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El Dr. Jekyll y Mr. Hyde

FUENTE: Pixabay

Por LA ORGULLOSA

Mayo 8 2018

Siempre me he considerado una mujer muy tranquila y ecuánime, no es que no existan hechos que alteren mi estado de ánimo, pero por lo regular opto por la mejor actitud y la prudencia. Hace un par de semanas el destino puso a prueba mi temperamento, conducía por una de las grandes avenidas de la ciudad, iba a buena velocidad y sin mayores contratiempos, súbitamente una camioneta CRV, color negro, me rebasó violentamente por la derecha, y casi se impacta sobre mi vehículo. Pude ver que el conductor también era una mujer. Después de rebasarme, sin importarle la velocidad a la que íbamos, se insertó en mi fila, delante de mí. Este hecho me hizo frenar bruscamente para no chocar contra ella. Luego comenzó a avanzar en la fila frenando y acelerando sin ton ni son. De no haberlo constatado posteriormente habría dicho que estaba borracha. Toda esta conducta arbitraria de aquella mujer imprudente y torpe, me puso los pelos de punta, y cuando llegamos a un alto, sin siquiera detenerme a pensar, me bajé de la camioneta y me dirigí a la CRV negra. La ventanilla de su auto estaba bajada, lo que me permitió empezar a lanzarle insultos de toda clase haciendo referencia a su ineptitud para manejar, a su estúpida imprudencia que arriesgaba la vida de otros y agregué unos cuantos insultos de índole personal.

La mujer parecía no saber de qué le hablaba, pero ante mi reacción violenta se bajó de su vehículo y comenzó igualmente a gritarme y a lanzarme improperios. No pasó mucho tiempo para que ambas comenzáramos a manotear al aire, tratando de alcanzar la cara de la otra. Luego yo tiré de su cabello y le di una tremenda bofetada que la dejó fría. Ya estaba a punto de abalanzarse sobre mí cuando dos caballeros, de entre los conductores varados en el tráfico por nuestro espectáculo, acudieron a sujetarnos para evitar una trifulca. Hasta ese momento me di cuenta de lo que había hecho, y de cómo había permitido que la rabia más insólita se apoderara de mí. Algunas lágrimas de coraje salieron de mis ojos, el hombre que me sujetaba me conminó a tranquilizarme. Finalmente él mismo me condujo a mi vehículo y me hizo subir. Poco después, ambas mujeres arrancamos nuestras camionetas y nos perdimos en diferentes direcciones.

Han pasado algunas semanas, y no olvido el suceso. Principalmente porque, si alguien me hubiera dicho que yo actuaría de esa manera, no se lo hubiera creído. Yo misma no alcanzo aún a comprender la enorme furia que se apoderó de mí, transformándome en alguien ajena y violenta. Por eso, ahora estoy segura que todos y todas poseemos un aspecto siniestro de nuestra personalidad, que sólo aflora en circunstancias muy particulares. Algo así como lo que le sucedía al Dr. Jekyll con Mr. Hyde. Podemos pensar que somos los seres más plácidos y condescendientes del planeta, pero pronto surgirá una circunstancia que lleve al límite nuestra capacidad de tolerancia, y entonces surge Mr. Hyde en toda su horripilante y temible magnificencia.

Yo por lo pronto ya aprendí mi lección. Sé que no estoy exenta de un exabrupto, o de perder los estribos momentáneamente, pero desde el suceso que les narro me puse a hacer ejercicio como loca, para evitar que afloren mis impulsos más oscuros. Golpearle a una bolsa de entrenamiento es mejor que desgreñar a una contrariada mujer en medio del tráfico más atroz. Yo los invito a tomar conciencia de su propio aspecto negativo y oculto, y a buscar maneras de controlar esos bajos impulsos en beneficio de la armonía y el bienestar de nuestros congéneres, principalmente de la gente allegada a nosotros. No permitan que Mr. Hyde se pasee en sus vidas como por su casa, y traiga el caos a sus decentes y pacíficas existencias.

 

 

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