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El mejor Halloween de mi vida

por Mariana Tristán

 

Un ojo en la palma de la mano, un sombrero de copa negro, un traje viejo y sucio que encontré en el cajón de las cosas olvidadas. El ojo en la palma de la mano es por el Laberinto del Fauno, porque me quedé siempre obsesionada con el monstruo ciego de los ojos en las manos que devora hadas diminutas y duendes, y porque siempre he querido tener un ojo donde nadie lo pueda ver, para espiar a los demás sin que se den cuenta. En realidad no quiero ir a la fiesta de Halloween del salón de mi hijo Dani. No tengo ganas de ir a ninguna parte. Dani está de pie junto a mí mientras termino de pintar de azul verdoso mi cara de por sí reseca y maltratada frente al espejo, me mira desde la inocencia concentrada y la desesperación de sus 7 años. 

-¿Ya mero acabas mamá?- dice. 

Yo hago una cara de ogro meditabundo, pero no me apuro, es que de verdad no tengo ganas de ir a ninguna parte. Hoy es el último día del mes, debería tener dinero pero he pagado hasta el último centavo a las cuentas interminables del banco, tengo todavía diez mil pendientes del trabajo que tendré que terminar mucho más tarde, cuando Dani ya se haya ido a la cama. Además, como siempre que todo va mal, Armando no vino a dormir a casa anoche, ayer temprano peleamos. 

Dani me jala con desespero hasta la puerta de la casa  

-¡Ya tenemos que irnos mamá, Rube y Gerardo ya han de estar allá!- me urge Dani con angustia.

Le planto un beso en la pequeña frente pintada de amarillo, este año ha decidido ser un espantapájaros, va jalándome de la manga del traje y tirando paja reseca que compré en el mercado por toda la casa, también va dejando huellas de pintura amarilla en las paredes y los picaportes de las puertas.  Sonreímos uno al otro con complicidad antes de salir. Incluso los días últimos de mes, cuando más cansada me siento, estoy dispuesta a lo que haya que hacer para no defraudar su infancia. Él sale corriendo hasta el auto estacionado en la calle y a mí se me hace un nudo horrendo en la garganta mientras le echo llave a la puerta.

En la fiesta hay diez millones de infantes aguerridos y vueltos locos de alegría. Hay también muchísimas madres y padres disfrazados de los personajes más extraños imaginables. Casi no reconozco a nadie. No es solo porque están maquillados y disfrazados con mucho esmero, es también porque voy poco a las juntas. 

Una de las mamás organizadoras de la fiesta se me acerca para ofrecerme un vaso de refresco de los que carga en una charola 

-¡Qué linda!, ¿eres la mamá de Dani no? ¿De qué vienes disfrazada?-  me pregunta. 

Agacho la cabeza y me quito el sombrero de copa negro, de pronto me siento ridícula.

-Creo que soy algo así como un fantasma del siglo pasado combinado con el monstruo del Laberinto del Fauno- le respondo, y al mismo tiempo le enseño, con lo que quisiera ser orgullo, la palma de mi mano pintada con un ojo abierto torpemente dibujado en el centro. Ella está impecablemente disfrazada de Maléfica y más que la bruja mala de un cuento, parece una sexy modelo de revista. Se aleja haciendo un gesto de hechizo con la mano y yo doy un trago muy grande a mi refresco, de pronto he sentido la boca y la garganta secas.

A las 7 de la noche el nivel de euforia de los niños está en su clímax, las mamás y los papás ya se han relajado, la expectativa va en aumento, está programado un concurso de disfraces para los niños y otro para los adultos que han venido disfrazados en pareja. Desde la barra de los solitarios observo a las parejas con detenimiento, Peterpan y Campanita, un Homero Adams relamido con su Morticia demasiado voluptuosa, un Popeye canoso con músculos de hule espuma y su Olivia 10 años más joven y dinámica; también se han presentado Shrek y la versión rubia y esplendorosa de Fiona, Gargamel y Pitufina vistiendo una falda demasiado pequeña incluso para Pitufina, y aunque nadie pueda creerlo hasta aquí han llegado también Khal Drogo y Daenerys Targeryan, que como cabe esperar, son la sensación del evento escolar. Todos se ven realmente bien, hablan cada cual con su pareja y hasta parecen preparar el guión con el que desfilarán por la pasarela improvisada. Se ven tan cómplices y compenetrados en sus personajes que nos hacen sentir realmente mal a los que no venimos acompañados y los miramos con envidia de la buena desde la barra. 

Dani aparece repentinamente con la cara chorreada de sudor revuelto con tierra y las plastas de pintura amarilla ya derretida sobre las mejillas

-¿Me arreglas la paja de las mangas mamá?, ya casi es el concurso-

Le quedan máximo tres tiras de paja en cada manga deshilachada, pero él tiene la absoluta certeza de que luce como el más auténtico de los espantapájaros de una granja fantasmagórica imaginaria. Le arreglo lo mejor que puedo las mangas y le digo que así está perfecto. Antes de irse acerca su boquita hasta mi oído para preguntarme en secreto: 

-¿Tú y papá no van a concursar mamá?-  

Otra vez se me hace un nudo en la garganta. Armando no hubiera venido nunca a esta fiesta, aunque anoche se hubiera presentado en la casa a dormir, aunque no nos hubiéramos gritado ayer cuánto nos odiamos y las razones por las que no nos queremos volver a ver jamás.  Pero desde luego, Dani no va a enterarse de eso nunca. Coloco la palma de mi mano pintada con el ojo abierto en alto y cierro los ojos como si tratara de adivinar la temperatura exacta de la atmósfera: 

-Déjame ver- le digo, 

-Con el ojo de mi mano puedo ver el futuro y presiento que vas a ganar este concurso, también presiento que papá está atorado en el tráfico pero ya debe estar muy cerca-  

Cuando abro los ojos se está riendo y la carita se le ha iluminado, sale disparado al otro extremo, donde lo esperan Rube y Gerardo para seguir saltando y comiendo caramelos. En realidad lo único que la palma de mi mano ha detectado es lo denso de la atmósfera del salón de fiestas, el sudor evaporado de los diez mil niños jugando, el ruido de las voces de las parejas disfrazadas hablando, los cubiertos azotándose contra los platos, el chocar de las botellas de cerveza y los vasos de vidrio. Todo junto, al unísono, zumbando despiadadamente sobre mis tímpanos. Necesito fumar un cigarro. 

Afortunadamente somos muchos los que aún fumamos, nos amontonamos en una pequeña terraza que da al exterior del salón, nos prestamos el encendedor, como condenados que comparten la culpa de su pecado. Me arrincono en un extremo de la terraza, le doy caladas muy hondas a mi cigarro, como si en lugar de un rollo de tabaco fuera un tanque de oxígeno y yo me estuviera ahogando. Hace mucho frío y está lloviznando, lo único que nos protege es un techito de acrílico, los que salen a fumar lo hacen rápido y regresan al abrigo del ambiente denso y caluroso del salón. Pero yo prefiero estar aquí, con todo y frío. A lo lejos se ve la avenida principal casi vacía,  el cielo grisáceo, el asfalto mojado. El humo me entra caliente y rijoso hasta el pecho, levanto la cara para sentir el viento helado y expulsar el humo en una bocanada furiosa. Dos lágrimas se me escapan y me corren por las mejillas pintadas y resecas. Un fantasma con un ojo en la palma de la mano, ¿a quién se le ocurre? pienso, ¡qué ridícula! 

 

La terraza se va quedando vacía, ya han anunciado el inicio del concurso. Solo quedamos un papá y yo. El papá de algún compañerito de Dani seguramente emocionado como él allá adentro en el concurso. El presunto “papá de alguien” está fumando en el centro de la terraza, con las manos sobre el barandal y la mirada fija en el asfalto mojado. Ha venido vestido del Hombre Araña, o al menos es lo que ha intentado. Su traje está viejo y despintado, como si lo hubiese usado durante muchos años. Ya casi no se ven las líneas negras de la telaraña que debía ir en el pecho y en la espalda. Está absorto en la humedad del asfalto, como si se hubiera olvidado de que está ahí, en la terracita para fumadores de un salón de fiestas.  De pronto voltea y se da cuenta que yo también estoy ahí, fumando como él.

 -¿Tienes otro cigarro?- me pregunta. Le doy el único que me queda, lo saco del bolsillo secreto en el interior de la solapa de mi ridículo traje negro de tela arrugada. 

-Gracias- me dice, y prende inmediatamente el cigarro. -¿Vas a concursar?- me pregunta.

Me río y tal vez me sonrojo debajo de la pintura azul verdosa.

 

-No, para nada. No creo que pudiera pasar ni a la primera eliminatoria-

-¿Estás disfrazada de fantasma?-

-Si, eso creo, de un fantasma combinado- le sonrío apenada y le muestro la palma de la mano con el ojo abierto.

-¿Eres un fantasma combinado con el monstruo del Laberinto del Fauno?-

Le miro muy sorprendida, como si de pronto me hubiera encontrado con alguien que habla mi idioma en un país extranjero.

-Si, ¿cómo supiste? - pregunto 

-Me imaginé, a mí también me gusta mucho ese monstruo-

De pronto me siento relajada y en confianza, incluso la atmósfera de la terraza empieza a sentirse cálida

-¿Y tú vas a concursar?- le pregunto, ¿Viniste a la fiesta con tu Mary Jane?

Vuelve a mirar fijamente el asfalto mojado y se queda pensativo un rato. Me apeno de inmediato, pienso que me he sobrepasado.

-No- dice al fin, -Mi Mary Jane se fugó con El Duende Verde-

El tono de la voz le ha cambiado de pronto, se ha puesto un poco triste y solemne.

-Perdón- le digo, -No fue mi intención ser indiscreta-

-No te preocupes, no fuiste indiscreta- responde. -Es solo que hoy cumplo un año de divorciado, pero no es nada-

Se le vuelve a oír ligero y amigable. Cambia de tema y me pregunta quién es mi hijo. Hablamos de lo mucho que nos ha costado armar los disfraces de los niños, lo difícil que ha sido conseguir exactamente lo que quieren, lo caro de los materiales en los supermercados. Compartimos anécdotas de la semana, experiencias agradables y desagradables con tareas y maestras de la escuela, hablamos de los sacrificios innombrables a los que nos han sometido las exigencias de la escuela, lo duro que es cumplir con todos los estándares. También de los juegos que prefieren los niños y de lo buenos que son en todo lo que no tenga que ver con las tareas y las clases. Charlamos como dos viejos conocidos durante un rato largo, con la confianza inmediata que se adquiere entre dos que padecen los mismos problemas y las mismas soledades. 

-Ya empezó el concurso- me dice, -hay que ir a verlo-. 

Me toma de la mano pintada con el ojo abierto,  su mano huesuda de Spiderman maltrecho está cubierta por la malla del mameluco.

-Cierra el ojo de la mano- me dice, -No vaya a ser que le entren telarañas- Reímos a carcajadas mientras nos dirigimos al interior.

Adentro el concurso está en su punto más álgido, los niños desfilan en la pasarela, los padres se arremolinan sobre ellos con los celulares en alto y las luces de los flashes parecen chispas incandescentes que saltan desde las alturas a la pasarela improvisada.  

Spiderman y yo llegamos justo cuando Dani está desfilando, los pantalones de mezclilla enlodados, la paja del sombrero enredada en el pelo, una sonrisa luminosa de oreja  a oreja que me hace soltar otra vez un par de lágrimas. Dani lleva de la mano a una compañerita divinamente disfrazada de Rapunzel, la rubia trenza kilométrica colgándole por delante y un vestido hermoso de tul rosa y crinolina muy esponjada que Dani le pisa con las botas de espantapájaros a cada paso. Como soy chaparra y no alcanzo a elevar mi celular lo suficiente para tomar fotos a Dani, Spiderman toma mi celular y trepa de un brinco a una silla colocada en una esquina cercana, desde ahí saca fotos de Dani y la bella Rapunzel desde todos los ángulos necesarios. Luego espera que aparezca en la pasarela Santiago, su hijo, viene disfrazado  ni más ni menos que de Ironman, al igual que otros tres compañeritos confundidos y azorados que desfilan junto a él tomados de las manos. Como este año ha habido muchos Ironman, las mamás que organizan el concurso han decidido que pasen por la pasarela todos juntos. Santiago se ve un poco angustiado y busca con la mirada a su papá entre las caras entusiastas de la multitud, cuando lo localiza en la esquina donde está trepado, sonríe triunfante y levanta en alto el puño de plástico dorado que es el orgullo de su disfraz. Spiderman desde su esquina simula con la mano que lanza su telaraña hacia donde está Santiago. Todos ríen con la actuación de padre e hijo, parece que es algo que han preparado.

La fiesta termina casi a las once, al final los niños están tan exaltados como cansados y no saben si llorar porque ya se ha terminado el convivio o porque quieren irse a la cama cuanto antes. Spiderman y yo nos despedimos en el portón del salón de fiestas. Él lleva en brazos un Ironman casi dormido todavía chupando una paleta de caramelo. Yo llevo jalando de la mano un pequeño espantapájaros que dispara agua a mis espaldas a sus amiguitos con la pistolita que se ha ganado en el concurso.

-Nos vemos el próximo año Fantasma del Laberinto del Fauno- me dice Spiderman con un guiño cómplice al despedirnos.

-Nos vemos- le respondo, -Cuida esas telarañas, estaré vigilando-, levanto la mano con el ojo pintado en la palma y la pongo sobre mi ojo izquierdo como si le estuviera observando desde ahí.

Me quedo sonriendo desde que Spiderman y yo nos despedimos hasta que llego con Dani al auto. Sigo sonriendo incluso mientras voy conduciendo hacia la casa y él ya duerme completamente en el asiento de atrás. Pienso en que hace muchos meses que no sonreía así. Observo el ojo mal pintado de la palma de mi mano, lo levanto como si tuviera visión y pudiera realmente observar el mundo desde ahí. Ya no me siento tonta ni ridícula. Me siento incluso feliz. Miro por el retrovisor mi cara azul verdosa y vuelvo a sonreír.

Tal vez el próximo año me compre el disfraz completo, tal vez incluso pinte las dos palmas de mis manos y las ponga sobre mis ojos como el monstruo del Laberinto del Fauno para asustar a los niños mal portados.

Captura de pantalla 2019-02-18 13.52.37.

Mariana Tristán

Melancólica apasionada, publicista y lectora voraz, intenta sobrevivir en un mundo donde el sexo y la menopausia no son compatibles. Ávida de experiencias excitantes y cercanas con su mercado meta.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   halloween, disfraz, divorcio, el laberinto del fauno

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