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Desnudos

por Eréndira Svetlana

 

Desnudarse sin pudor  y delante de quien sea es una costumbre bastante difundida en los vestidores de damas. Voy a mi clase de natación y cuando entro ahí veo mujeres desnudas a todas horas, gordas, flacas, llantudas, musculosas, flácidas o apretadas, añejas o adolescentes, glúteos, panzas y senos desfilan por todas partes sin empacho, van y vienen por los pasillos, de las regaderas al sauna, de los espejos a los casilleros, arrastrando consigo una paranoia infernal de secadores de pelo, rimel, toallas, cremas y languariqueos incomprensibles, exhibiendo sus tristezas y sus obsesiones desplumadas sin recato ni vergüenza, mostrando al mundo su desnudez cotidiana y parchándola de a poco con esos excesos repetitivos de palabras huecas. Es el mundo de lo femenino, de lo fementido, nuestro mundo detrás de la puerta del vestidor de damas.

He visto ahí senos de todo tipo, y la cantidad de escenas que he presenciado  exceden los límites de mi memoria inmediata. Los que recuerdo son los de una excéntrica y diminuta mujer siniestra con la que me topo de vez en cuando los días de gimnasio. En cuanto me ve, saca de una maleta negra un montón de artículos de toda clase que se empecina en venderme a cualquier precio. Uno de esos días me mostró unos collares extravagantes con piedrecitas de colores violáceos y cuentas de cuero.

 

Casi nunca le compro nada, pero me he vuelto aficionada a esas chucherías últimamente y me agarró en un buen momento de megalomanía consumista, y que me pongo a comprarle chunches de todo tipo. Yo ya estaba en traje de baño y con prisa por terminar la transacción e irme a dar un buen chapuzón, así que le apuré las cuentas y me dispuse a pagarle. En dos segundos que tardé en agachar la cabeza para sacar mi cartera, ¡zaz!, ya estaba ahí, desnuda de pies a cabeza, extendiendo la mano para recibir los billetes, así como si cualquier cosa, mostrándome un par de enormes senos brillantes y morenos apuntando con obstinación hacia los billetes, la sonrisita siniestra de lado. Jamás me imaginé mientras la vi vestida que una mujer tan insignificante pudiera esconder unos senos así. En fin, no le he vuelto a comprar nada y cuando la veo le doy la vuelta porque parece que es demasiado agradecida y no me gustan esas muestras exageradas de cortesía.

He visto de todo en ese sitio. Lo único que no he visto son mis senos propios. Mi propio cuerpo es el único que aún no se adapta a esas extrañas costumbres de los vestidores de damas y se sigue resistiendo a la encueradez sin tapujos. Me meto a una regadera a cambiarme, espero que se vayan todas, voy en los horarios en que hay menos gente, me voy ya con el traje puesto desde mi casa, me pongo una batota larga hasta los tobillos que ocupa casi toda mi maleta, me envuelvo en un montón de toallas. Todo, todo, con tal de no verme. En el fondo no es que no quiera que me vean, es que no quiero verme como ellas, no quiero ser una de ellas, de esas mujeres habituales que se desnudan por que han perdido tantas cosas que ya no se las encuentran. Esas mujeres que van regando sus imágenes por todas partes para ver si así se encuentran de pronto con la que cuenta.

 

Y yo no, no quiero dejar perdidas por cualquier parte mis imágenes. Las ando recogiendo en todos lados, las ando buscando para recuperarlas. Porque me quiero quedar con todas ellas, guardarlas para siempre, para que se vuelvan a incorporar a mi esencia. Por eso tampoco quiero verme. No me miro tampoco en el espejo, porque no quiero dejar la imagen de mi cuerpo mutado de muchos años encerrada en mis pupilas de por vida.

 

Mejor cierro los ojos y siento: mi cuerpo infantil de ocho o nueve años nadando en una alberca de aguas tibias, yendo hacia el fondo entre sonidos mudos de agua y voces lejanas, mi cuerpo adolescente de piernas largas sintiendo sobre la espalda una fuerza refrescante junto a un ojo de agua en medio del calor y el marasmo de un pueblo viejo, mi cuerpo joven de veintitantos años, de cintura breve y pezones erectos a través de la ropa mojada por las aguas heladas de un río a mitad de la sierra. Mi cuerpo innombrable a una edad indeterminada, después de todas las edades, en la edad de la calma, sumergido en un lago inconcebible de aguas templadas y fragancia de jazmines, envuelto en la única desnudez posible, la del tiempo, la de los ímpetus, la de las imágenes del mundo y sus desnudos absurdos...

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Eréndira Svetlana

Escritora de corazón, intensa y mordaz, llena de historias de supervivencia. Transita entre el amor desmedido y el odio selectivo. Digna representante de la Generación X con un toque Millennial.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   Cuerpo, aceptación, autoestima, desnudo

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