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El alma noble de un gran varón

                                                                       

por Guadalupe Cerezo

La magia de los hechos sobrenaturales cobró vida en la época colonial; sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, ciertos pasajes aparentemente fantásticos siguen vigentes. 

 

Me contaba mi abuela que en lo que hoy es la región de Ciudad Serdán, en un pueblo pintoresco llamado San José Chiapa —ubicado adelante de San Marcos, actualmente Lara Grajales—, un gran personaje llamado Juan de Palafox y Mendoza solía pasar algunas temporadas. 

 

El polémico varón vino a la Nueva España en junio de 1640 como Visitador General, aunque por la historia se sabe que un año antes, en 1639, ya se le había designado Obispo de Puebla. 

 

A su llegada, instalado en la Ciudad Capital, hoy Ciudad de México, encabezó juicios contra la corrupción, el abuso de poder y la burocracia colonial, lo que provocó que se hiciera de muchos enemigos, y es que hay que reconocer que Palafox y Mendoza era un hombre justo, que se preocupó por las mujeres —por ejemplo, alejó a las mulatas de las pulquerías, y también a las prostitutas, a quienes cobijó en casas especiales para su regeneración.  

 
El enojo de sus adversarios se debía a sus ideas, al poder religioso que ostentaba y a las luchas que encabezaba, y cuando necesitaba un respiro para alejarse de la envidia que causaba en los otros, se retiraba a la parroquia de San José Chiapa, a vivir la tranquilidad del campo. 

 

A Juan de Palafox y Mendoza lo había conquistado la sencillez de los indígenas, y durante los tres retiros al año que pasaba en aquella parroquia convivía de manera muy cercana con la gente. 

 

Repartía sus ocupaciones entre la gran capital y la Arquidiócesis; fue él quien reanudó la construcción de la Catedral poblana y fundó varios conventos, iglesias y colegios, y cuando se percató de que el clero secular vivía en pobreza extrema, ordenó que los titulares de los curatos se sometieran a un examen. 

 

Por supuesto, los conflictos con las órdenes religiosas no se hicieron esperar, e incluso tuvo que enfrentar algunos problemas con el Virrey. Vale la pena mencionar que nuestro célebre Juan de Palafox fue nombrado Arzobispo electo de México y que los puestos que desempeñó requerían un gran trabajo, al que nunca rehuyó.  

 

En 1647 el ambiente social y político de Puebla era tan difícil para él, que se vio obligado a ocultarse por el rumbo de Tepeaca; de hecho, se presume que había regresado a San José Chiapa, y la iglesia de ese lugar, tan sencilla como la de cualquier pueblo, cobró importancia por el hecho de que el religioso la prefiriera entre otras.  

 

Aunque no se sabe con certeza si Palafox verdaderamente se escondió ahí en esa etapa de tantos conflictos, los fieles conservan una silla de la época, la capa negra con el cuello redondo abotonado, un crucifijo que lo acompañó siempre, un sombrero, un pañuelo y otros objetos que se preservan celosamente en una vitrina. 

 

Lo interesante del relato es que, aun hoy, hay testimonios de gente que asegura haber visto al obispo sentado en su silla. Mi propia abuela, que fue maestra rural y trabajó en San José Chiapa —curiosamente, en la escuela que se encuentra al lado de la sacristía—, solía contar que no fueron pocas las tardes que lo vio pasar por la iglesia, ataviado con la capa y el sombrero guardados en la vitrina. 

 

Los lugareños afirman que Juan de Palafox y Mendoza no solo se aparece en la parroquia, sino que lo han visto en las calles, en el campo, en el púlpito y en las casas antiguas que siguen en pie, lo que demuestra que para las almas no hay fronteras, y que el tiempo y el espacio son relativos.  

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   Juan de Palafox, mitos, leyendas, Guadalupe Cerezo

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