cortar, y el tiempo nunca es suficiente pa hacer catarsis completa, a duras penas una medio catarsis de alguna de las dos —regularmente, no me toca turno—. Mi amiga inició con la incertidumbre laboral y la falacia de la igualdad de género; prosiguió con el “ya no lo aguanto... ya merito lo mando a freír espárragos”; continuó con los hijos, las ilusiones, los deseos, el deber ser, el empeño, las ganas —en el camino hubo bromas y risas de sentirnos en el colmo de los colmos— y todas las contradicciones de nuestro sentir, pensar y actuar. Mi reflexión —ya en el uber— fue: “Mi amiga es una hermosa mujer, pero nomás no se atreve a ser feliz y a dejarse de locuras… ¿Qué nos falta, si por ovarios no paramos?"
Regreso entonces al punto de partida, al collage de todas esas conversaciones, lo que me hace pensar que algo está pasando en el mundo, que todos estamos tarados o locos. Y para descifrar ese enigma, he aquí que les traigo la siguiente clasificación, misma que he denominado pomposamente —ya saben cómo me las gasto— Los padecimientos de la normalidad. Ahi les van:
Rajita
Sabe distinguir entre lo adecuado y lo inapropiado. Se le dificulta mentar madres de frente y con ganas. Se conforma con uno o dos emputamientos en su mente.
Negado(a)
Es de los padecimientos que más pululan y de los más sencillos de identificar. Simplemente, no distingue ni la o por lo redondo; anda por la vida con la firme creencia de que el mundo está equivocado —¡ah!, pero eso sí, ¡cómo chinga al prójimo!
Tostada
Sociables, medianamente gratos e irrisoriamente envalentonad@s, algo así como "aquí mis chicharrones truenan", pero en realidad apenas llegan a tostadita.
Caspitón(a)
Se caracteriza por entrarle a todo y aguantar a cuanto pelado(a) lo(a) atropella, con tal de mantener a salvo a su progenie.
¡Ay, nanita!
Sus características son tan variadas que son difíciles de identificar a la primera; pueden ser muy risueños y hasta amables; los hay callados, aparentemente tímidos, pero en el fondo son siniestros, solo corres cuando se lanzan sobre ti sin previo aviso y si no eres rápido para huir terminas en las garras de su furia.
Y solo por mencionar algunos, así que la normalidad y la anormalidad —en mi opinión— guardan poca distancia o quizá ninguna, por eso yo aviento este escrito porque de coherencias... ¿quién sabe?
Y eso es todo, mis chavales, no se me angustien, los dejo en paz por un tiempo para que reflexionen, pero no se confíen, que ando de vuelta y esta vez ¡¡¡vengo recargada!!!
