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por Lorena Villarreal

Se llaman Ana, Lorena, Paula y Claudia, las cuatro son muy delgadas, bueno casi, Paula es un poco llenita y sobre todo muy voluptuosa, pero lo compensa con músculos muy firmes y prácticamente cero grasa. Se instalan cada día en las cuatro bicicletas frontales del salón de spinning y desde su posición incuestionable y la perfección de sus cuerpos firmes lideran la clase de las 9 y marcan un ritmo infernal al resto del grupo. 

 

Yo casi siempre llego tarde, derrapando para alcanzar la última bici disponible en la fila de atrás. Las clases son solo tres veces por semana, pero a mí me cuesta un sacrificio impronunciable llegar a tiempo, cruzar en pleno tráfico de las 8 la ciudad, desde el extremo poniente, donde trabajo, hasta el único club cercano a mi casa donde hay una clase a estas horas de la noche. Casi vuelo para alcanzar a entrar antes de que Aurora, la atlética instructora, cierre la puerta del salón para poder subir el volumen de la música.

 

Corro hasta la fila de atrás con la pesada mochila cargada de cosas al hombro y los tenis todavía en la mano. Mientras acomodo el asiento me los voy poniendo. Las cuatro reinas del pedaleo, ya listas al frente, llevan seguramente varios minutos  sobre sus bicis calentando y aventajando kilometraje.

 

Casi siempre hacen una mueca de desaprobación cuando me ven escabullirme por la puerta a toda prisa con los tenis en la mano, como si les molestara enormemente mi impuntualidad y mi desfachatez, por no decir también mi aspecto desaliñado y tan poco atlético a pesar de los tres días a la semana de spinning y los diez minutos de poleas que a veces me obligo a hacer antes de irme a casa tan cansada que casi voy a rastras.

 

Ellas en cambio son realmente infalibles, no tienen ni un gramo de grasa, llevan siempre la ropa adecuada, las marcas más caras de mayas y tops para hacer spinning, peinadas perfectamente todos los días, ni un solo pelito fuera de lugar, llegan con puntualidad pasmosa y ni cuando sudan se les ve sucias o desaliñadas.

 

Por supuesto los de la fila de atrás somos otra historia ¿Porqué será que los mismos cinco compañeros acabamos siempre hasta esta fila? La que llega más tarde soy yo invariablemente, pero los otros 4 son mas o menos también impuntuales: Lucía de 58, abuela desde hace un par de meses, ruda y vivaz, de carácter muy fuerte y con los pantalones bien fajados como se decía antes, viaja desde de los suburbios del sur en su bicicleta antigua de canastilla entre los manubrios vistiendo invariablemente sus clásicos pants de franela verde aceituna; Rafa Torres, estudiante de Mecatrónica en la Universidad Estatal, de piernas muy pálidas y delgadas, shorts de cuadritos grises demasiado holgados para sus muslos escuálidos y unos portentosos y difíciles de ignorar tenis de color naranja fluorescente que según él le otorgan “superpowers”, pero que yo creo que solo le dan ampollas porque son de una talla más grande que sus pequeños y torpes pies; junto a Rafa se sienta invariablemente Gerardo, “el buen Gerard”, le dice Rafa, es officeboy en UltraRadio, aunque él dice que es locutor suplente de un tal Lalo Torres “La Voz” que en realidad jamás ha tenido la más mínima necesidad de ser reemplazado ni en ocasión de una faringitis aguda.

 

Pero el buen Gerard es muy positivo, tiene una actitud  proactiva y altamente asertiva, según dice; tiene casi 18 kilos de sobrepeso, es asmático y adicto a las papas fritas aderezadas con litros y litros de salsa Valentina, pero aún con todo mantiene la convicción intacta de que será un locutor cotizado en cuanto le den la oportunidad de su vida, y entonces las grandes radiodifusoras de la ciudad capital se pelearán por contratarlo a un precio tan alto que lo lanzará a las alturas del infinito y más allá. Lo más conmovedor de su historia es que su fe ciega en este destino que él augura con tal clarividencia, es tan poderosa como la enjundia con la que pedalea su bicicleta estática durante los 50 minutos en que Aurora tortura nuestra raquítica autoestima gritando a voz en cuello con su tono de generala indignada de un ejército de perdedores, mientras nosotros sudamos la gota gorda tratando de seguir el ritmo infernal que marcan al frente las cuatro reinas, y gemimos como miserables animales de caza perseguidos por un endiablado felino.

 

Micaela es la última de este nuestro quinteto de aficionados amateurs del glorioso ciclismo estático. Como se podrán imaginar es un personaje sui generis, lleva el cabello muy largo, algo despeinado y siempre suelto, usa unos lentes de armazón de pasta negra que yo pensé que eran muy hipster, pero que ella asegura que fueron los más baratos que encontró en el supermercado, jamás he visto un solo milímetro de su piel morena pálida sobre los brazos o las piernas porque usa pants y sudaderas hasta los tobillos y las muñecas, eso sí, muy holgados y siempre haciendo juego en colores vistosos.

 

Recuerdo un día en que llevaba pants morados y sudadera color violeta con lunares blancos a juego, ese día se veía especialmente radiante, se sentía tal vez luminosa y llena de energía vistiendo esos colores. El cuarteto de las reinas en la fila del frente no dejaban de mirarla y murmurar con sonrisas burlonas a cada momento. Pero Micaela realmente no lo notaba, de eso ya estoy segura, Micaela es de esos seres cósmicos que existen en el universo, esos que andan florando siempre en su propia nube, radiante y despreocupada, hablando un idioma que solo los iniciados entienden. Por eso Micaela es mi preferida en la fila de los perdedores del salón de spinning, porque es absolutamente auténtica, vive y respira en una sintonía diferente a la nuestra, una sintonía llena de colores y lunares a juego.
 

-¿Porqué vienes a la clase de spinning Micaela?- le pregunté un día
 

-Porque no hay ninguna razón para no hacerlo- me contestó.
 

-Quiero probar todas las cosas que hay por hacer en el mundo- siguió, -Incluso pedalear hasta el cansancio un aparato con ruedas que jamás te llevan a ninguna parte más que a la desesperación.
 

Su respuesta es una de las máximas de la sabiduría popular que atesoro en mi memoria con más asombro, también con más cariño, por que cada frase que sale de la imaginación cándida de Micaela es un destilado de la ternura que la hace ser ella y solo ella, Micaela.

Desde luego es de suponer que alguien como Micaela no está en condiciones físicas de llevar a cabo una rutina de ejercicio físico tan exigente como una clase de spinning, así que ya desde las primeras semanas en que iniciaba el curso, sus rodillas un tanto débiles empezaron a acusar los estragos del impacto de las prácticas. Muy pronto tuvo que empezar a usar una rodillera para limitar las molestias y amortiguar el impacto, porque  alguien como Micaela no estaba dispuesta a ceder ni un ápice de la oportunidad de probar una de las experiencias que la vida ofrece, ni siquiera por una nimiedad como una lesión de rodilla tal vez irreversible. Así que Micaela siguió acudiendo puntual a la clase, con sus pants hasta los tobillos, sus sudaderas de bolitas, sus gafas de pasta negra y su rodillera de farmacia bien ajustada sobre la rodilla derecha. Pero además carga siempre en su mochila color rosa fucsia con listones verdes un par extra de rodilleras de farmacia exactamente iguales a la que colocaba sobre su rodilla lastimada.

 

-¿Porqué llevas un par de rodilleras extra en tu mochila Micaela?- le pregunté un día que nos cambiábamos en el vestidor
 

-Nunca se sabe cuándo vas a necesitar otra- respondió
 

-Okey, pero solo tienes dos piernas, ¿para qué querrías una tercera?- le insistí.
 

Ella se me quedó viendo con su sonrisa cándida de Micaela y una expresión en los ojos como si le estuviera preguntado una obviedad.
 

Un ser cósmico y misterioso como Micaela es difícil de entender para los mortales simples como yo. Sin embargo el día de comprender la lógica de la mente mágica de Micaela llegó. Fue uno de esos miércoles. No sé qué tienen los miércoles que se llenan de energías extrañas y la gente anda toda alborotada. Estábamos como siempre tratando de seguir el ritmo de las reinas, sudando la gota gorda del pedaleo estático infame. Aurora, nuestra instructora con vocación de generala, había puesto una rutina musical nueva, mucho más acelerada que de costumbre. Atrás, los de la fila de los sufridores ya no podíamos más, las reinas en cambio desde sus flamantes bicis frontales le daban a los pedales con tanta velocidad, que  daba la impresión que en cualquier momento saldría lumbre de las llantas, o que de plano iban a despegar como cohetes de la NASA.

 

De las cuatro, Paula es, como cabe esperar de alguien con una enfermiza compulsión por ser perfecto, la más competitiva. Esa noche pedaleaba su bici estática con tanta fuerza que parecía que volaba. Su empeño, tan frenético y desmedido, nos hacía sentir al resto del grupo realmente comprometidos a seguir pedaleando, a pesar de que en realidad a todos se nos doblaban las piernas y sentíamos que no podíamos más con nuestras almas. Solo Micaela tuvo la sensatez de reducir la velocidad y adoptar una acorde con su condición y su cansancio, después de todo ella va siempre a su propio ritmo, flota normalmente en esa nube cósmica en la que es ella quien marca su propio paso. De pronto todos escuchamos el estruendo seco, algo como un latigazo, era la bici de Paula,  la fuerza de su pedaleo tronó uno de los pedales y, atónitos todos, (reinas, simples mortales, loosers eternos y hasta la instructora con ínfulas de generala) la vimos desplomarse como en cámara lenta del impecable trono de la perfección de su desempeño infalible, directo al frío suelo de duela del salón de spinning, todo de un solo e impecable trancazo.

Es extraño observar a la gente que convive a diario en una misma actividad cuando sucede una eventualidad. Paula estaba doblada de dolor en el suelo, pero ninguna de sus compañeras ultraperfectas del cuarteto de las reinas se acercaron a ayudarla. En realidad la miraban inmóviles, como si les diera pena ajena. Fue Micaela quien en dos segundos ya estaba junto a ella. Nunca me di cuenta en qué momento tuvo tiempo de bajar de su propia bici, sacar de su mochila una de sus rodilleras extra, correr hasta el frente del salón y poner inmediatamente en acción sus habilidades de curandera, enfermera, masajista, consoladora, doctora de rodillas lastimadas, orgullos heridos y almas desconsoladas.

Hay días así. Días cargados de energías extrañas, de ánimos desmedidos. Es en esos días que los mortales simples encontramos sentido a las rarezas de los seres mágicos y cósmicos como Micaela.

Ah, por cierto. A partir de ese día Paula y Micaela son mejores amigas, Paula ha dejado de dirigirles la palabra a las otras reinas y toma la clase junto a Micaela en la fila de hasta atrás, la de los "perdedores". Rafa y El buen Gerard las custodian a cada lado. Rafa se pone muy nervioso pedaleando con sus shorts de cuadritos al lado de Paula, pero ya le habla y la está convenciendo de comprarse unos tenis naranja fluorescente con "superpowers" como los de él. Gerard le da más duro a la pedaleada desde que Paula migró a nuestra fila, ha bajado un par de kilos para impresionarla, y desde luego ya le ha contado la historia de su voz espectacular de locutor y la enorme fama que en cuanto se presente su oportunidad lo aguarda.

 

El cuarteto de la envidia, siempre al frente como de costumbre, tuvo que transformarse en tercia de reinas solitarias.

 

 

El cuarteto de la envidia

 

 

                                                                         

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Lorena Villarreal

Vigoréxica consumada, es amante de su cuerpo y se considera una narcisista incorregible. Residente permanente de gym y adicta a las pistas. Escribir y correr son sus válvulas de escape.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   orgasmo femenino, punto G, sexualidad, pareja, Aitana Lago

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