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Albor de un suspiro

FUENTE:  Juan Bautista y amigos de la bola/ Archivo personal                              

Por TONATIUH ARROYO

Mayo 29 2018

Juan Bautista Angulo era gente de mar. Muy niño fue inscrito por su padre en el Colegio Naval Militar, a pesar de que nunca lo reconoció como hijo legítimo.

En el antebrazo derecho llevaba tatuada un ancla que al final de sus días casi había desaparecido, debido a la invasión de sus muchas manchas seniles.

Errante puro, don Juanito se enredó en la bola –como se le llamaba en los primeros años del siglo pasado a la agitación social generada por la llamada Revolución Mexicana–; fue dueño de la embotelladora Donají; cobrador de Hacienda, e incluso chambelán de una princesa juchiteca, en una ocasión en la que pudo escapársele a su mujer (de quien se dice, por cierto, que tenía “capacidades adivinatorias”).

Lo conocí entrado en los ochenta pero no disminuido, cuando se pasaba horas entre los fierros viejos de su antigua empresa, en un cuarto de trebejos, en el que fabricaba un insecticida para cucarachas que ofrecía de puesto en puesto en los mercados.

“La vida es apenas el albor de un suspiro, por eso hay que inspirar muy hondo y exhalar muy lento”, repetía cada vez que repasaba sus viejas fotografías sepias y en blanco y negro frente a mí, las cuales marcaron mi percepción del pasado como un repositorio enmohecido en el que hay que buscar, entre luces y sombras, el pretexto suficiente para conservar el aliento.

En Los Calzones de Guadalupe

tenemos buena estrella,

porque podemos soñar y mostrar el alma sin pena

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